La esperanza del siglo XXI es la fe revolucionaria

Camarada
Miércoles 2 de Agosto de 2023

No debemos engañarnos: la ideología subyacente a la totalidad cultural de nuestra época es el fascismo. El ritmo subyacente a la mayoría de las series, las películas, los libros, que nos rodean, es la melodía nihilista que aúna éxito inmediato y degradación moral. Desde “House of Cards” hasta la última comedieta romántica, la aparente denuncia de la podredumbre vital que nos anega, es en realidad una descarnada apología de la falta de horizontes y de vínculos sociales, una feroz reivindicación del escarnio y la burla contra toda grandeza, y aún más, contra toda tentativa de grandeza proletaria.

La dignidad del esclavo, del trabajador, ha sido siempre la revuelta. Y la revuelta es lo que ha invisibilizado el negocio cultural del siglo XXI, mientras nos inyecta en vena todas las variaciones de la degradación humana y el egoísmo, en ocasiones como comedia, y otras veces como tragedia. Ayunas de referentes, las multitudes naufragan perplejas y angustiadas en la confusión y aprenden a tararear el pesimismo atroz que constituye la esencia fundamental del fascismo caótico de nuestro tiempo.

La hegemonía que se prepara de las máquinas de guerra cultural y política de la ultraderecha en toda Europa responde a una necesidad imperiosa de las clases dirigentes: rearticular la cultura popular para adaptar la mentalidad de las poblaciones a una situación de guerra intermitente, que puede durar décadas, contra los países emergentes.

La nueva Gran Guerra, la guerra por la hegemonía global entre Occidente y los nuevos poderes emergentes, impone a las clases dirigentes europeas la necesidad de reconstruir la cultura hegemónica en una dirección nacionalista, guerrerista, filofascista. Europa ha apostado por la guerra. Pero esta guerra no es una simple confrontación con la Rusia putinista por un palmo más o menos de tierra en Ucrania. Es una conflagración destinada a determinar la hegemonía global en la segunda mitad del siglo XXI. Su escenario actual es el Dniéper, pero puede mutar en una nueva guerra en el Mar de China o en una cadena de matanzas en el Sahel o de sangrientos golpes de estado en otros sitios. No acabará hasta que tengamos un vencedor claro y una nueva arquitectura de poder para las próximas generaciones.

La nueva Europa será parda porque será una formación social en un conflicto permanente por la hegemonía global, en lo social, en lo político y en lo militar. La disciplina, la jerarquía, la violencia verbal y física serán sus nuevos valores. Las bases teóricas fundamentales del fascismo han sido siempre el irracionalismo, el pesimismo antropológico y el autoritarismo. Las presuntas virtudes del autómata que obedece sin rechistar cualquier orden y del falso patriota que usa la bandera para encubrir las genuflexiones ante el poder desnudo, ayuno de todo freno moral.

Los pardos ya gobiernan Italia, Hungría y Polonia. Y forman parte de los gobiernos de Finlandia, Suecia y otros países del Este. Emergen como la única alternativa electoral al neoliberalismo en Francia, y crecen acusadamente en Alemania y Holanda. Multiplican su propaganda mediante todo tipo de empresas culturales y alianzas sociales. Intentan insertarse en el mundo sindical y en el agrario. Usan el descontento ciego de las masas y el vacío cultural y existencial de las multitudes para empujarlas hacia una deriva caótica al tiempo que tremendamente jerárquica. Un populismo diseñado por las élites para volver al pueblo contra sí mismo.

La reconstrucción de un imaginario revolucionario, a la contra del imaginario filo-fascista de que está preñada Europa, sólo puede derivar de una recuperación de la textura vitalista, romántica, apasionada, diríamos incluso que religiosa, del sindicalismo revolucionario y el comunismo. En las próximas décadas, un pensamiento de la debilidad, de la fuga, de lo racional, del consenso, de la lúcida cobardía, sería la lápida final sobre los movimientos populares. Se impone un tiempo de creyentes, de gentes luchadoras, de sacrificios, de energía. Un tiempo sin dobleces ni cinismo es lo único que puede salvar a la izquierda.

Deberíamos inspirarnos en Seguí y en Mariátegui. El anarcosindicalista catalán Salvador Seguí y el comunista indoamericano José Carlos Mariátegui tenían en común una visión romántica y quijotesca de la vida, de la lucha, de la construcción popular. En palabras de Seguí:

“Es preciso que la gente luche, porque el que no lucha no vive; el agua encharcada se corrompe; es preciso que corra, que forme arroyos y ríos; el río es una cosa viva, la laguna es una cosa muerta. Las ideas, como la sangre, han de estar siempre en circulación”.

Mariátegui, por su parte, analiza detenidamente la trayectoria social de su época. A la bonanza del período previo a la guerra de 1914, afirma este gran pensador peruano, le corresponde un clima de reformismo, hedonismo y supuesta lucidez desencantada, en el que la izquierda pierde su filo. Pero, cuando Mariátegui escribe, el mundo está cambiando. La tormenta se anuncia en el horizonte. Mariátegui anuncia un mundo más caótico, más extremo e inestable. Un mundo que necesita una izquierda capaz de enfrentar la tremenda apuesta del fascismo y la revolución social. En palabras de Mariátegui:

"A esta nueva edad romántica, revolucionaria y quijotesca no le sirve ya la misma fórmula. La vida, más que pensamiento, quiere ser hoy acción, esto es combate. El hombre contemporáneo tiene necesidad hoy de fe. Y la única fe que puede ocupar hoy su yo profundo es una fe combativa. No volverán, quién sabe hasta cuando, los tiempos de vivir con dulzura. La dulce vida prebélica no generó más que escepticismo y nihilismo. Y de la crisis de este escepticismo y de este nihilismo nace la ruda, la fuerte, la perentoria necesidad de una fe y de un mito que mueva a los hombres a vivir peligrosamente".

Contra el nihilismo, la fe. Defendemos la vida. Defendemos un futuro luminoso para la Humanidad. Que de nuestro paso por la tierra responda el rastro de una obra de justicia y de libertad, y no un vórtice de desesperanza y vacío. Nada más.

Artista: Xilotrópico tuirangie

 

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