El problema de jerarquizar las opresiones: el racismo y clasismo en los argumentos TERF

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Miércoles 26 de Octubre de 2022

Las construcciones universales acerca de la feminidad han servido para legitimar que varios grupos excluyan a diversas mujeres del feminismo. En el presente artículo se argumenta que el feminismo radical trans-excluyente, no solamente es transfóbico, sino también racista y clasista, además de sumamente violento.

Repasemos un poco de historia.

En el año 2000, Emi Koyama, autora del Manifiesto Transfeminista, escribió un artículo titulado: “¿De quién es el feminismo de todos modos? El racismo tácito del debate sobre la inclusión trans”, en él hablaba sobre el Womyn´s Music Festival y su política trans excluyente, señalando que los argumentos utilizados por lxs organizadorxs del evento no solamente eran transfóbicos sino también racistas y clasistas, ya que quienes lideraban el debate de las comunidades de mujeres cis eran mujeres cis blancas de clase media, y de igual manera, quienes dirigían el movimiento trans eran activistas trans blancas de clase media.

Todo este debate inició en el año 1991, cuando las organizadoras del evento expulsaron a una mujer trans del festival bajo la política “womyn-born- womyn”, al año siguiente grupos de activistas trans se reunieron a las afueras del evento para protestar y exigir que se permita el ingreso de mujeres trans, pero solo después de que éstas se hayan realizado la operación de asignación de sexo, sin exigir lo mismo para aquellas que aún no hayan intervenido su cuerpo. El debate se amplió en 1994 cuando grupos de activistas trans organizaron el Camp Trans, donde se evidenció que no solamente se trataba de las mujeres/activistas trans luchando contra lxs organizadorxs de aquel evento, sino también contra otras mujeres trans que ya habían realizado en sus cuerpos la operación de cambio de sexo, ya que ellas también aseguraban que quienes aún no se operaban no eran mujeres reales (Koyama, 2020).

Ya no solamente se trataba de argumentos de mujeres asignadas mujeres al nacer, es decir, de mujeres cis, ahora también eran mujeres trans que se habían operado quienes desconocían la identidad de género de otras mujeres trans sin operación, imponiendo sobre sus compañeras la necesidad de intervenir sus cuerpos, de tener vagina. Ante estos argumentos vale la pena preguntarnos: ¿la vagina hace a una persona ser mujer? ¿ese es el nivel de debate que se mantiene?

Debemos tener presente que las mujeres trans que emitían tales comunicados -aliándose a los organizadores del evento- eran mujeres privilegiadas que podían acceder a una cirugía de cambio de sexo. En ese contexto, eran las mujeres trans negras y empobrecidas, que  no pertenecían a la clase media ni privilegiada quienes no tenían los recursos económicos suficientes para intervenir sus cuerpos, por lo que la política de “no penes” se sostenía bajo argumentos que no solamente eran transfóbicos, sino también profundamente racistas y clasistas.

Uno de los argumentos más citados para excluir a las mujeres trans de los espacios feministas es el que señala que éstas fueron criadas con privilegios masculinos y que tuvieron un pasado como niños, como hombres, es decir, que no tuvieron una vivencia previa como “mujer”. Al aceptar este argumento estaríamos asumiendo que las experiencias de todas las mujeres son universales, ignorando la particularidad de cada historia de vida, y dejando de lado el hecho de que no todas las mujeres son igualmente oprimidas, ni todos los hombres igualmente privilegiados, las experiencias son diversas.

Es a partir de este argumento que las feministas radicales afirman que el privilegio masculino pesa más que cualquier otro privilegio, sin tomar en cuenta otros factores de opresión como la raza y la clase. Las personas son oprimidas no solamente por cuestiones de identidad de género y orientación sexual; vivimos en un contexto lleno de desigualdades sociales, donde las personas son vulneradas por sus múltiples identidades/identificaciones, por lo que una persona puede ser víctima de diferentes opresiones que se intersectan unas con otras. Por ejemplo, el ser mujer es un factor que posibilita la opresión, pero a la vez el ser negra, indígena, chicana, latina, pobre, lesbiana, gitana, por tener una estética no normativa y convertirse en un “sujeto sospechoso” dentro del espacio público, entre otros. Es así que afirmar que la opresión basada en género que viven las mujeres cisgénero es la mayor de las violencias no hace más que jerarquizar las desigualdades, colocando unas por encima de otras.

