Graffiti en Quito: ¿Arte o Vandalismo?

Mecanismos de persecución y expresiones de resistencia

La mañana del domingo 9 de Septiembre de 2018 la ciudad de Quito despertó con un fuerte aspaviento. Un grupo de 20 graffiteros habrían pintado en la madrugada sobre los recién llegados vagones del Metro de Quito, lo cual ha generado un intenso debate sobre el graffiti en la ciudad.

Faltaron solo horas para que la actual administración municipal pusiera el grito en los cielos, esto luego de que la semana pasada la Alcaldía anunciara la inversión de un presupuesto de 1,5 millones de dólares para “limpiar a la ciudad” de graffitis, y realizar trabajos conjuntos de investigación y seguimiento con Fiscalía, Ministerio del Interior y Policía Nacional, que incluyen amenazas de cárcel entre los 3 y 5 años para quienes pinten en espacios públicos.

Esta no es la primera vez que se discute al graffiti en Quito, en la época de alcaldía de Paco Moncayo (2000-2004), el mismísimo expresidente Rodrigo Borja desarrolló una definición del mismo en la segunda edición de su “Enciclopedia de la Política",resumiendo, se citaba:

Palabra italiana que designó originalmente las inscripciones o dibujos trazados en las murallas, paredes y monumentos de las ciudades antiguas. [...] En América Latina la tradición del grafito viene de muy atrás. En el Ecuador, a principios del siglo XIX, al día siguiente de la declaración de independencia de España, se hizo célebre la leyenda: "último día del despotismo y primero de lo mismo" que amaneció pintada en las coloniales paredes de Quito, con la que el pueblo quiso dar a entender de que las cosas no habían cambiado sustancialmente y que el poder colonial de los chapetones simplemente había pasado a los criollosespañoles. [...] Los graffiti son un fenómeno cultural. Para el pueblo, las paredes constituyen la única prensa libre y a través de ellas manifiesta su modo de pensar sobre los problemas de un país, sus críticas al sistema, su sentido del humor, su irreverencia e, incluso, su filosofía de la vida o poesía. Y con frecuencia lo hace con corrosiva ironía contra los detentadores del poder político o económico. (Borja, 2000).

Es decir, incluso para el pensamiento de la época ya se correspondían al graffiti componentes políticos, pero también artísticos y vandálicos. Aunque existen vestigios o antecedentes del muralismo desde hace más de 13000 años en Altamira (España), para Alex Ron (2007), en su libro “Quito una ciudad de Graffiti”, el graffiti que privilegia las imágenes o letras a las palabras o frases, es decir, no literario, nace en Nueva York a mediados de los años 70 a cargo de grupos vulnerables de migrantes latinos y afroamericanos y llega a Ecuador en los años 90. Craig Castleman investigó las líneas que se podían tender entre este tipo de expresiones y el arte, y publicó en 1987 “Los Graffiti”, un análisis y recorrido de esta práctica urbana, así como de sus primeros autores y el paso que tuvieron desde las calles o el metro, hacia las galerías.

Entonces, se encuentran las concomitancias del graffiti con el arte: “su carga de imagen prima, y está dirigido a producir un efecto estético, a arrancar emociones, lo que produce un choque con los valores, o simplemente un estimulante efecto visual” (Silva Armando, 1988). Así las instalaciones u obras de graffiti conllevan estos elementos, pues su imagen está cargada de técnicas y valores estéticos definidos, y sin duda produce emociones contrarias y favorables hacia su práctica y contenidos. Al inundar las ciudades inciden en la estimulación visual y en la percepción de ellas, pero por sobre todo e indudablemente, provocan choques, debates, críticas e incluso pueden provocar guerras como las anunciadas, recientemente, por el Municipio de Quito.

Omar Calabresse (1987) en “El lenguaje del arte” apunta a que “el arte, al igual que el lenguaje es un objeto estructurado, un sistema, sistema porque en su interior establece unidades discretas estructuradas como repertorio, y muestra las reglas de su combinación para la producción de sentido”.

¿Cabe ahora preguntarse por qué las autoridades de la ciudad unas veces están a favor del graffiti y otras veces no? Así mismo es necesario recordar que esto no empezó ni terminará con Rodas y su actual administración municipal.

