O despertamos o perdemos la segunda independencia

SEGUNDA IDENPENDENCIA

Repitiéndonos, los latinoamericanos nos ponemos nuevamente a merced de los intereses de los poderosos, justo después de rozar – con los más grandes sacrificios – eso que nos dio por llamar la segunda independencia. Sabemos muy bien que pasó luego de la primera, hace ya dos centurias: después de años de cruenta guerra, entregamos las recién nacidas repúblicas a las oligarquías locales y a los ya acechantes y peligrosos Estados Unidos de Norteamérica. Quebramos la Unidad y con ella el proyecto bolivariano de crear  “ las más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”.[1]

Con la llegada esperanzadora y vibrante de los procesos revolucionarios del siglo XX (la llama de Cuba en los años 50  y la explosión de Venezuela a fines de los 90) el continente vio abrirse un nuevo momento histórico, una brecha de posibilidades en plena crisis del capitalismo. Estuvimos llamados a ser vanguardia – otra vez – y al menos a intentar demostrar que otro mundo era posible, más allá de las consignas. Lo que en décadas anteriores parecía imposible para la “izquierda”, se alcanzó: llegar al poder con votos. Una vez dentro del Estado: ¿Qué pasó? ¿Qué se hizo?

El caso de Venezuela

Uso el ejemplo venezolano, por cercanía y por el nivel de profundidad que supuso la Revolución Bolivariana. Hugo Chávez llegó a la Presidencia en 1998, seis años después de una toma fallida por la vía armada, pero que sin embargo despertó algo imprescindible para el pueblo: la esperanza de transformación, de una salida al escenario de hambre y miseria en el que vivía uno de los mayores exportadores de petróleo del planeta. Chávez no fue un aventurero. Tenía un proyecto, que fue madurando y ajustándose a la realidad con el paso del tiempo. Lo que si permaneció inalterable fue su raíz bolivariana, zamorana y robinsoniana, es decir, el fundamento de que Venezuela (y nuestros países en general)  debía inventar sus propios modos de “gobierno”, con tierra y hombres libres, unidos en una gran nación. Pero ¿cómo?

Lo primero era convocar a una Constituyente para reformar el Estado. Con una participación masiva, el pueblo discutió y aprobó su nueva Constitución en 1999. Democracia participativa y protagónica, soberanía, rescate y revalorización de la cultura propia y control de los recursos naturales, fueron la letra resultante de la nueva Carta Magna, pero, claramente, había que ir más allá.

La democracia participativa y protagónica fungió de base para una idea más compleja, la del poder popular. “Todo el poder para el pueblo”. Una vez más ¿cómo? ¿Reformando el Estado? ¿Redistribuyendo mejor los recursos? ¿Es que el pueblo puede realmente gobernar bajo las estructuras existentes?, Chávez entendió que no podía borrar al Estado de un plumazo, y se comenzó la construcción en paralelo de “otra cosa”, ese poder popular  organizado, empoderado y consciente, el verdadero sujeto de transformación. Si nos iba bien, ese poder entraría en clara y dura confrontación con el Estado tradicional. Y así fue, solo que de una manera más dramática de la esperada.

La muerte de Chávez supuso para Venezuela la pérdida del guía político del proceso de cambio, pero sobre todo, significó que esa transición hacia el socialismo y el Estado Comunal que se planteó[2] tuviera tiempos mucho más cortos de aplicación, o, al menos, un camino mucho más difícil de transitar. La amenaza imperial recrudeció y, al interno, el Estado burgués recobró fuerza.

En medio del shock que esto significa para el pueblo venezolano, sigue vivo y en tensión el poder popular, ese que entiende que no se vota por la derecha, ese que apuesta al proyecto de Chávez, y que busca incansablemente la forma de sobrevivir y probar la viabilidad del plan alternativo al capitalismo que representa Venezuela, aunque eso signifique –  necesariamente – el choque directo con el Estado-Gobierno, por más que en el poder esté el partido de la Revolución Bolivariana.

Quizá muy probablemente no haya certeza hoy acerca del “¿cómo?” se va a resolver esta contradicción, pero lo que importa es el constante movimiento del pueblo, su capacidad de acción, de crítica, de defensa de su lugar como vanguardia en la lucha por la segunda independencia.

¿A dónde va la Patria Grande?

América Latina, por errores, omisiones y el ataque despiadado y sin cuartel del imperio, ve amenazada hoy como nunca su posibilidad histórica de soberanía. No es solo el tema – importantísimo – de la pérdida del poder a manos de la derecha en la mayoría de los países del continente y la constante amenaza a quienes aún resisten, sino el aparente adormilamiento de sus pueblos. Las izquierdas tradicionales han jugado – para no perder la costumbre – al triste papel de garantizarse espacios dentro del poder en el que puedan fungir como “grandes pensadores” y “críticos” de todo lo que se hizo mal en las últimas décadas, mientras las oligarquías y los gringos se comen en meses lo que costó años recuperar.

Aunque innegablemente hay grandes focos de resistencia en la región, lo cierto es que destaca la desarticulación. Madrugados por el nuevo fuero del Imperio y sus cómplices locales, la organización popular parece no adaptarse a la urgencia del momento. Este retroceso en la ruta hacia el mundo mejor, no puede ni debe determinar el fin. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. A no olvidarlo. Reacción y lucha. Es hora de despertarse, queridos.

 

[1] Bolívar, Simón. Carta de Jamaica. Ediciones de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. 2015.

[2] Chávez, Hugo. Plan de la Patria http://blog.chavez.org.ve/programa-patria-venezuela-2013-2019/#.W15gy9hKjR0

 

Categoria