Al respecto Crow señala: “el feminismo radical, en su forma más simple, cree que la opresión de las mujeres es omnipresente, la más extrema y fundamental de todas las desigualdades sociales independientemente de la raza, la clase, la nacionalidad y otros factores ( 2000)”.

No olvidemos los privilegios que una mujer blanca de clase media puede tener frente a una mujer negra empobrecida, e incluso cuando se habla del privilegio masculino debemos tener en cuenta que una mujer blanca con recursos económicos tiene más privilegios que un hombre negro en situación de calle. Además, los argumentos utilizados por el feminismo radical generan estereotipos que afectan a los colectivos menos privilegiados, y eso se ha visto reflejado en todas las comunidades cuando se hace una aceptación acrítica de los estereotipos populares, por ejemplo, cuando se señala a los latinos como pandilleros y machistas, y a los varones negros como delincuentes y violadores (Eisenstein, 1983).

Combahee River Collective, un colectivo de lesbianas negras, redactaron una declaración en el año 1977, la cual señala: “Aunque somos feministas y lesbianas, nos solidarizamos con los hombres negros progresistas y no abogamos por el fraccionamiento que exigen las mujeres blancas que son separatistas. Nosotras rechazamos la postura del separatismo lésbico porque no es un análisis o estrategia política viable para nosotras”.

En respuesta las feministas separatistas acusaron a estas mujeres negras de conspirar junto al patriarcado al apoyar a los hombres negros, sin percibir sus reclamos como preocupaciones legítimas por su situación de doble opresión, ser mujer y ser negra, por el contrario, fueron atacadas por defender su postura. De igual manera pasa al día de hoy cuando nos posicionamos en desacuerdo con los postulados de las feministas radicales trans-excluyentes, ya que nos acusan de alienadas, necesitadas de aprobación masculina, “defiende penes”, misóginas, entre otros calificativos peyorativos, sin permitirse analizar la condición de vulnerabilidad de las mujeres trans quienes viven una doble/triple opresión por encarnar la feminidad, por ser mujeres, por ser trans, por ser pobres, por ser negras, etc.

Las TERF han demostrado que la educación en temas trans no disminuirá la violencia que éstas ejercen sobre esta población ya que no les interesa. Koyama señala: “Ya no siento que la educación continua sobre temas trans dentro de las comunidades de mujeres cambiaría sus comportamientos opresivos en un grado significativo, a menos que estén realmente dispuestas a cambiar. No es la falta de conocimiento o información lo que mantiene la opresión; es la falta de compasión, conciencia y principios feministas (2020)”.

Por ejemplo, en México, un país donde el discurso TERF tiene una enorme incidencia en la participación política de las mujeres trans dentro de los movimientos feministas, las académicas trans y cis aliadas transfeministas han buscado encuentros para generar un diálogo con otras académicas que abanderan las posturas TERF, pero no han tenido apertura por parte de éstas últimas. En este contexto vale la pena preguntarnos ¿a quién le pertenece el feminismo según los discursos y posturas TERF?

En este feminismo no solamente se excluyen a las mujeres trans, también nos excluyen a las aliadas, mujeres cis transfeministas, a las heterosexuales y bisexuales porque “se acuestan con el opresor”, a las madres porque “engendran lxs hijxs de los machos”, y ni hablar de los hombres que apuesten por la deconstrucción de su masculinidad hegemónica, etc. Este movimiento se vuelve cada vez más excluyente y crece como un virus mortal que se expande a nivel transnacional, aliándose incluso con los discursos anti-género de la extrema derecha, grupos evangélicos, el Vaticano y La Santa Sede que en marzo del 2019 escribió: “Varón y Mujer los creó”.

 

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