Sobre la relación entre emociones y política: una primera aproximación

Una respuesta a la editorial de Revista Crisis sobre la marcha del 10 de abril en Quito.

A veces el diablo se nos cuela por la puerta trasera. Me explico. En un reciente  comentario editorial de la Revista Crisis se realizó un balance de la manifestación pública que realizaron el 10 de abril algunos miles de personas, políticamente cercanas a la figura del ex presidente Correa y cuestionadoras del rumbo que está tomando el gobierno de Lenin Moreno. Allí, en aras de realizar una aproximación a las limitaciones de la Revolución Ciudadana desde una perspectiva crítica, se desarrollan algunas ideas que es necesario tener en cuenta.

Desde mi punto de vista, algunas tienen cierto sustento, como cuando se exponen la actitud poco tolerante que mostró la conducción de ese movimiento político —devenido parcialmente en aparato estatal— con las organizaciones de los de abajo que no se alinearon con las posturas oficiales. También se señala (aunque con otras palabras) la incapacidad mostrada por la RC para generar procesos de formación política entre sus propias bases, que le permitieran transitar de mejor manera de un esquema de movilización político-electoral a una organización con mayores niveles de organicidad y participación protagónica de su militancia en los ámbitos de discusión y toma de decisiones. Finalmente, la nota aludida también apunta certeramente sobre el poco espacio que la RC dejó para el ejercicio sano de la autocrítica y la rectificación de errores.

Otras afirmaciones, por el contrario, me parecen más problemáticas; y, a mi juicio, evidencian una concepción bastante polémica sobre lo que es y puede ser la política de los de abajo. En particular hay una tesis del citado editorial sobre la que quisiera detenerme, pues considero no expresa de la mejor forma el norte político de la “izquierda revolucionaria” a la que se auto adscribe la Revista Crisis, sino, paradójicamente, se acerca peligrosamente a ideas y posiciones que en diferentes momentos históricos han sostenido las derechas tanto criollas como del resto del mundo. ¿A qué me refiero?

En por lo menos tres ocasiones el comentario editorial hace una caracterización de la militancia de la RC como una que estuvo (¿está?) movilizada por la dimensión “emocional” del correísmo. De acuerdo al texto habría una oposición dicotómica entre una militancia política y otra “emocional”. En otro lado también se postula la oposición entre una militancia de tipo orgánica y otra “ideológica” (¿puede haber militancia no atravesada por elementos ideológicos?). Como corolario, se llega a la conclusión de que la gran mayoría de las bases de aquel movimiento fueron “movilizados emocionalmente por la figura de Rafael Correa, [y] atendían pasivamente el desarrollo de la Revolución Ciudadana”.

Por mi parte, considero que el tipo de razonamiento antes expuesto, si bien puede expresar legítimas preocupaciones respecto a las limitaciones de un proceso político que se quedó corto respecto a lo que potencialmente pudo haber sido, no contribuye a aclarar del todo el meollo del problema; por el contrario, lo oscurece parcialmente,  y lo hace tomando prestadas algunas ideas de nuestros adversarios. En otras palabras, el problema no es la dimensión “emocional” de la RC como mucho han insistido los voceros de la derecha. Nuevamente ¿qué movimiento político de ayer o de ahora, de izquierda o derecha, reformista o radical no ha estado profundamente marcado por elementos ideológicos y emocionales? ¿Es posible pensar la política como algo puramente “racional” en el sentido estrecho e instrumentalista que la modernidad capitalista le ha dado a esta última palabra? Ellos, los poderosos y sus aliados, no se cansan de repetir que la política (técnica, desideologizada, racional) les pertenece; la otra, la política de los de abajo, ni si quiera es digna de ser nombrada como tal. Esta última sería, machacan aquí y allá: manipulación, populismo, caudillismo, clientelismo…todas estas expresiones muy cargadas de un contenido “emocional” supuestamente opuesto a la “racionalidad” política.

Por el contrario, la historia nos ha mostrado que cualquier política incorpora en distintas dosis diferentes elementos de lo humano; la política es pues, al mismo tiempo, racionalidad instrumental, ideología… y producción y gestión de las emociones colectivas. Es más, en los tiempos que corren, inclusive algunos de los pensadores más agudos del liberalismo reconocen no sólo la inevitabilidad de las emociones en la construcción del espacio público, sino que entienden que las emociones no necesariamente se contraponen necesariamente a la “razón”, sino que ellas mismas configuran otra modalidad de conocimiento que corre en paralelo y en diálogo con ésta última. Por lo menos esa es la postura de la filósofa de filiación liberal Martha Nussbaum, quien en su tratado Emociones políticas ¿Por qué el amor es importante para la justicia? (2014), quien sostiene que las emociones “implican necesariamente valoraciones cognitivas, formas de percepción y/o pensamiento cargadas de valor y dirigidas a un objeto u objetos”. En su libro, Nussbaum incluso llegar a reclamar para el liberalismo la potestad sobre el uso público de las emociones. ¿Por qué debería renunciar la izquierda a una dimensión de la política que prácticamente todas las corrientes políticas utilizan, aunque pretendan no hacerlo?

Es decir, podemos cuestionar desde una perspectiva crítica y emancipadora si la RC tuvo o no la suficiente profundidad respecto a las tareas históricas que le tocó afrontar; si se quedó o no corta respecto a la formación política y a la organización popular, etc. Lo que no parece muy productivo en aras de construir un movimiento político de carácter amplio y con horizontes de lucha que vayan más allá de los que se trazó la RC, es concentrarnos en la supuesta limitación de aquella por estar basada en la promoción de la emotividad de las masas, como si se pudiera hacer política sólo desde una pretendida (e inexistente) racionalidad incontaminada, que deja por fuera a los elementos “emocionales” que alimentan cualquier variante del ejercicio de la política. ¿No son acaso la indignación contra los abusos del poder, la rabia contra la injusticia, entre otras, poderosas emociones/razones capaces de movilizar a los de abajo para la construcción de un mundo mejor? Tal vez asumir conscientemente el peso de lo emotivo en la lucha social sea un buen antídoto para que el diablo no se nos cuele por la puerta de atrás.

 

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