La mentira política del Cannabis medicinal importado

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Lunes 1 de Julio de 2019

El debate sobre el cannabis medicinal está en su última etapa en lo que podría ser el Código Orgánico de Salud, más en las últimas semanas se ha dado un cambio de discurso por parte de los operadores políticos de la derecha cristiana afincada en Guayaquil, hecho que ha encontrado eco en la Asamblea Nacional, actualmente dominada por el Partido Social Cristiano.

El cambio de texto político es sencillo pero contundente: al principio se negaba de todas las maneras posibles que el cannabis sea medicinal. Ahora, aceptan a medias que el CBD tiene propiedades terapéuticas como paliativo para el dolor, y aunque es ya de conocimiento general que las moléculas del TCH/CBD son potencialmente una cura para ciertos tipos de cáncer, el límite de su discurso es presentar que no vale la pena tener una medicina que potencialmente puede llevar a una adicción a la juventud, pero que si hay la necesidad, esta podría ser importada desde los Estados Unidos o España.

La propaganda se alimenta de escándalos

La mentira tiene patas cortas, más el estado de desinformación en el cual vive la gente, hace que esas mentiras, como que el THC no es medicinal, se transmuten en sentido común, construyendo, sin importar si  las referencias argumentales son nociones falaces. Ya que un importante sector de la sociedad no tiene capacidad de tener sus propias fuentes de información, estas influyen en sus interpretaciones de la coyuntura, así como en sus posicionamientos políticos.

Frente a la pasión desbocada de sentido común, está el buen sentido, el que observa en las contradicciones que construyen la dimensión política de los temas, todas sus posibilidades desde una perspectiva informada, en la que mínimamente debe primar el estudio comprometido con el desarrollo del pensamiento, y no con la agenda política de tal o cual sector.

Más esto implica un ejercicio consiente de democracia, apertura y discusión plural, lo que, en este momento es imposible de practicar, no por lo variopinto y heterogéneo del movimiento cannabico, sino por los límites conceptuales de los dogmatismos de grupos fundamentalistas anti derechos de tradición cristiana protestante y católica que no logran entender las dinámicas de transformación social por miedo a perder privilegios.

Por tanto, la operación política realizada por los distintos grupos anti cannabis y anti derechos se centra en la generar distractores que desacrediten al otro, lo que es conocido como el argumento del hombre de paja. La finalidad es de desviar la atención sobre la falta de consistencia argumental, frente a la abultada evidencia científica que existe alrededor del tema.

No es ética, es negocio

Que el rango diverso de los discursos que los distintos actores enfrentados al proceso de normalización, se hayan compatibilizado, compartiendo líneas generales y desarrollando estratégicamente sus posicionamientos, no es coincidencia. Es producto de una relación económica que articula los discursos contradictorios en el marco de un escenario a futuro, brindando elementos comunes.

En cuanto al cannabis medicinal, el escenario a futuro que persiguen las empresas, es el monopolio de las grandes multinacionales, por tanto, la defensa de la importación de los derivados farmacéuticos se da en detrimento del desarrollo de una industria local, pero por, sobre todo, en contra del derecho de miles de usuarias y usuarios que encuentran en esta medicina, la solución para sus dolencias.

Por lo tanto, lo que las y los voceros de los grupos fundamentalistas cristianos hacen al momento de identificar que la única forma de tener cannabis medicinal es bajo los parámetros y lineamientos de la Federal Drug Administration (FDA en inglés), es alinearse a los intereses comerciales de las multinacionales. Incurriendo nuevamente en una contradicción, ya que son ellos quienes identifican en sus contrarios el asunto económico transnacional como un eje de sus ataques, pero como dicen por ahí, la paja en ojo ajeno es viga en ojo propio.

No es por ética, es por negocio, porque ellos son parte del entramado de intereses que pretenden monopolizar la comercialización de una medicina asequible como es el cannabis y convertirla en un monopolio contrario a los intereses del pueblo.

Los miedos locales no son políticas nacionales

Para lograr los objetivos de monopolizar las importaciones del cannabis medicinal, impidiendo la consolidación de la producción local, la derecha cristiana y sus operadoras políticas/voceras académicas, se ven obligadas a repetir los errores estructurales que nos han mantenido esclavizados a los empréstitos internacionales al negar nuestra capacidad de generar una industria local, como lo hacen nuestros países vecinos, en torno al cannabis medicinal, tal como pasa con el petróleo o como se proyecta con la minería.

Niegan una importante fuente de desarrollo, que con un correcto control, normas claras y enfoques participativos, abre a nuestro país importantes oportunidades en este mercado, ya que reunimos características geográficas, humanas y climáticas que nos convierten en un lugar del mundo con gran potencialidad para el desarrollo de dicha industria, máxime en tiempos de crisis económica inducida por el gobierno central.

Más frente a esta posibilidad emerge, como una sentencia divina, la voz de pseudo especialistas, que por el hecho de haber estudiado un área científica, asumen que son portadores de la verdad, aunque su data e interpretaciones sean terriblemente desactualizadas, como es el caso de la doctora Julieta Sagnay, quien no solo es un camaleón de la política, sino del discurso público.

En realidad, lo que representan dichos sectores es el miedo, la ignorancia y el dogmatismo militante. Existen elementos que se anclan en discursos catastróficos y manipulados, como aquel que confunde la H con el cannabis, que tiene asidero a nivel popular en donde la pobreza y la falta de educación relacionada con el clasismo político del puerto principal, esto les hace presa no solo de la heroína, sino de las interpretaciones mal intencionadas de estas personas, así como líderes religiosos sin escrúpulos.

Debemos comprender que Guayaquil es parte del Ecuador, al igual que Quito, y que los problemas de cualquiera de las dos urbes no son precisamente problemas nacionales, sino locales, por más que se rasguen las vestiduras. En ese contexto, las soluciones a los problemas parten por analizar lo local, y no, por obligar al resto del país a pensar desde sus miedos e irresponsabilidades históricas, por eso, problemas como el de la heroína están más relacionados con la redistribución de riqueza y bienes culturales, que con las gotas de aceite medicinal necesarias para mitigar las convulsiones de la epilepsia refractaria.

 

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