El lado correcto de la historia

19-08-2021 HISTORIA CP EV
Jueves 19 de Agosto de 2021

La transformación revolucionaria de la sociedad, y por ende de las condiciones materiales de vida requiere de la correcta interpretación de la historia. Esta labor necesita no solamente de los instrumentos teórico metodológicos de análisis sino también de la constitución de la herramienta de conducción, el partido revolucionario. La carencia de este instrumento, que debe puede constituirse – en su ausencia – sobre la marcha unitaria de las minorías revolucionarias, hace posible que las interpretaciones y conceptualizaciones de las y los revolucionarios caigan en el terreno de la relatividad y por ende del idealismo.

La crisis del socialismo real, de los partidos comunistas y de la izquierda revolucionaria, trajo consigo una supuesta superación de los métodos de lucha e interpretación de la realidad desde el marxismo; como si no habrían existido debates en su interior respecto a la deriva reformista y capitalista de los países socialistas. En este contexto el populismo, las luchas individuales y relativas, pretendieron ocupar su lugar como un intento “democratizador” que renegaba de la lucha de clases, la toma del poder, la construcción del Estado socialista, etc.

Con conocimiento de causa o no, estas corrientes de pensamiento constituyeron el caldo de cultivo del reformismo y la contra revolución, pero además vaciaron de todo contenido histórico las luchas que decían representar. Así, en medio de la diversidad de interpretaciones y métodos de actuación, acabaron por dispersar la lucha anti capitalista llevándola hacia la atomización y la mercantilización de los modos de vida.

La crítica de la economía política es reemplazada por “cadenas de equivalencia y universalidad” – por citar el enfoque populista de Laclau y Mouffe –, la acción unilateral del Estado frente a la sociedad – algunos progresismos con sus particularidades –, la tecnocracia y el realismo político. Desaparece de la escena la obligatoriedad del sujeto histórico por el inmediatismo del marketing político, las estrategias de comunicación, el apego al calendario electoral, etc.

De esta manera los sujetos y hasta las organizaciones que se adscriben a esta perspectiva reformista separan la acción política de la ideología. El eclecticismo, es decir la colada ideológica que confunde y llama a la paz entre clases, hace que convivan con elementos que se declaran de derecha, apolíticos o “técnicos”. Los requisitos de la política real no solo que los inmovilizan, sino que los atrapan, dividen, enfrentan y condenan.

La cultura política de estos entonces se basa en interpretaciones relativas, idealistas, o de resultados cuantificables que suponen en los hechos una superación del marxismo como teoría y práctica. La formación política es confundida con la escucha pasiva de sus referentes – sean procesos o individuos –, la producción teórica se orienta a justificar – en base a resultados – los aciertos, renegando de la crítica y autocrítica, creando militantes y estructuras sin capacidad de interpelación, sujetos a cacicazgos o favores políticos.

La lucha revolucionaria se espectaculariza con el uso exagerado de medios de comunicación y redes sociales, creando un sentido común incapaz de motivar la crítica – que es acallada y tratada de “agenciosa” o de hacerle “favores a la derecha” -, vulgarizando la discusión ideológica dejando intacta la sociedad de clases. No se plantea la revolución como la crítica absoluta y demoledora de quienes poseen para su beneficio los medios de producción, no se busca evidenciar la contradicción entre jefes y trabajadores, nada más se propone el mejoramiento de las condiciones de vida, el poder adquisitivo, el desarrollo de la infraestructura y economía nacional pero en los márgenes del capitalismo.

El realismo político sacrifica la revolución en su urgencia por controlar el aparato estatal – que no es lo mismo que tomar y ejercer el poder –, de ahí que las elecciones sean el objetivo inmediato, dejando de lado la organización e ideologización del pueblo y sus expresiones; sino es atentando contra ellas debido a que “no han madurado o no comprenden el contexto político”. Las corrientes relativistas e idealistas, que son propias del reformismo y la socialdemocracia, han centrado toda su atención al plano coyuntural y superfluo, incubando prácticas clientelares, despreciando el trabajo militante y de base. Si bien comprendemos que la disputa electoral puede ser - en un momento determinado - una de tantas herramientas, esta no se puede asumir desde un pragmatismo que empantana y conlleva a cogobernar con el adversario  de clase.

Actualmente toda una generación ha sido seducida y hasta comprada por esta peligrosa dinámica, que se reproduce aparentemente solo en redes sociales o en reducidos espacios de la sociedad, sin capacidad de acción.

Por otro lado tampoco podemos negar la existencia de una realidad adversa, el cuadro actual de las organizaciones – con las excepciones del Movimiento Indígena – sindicales, campesinas, barriales, juveniles, estudiantiles se encuentra muy debilitado, por lo que requiere de una clara política de reconstrucción de gremios y frentes de masas, con objetivos, planteamientos y plataformas de lucha que partan desde la realidad de los sujetos. Es inviable seguir apostando por organizaciones “gremiales” o espacios deteriorados, descompuestos y sin ninguna perspectiva revolucionaria; esto no significa abandono al trabajo organizativo.

Finalmente, podemos decir que estar “del lado correcto de la historia” es en efecto, desde una perspectiva comunista, todo lo contrario, partiendo de la necesidad urgente del partido, la discusión y elaboración teórica, la lucha por la construcción de organizaciones revolucionarias que en el territorio ejerzan el poder en todas sus manifestaciones – lo económico, comunicacional, la autodefensa de las conquistas, entre otros aspectos –, y que incluso ganen espacios al Estado. No obstante, esta tarea parece imposible, cuando este reconoce como la única acción legítima su presencia o la de sus voceros autorizados.

El contexto que vivimos requiere que las minorías revolucionarias puedan hacer de si esta crítica, interpretando y actuando en la historia bajo principios y estrategias que de forma efectiva representen una vocación de poder real, de lo contrario, el supuesto “lado correcto de la historia” acaba por ser el caldo de cultivo – como ya lo es – de la reacción, cuestión que no es ni si quiera interiorizada o discutida por quienes mantienen esta tesis.

Todo momento histórico evidencia avances y retrocesos, el análisis objetivo y autocrítica, puede ser a último momento para quienes se encuentran equivocados, la posibilidad de reveer sus creencias y opiniones, poniendo sus voluntades en la construcción de un momento superador que no niegue sus particularidades, en un ejercicio de madurez y sinceridad política. La línea histórica de los procesos revolucionarios no es lineal, es caótica o en espiral, pueden durar siglos o incluso volver a su cause producto de flujos y contraflujos

Las fuerzas revolucionarias deben obligatoriamente acudir a la rigurosidad del análisis científico de la realidad, partiendo del enfoque materialista dialéctico e histórico, teniendo en cuenta el estudio de las relaciones de producción, la correlación de fuerzas y el desarrollo de la lucha de clases para desarrollar una política de acompañamiento y conducción de masas.

Retomar la identidad de nuestra historia, la mística revolucionaria y la formación con carácter de clase hacia los nuevos cuadros será la garantía para la construcción de un proceso de acumulación de fuerzas con perspectivas de disputa de poder. Hoy en día es de vital importancia generar espacios y herramientas que generen conciencia dentro de los territorios, organizaciones y sectores populares, que sean una respuesta a la tergiversación, engaño y demagogia politiquera cuyo objetivo es posicionar ideas que llevan a la conciliación.

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