El gran hermano latinoamericano

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Lunes 2 de Diciembre de 2019

Los presupuestos estatales destinados a la seguridad y a la compra de tecnología y armamento han ido en aumento en los últimos años en América Latina. Tan solo el Estado ecuatoriano destinó aproximadamente 100 millones de dólares en el 2019 para tales fines. Esta tendencia confluye paralelamente con la cooperación internacional en tales ámbitos. Esta semana se hacía público que el Estado español brindará entrenamiento a los Carabineros de Chile, anuncio que se da después de que la misma fuerza policial haya dejado sin ojos a más de 300 personas. Esto, además, mientras el pueblo de Chile no piensa dar tregua en el proceso popular en rechazo al neoliberalismo, a décadas de precarización y a la profunda y continua crisis social que atraviesa el país. La práctica sistemática de descargar proyectiles a quemarropa en contra de personas, apuntando hacia órganos vitales y ojos,se observan desde algunos años atrás en Israel y Palestina. Parece claro que esta táctica policial se importó al continente como producto de lazos de cooperación en materia de seguridad entre Israel y países latinoamericanos, entre los cuales se incluye al Ecuador, los aparatos represivos del Estado, además constan entre las instituciones que recibieron entrenamiento por España, Reino Unido y EE.UU.

 

A todo esto, se le suma el último anuncio del gobierno ecuatoriano de concretar un acuerdo de cooperación con EE.UU. para la implementación del Sistema Seguro de Comparación y Evaluación de Identificación Personal (PISCES, siglas en inglés). El Estado ecuatoriano se dotará de esta manera de un sistema de control biométrico y biográfico de datos personales para controles migratorios. ¿Esta tecnología se limitará únicamente a las fronteras, cosa ya bastante tétrica, o se aplicará también para la subsecuente vigilancia de la sociedad en su conjunto? El desarrollo de estas tecnologías parece ir mano de la mano con una tendencia hacia el autoritarismo de los regímenes latinoamericanos.

 

China, potencia industrial que se encuentra a la vanguardia en el mercado de sistemas de seguridad de alta tecnología, es pionera en exportar instrumentos que utilizan inteligencia artificial, los cuales se basan en reconocimiento facial y en la distintiva forma de caminar de cada persona. De tal manera, en cooperación tanto con EE.UU. como con China y Rusia, América Latina entra en la nueva era de vigilancia, control y almacenamiento, análisis y procesamiento masivo de datos, o Big Data.

 

A esto se le suman los incontables bots y trolls, que inundan las redes con noticias falsas en situaciones que en muchos casos son de importancia crítica para un país. Fue posible evidenciar estos hechos en los días siguientes al golpe de Estado en Bolivia. Estas tecnologías se implementan explícitamente con el fin de aturdir, legitimar, deslegitimar o direccionar cierta acción u opinión con un objetivo claro: crear descontrol y conmoción, cementar una ideología específica y mantener el status quo.

 

Esta clase de innovaciones tecnológicas y el análisis selectivo de datos para la elaboración de una estrategia de control social, no son herramientas monopolizadas únicamente por los Estados. Hace años que la industria privada se encuentra brindando asesoría e implementando sus propios instrumentos, como lo ejemplifica el caso de Cambridge Analitica. Esta empresa de Big Data se dedicó a practicar injerencia directa en más de una treintena de elecciones, teniendo crucial influencia en sus resultados.

 

Los avances tecnológicos de los últimos años sin duda dotan de indumentaria a los Estados con equipos de cada vez mayor grado tecnológico. Esta tendencia supone un peligro directo para la sociedad en general, ya que pueden ser utilizadas – como en el Paro Nacional de octubre pasado - para ejercer fuerte represión por medio de la fuerza y la tecnología.

 

Sin embargo, parece que el control estatal se ve desbordado en momentos de revueltas populares, incluso con el uso de estos instrumentos tecnológicos. Siempre se encontrarán maneras de localizar los puntos débiles de estas tecnologías, como lo demuestra el pueblo de Hong Kong, al intentar causar interferencias en estos instrumentos mediante el uso de láseres. Este tipo de experiencias también son replicadas en otras latitudes, como por ejemplo en Chile. Por ende, ni la más alta tecnología está en condiciones de controlar y someter a los pueblos que reclamamos, nada más y nada menos, que una vida digna, el derecho de vivir en paz y decidir sobre nuestras realidades. Estos derechos humanos fundamentales, los cuales nos son y nos han sido negados por los Estados e instituciones que practican injerencia en el continente desde siempre, estas demandas son inclaudicables.

 

¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!

 

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