Recordemos a Augusto Barrera, quién al parecer también tuvo épocas de amistad y desamor con el arte urbano entre 2009 y 2014, en el marco de su administración. Al parecer Barrera había consolidado una forma de campaña y trabajo que le permitiría acompañarse de inmensos sectores juveniles -  su campaña y la de su partido político se desarrolló con graffiti vandálico, así como con muralismo y otros soportes de difusión y publicidad - sin embargo, en 2013, en el año de su nueva campaña para elecciones arremetió contra los artistas urbanos. Según el diario La Hora (2013), la propuesta de la alcaldía consistió en “una a cuatro Remuneraciones Básicas Unificadas, es decir de  292 a  1.168 dólares, se incrementará la sanción económica a quienes realicen pintadas (grafitis) o coloquen afiches”. No conforme con eso también anunció acciones penales contra autores de graffitis que correspondían a una lucha social por la protección y conservación del Yasuní: “Barrera anuncia acciones penales contra quienes pintaron graffitis por el Yasuní” (La República, 2013), misma estrategia política hoy usada por Rodas. ¿Coincidencia o acción evasiva?

Tanto Barrera como Rodas no han gozado de mucha popularidad entre sus votantes, sobre todo en la segunda parte de sus mandatos, y, al parecer, cualquier tema les resulta importante para desviar la atención de serios cuestionamientos en su labor. En el casi de Rodas bastamencionar los siguientes escándalos: El transporte público y los Quito Cables; el sobreprecio en el Metro,  el posible saqueo y destrucción de vestigios arqueológicos; los botaderos y rellenos sanitarios donde hubo la muerte de un recolector; el asesor sin pagos que presumiblemente lavaba dinero del narco; la revocatoria del mandato que va de parte de organizaciones animalistas y se expande a otras; el estado del pavimento de las calzadas quiteñas; el cumplimiento de menos del 30% de su oferta de campaña; y últimamente el escándalo sobre la recolección de basura y los cuestionamientos a carros recolectores aún útiles que fueron chatarrizados.

Es decir, este acto vandálico le cae a Rodas como anillo al dedo: le ayuda a desviar la mirada de todas y todos los ciudadanos de los temas importantes y críticos sobre la ciudad, porque frente al caos imperante en la administración, la indignación personal y espectacularización de unos jóvenes graffiteros es la mejor opción. Frente a un público quiteño embelesado en las redes sociales, con características sociales curuchupas y mojigatas, que a partir de esos valores se convierten inmediatamente en críticos de arte, es fácil ubicar un tema trivial por sobre otros más estructurales.

¿Y entonces, qué mismo fue eso, arte o vandalismo?

Pues las dos cosas: no deja de ser arte por las características de su instalación, exposición y soporte. Los autores de la obra no colocaron en el vagón sus nombres, tampoco el nombre de sus “Crews” (agrupaciones) como suele ser costumbre, esta vez ubicaron un concepto, una idea, se leía “Vandals” que se puede traducir del inglés como Vándalos o Vandálicos, al referirse a una persona o a un acto u obra, reivindicando para sí esta práctica como forma de emitir un mensaje, sí, tal cuál lo hizo hace más dos siglos Eugenio Espejo, de quien los quiteños se ufanan y enorgullecen. En segundo lugar se encontraron además tres firmas, las mismas citaban “Shuk”, “Skill”, “Surer”, estas pertenecen a tres graffiteros colombianos que murieron en Julio pasado arrollados por un metro en la ciudad de Medellín, cumpliendo una doble función, primeramente de homenaje a colegas extintos y luego ratificando la identidad anónima del graffiti que relega los egos y propone el testimonio de la existencia de un movimiento más que de un autor. En tercer lugar se puede analizar el estado de las relaciones entre la autoridad y los ciudadanos que realizan graffiti, si el alcalde declara, de forma dura, una guerra con inteligencia, fichaje, cacería, armas, policías, cárcel, ¿qué tipo de respuesta podía esperar sino una respuesta dura y un ambiente de hostilidad que fue provocado desde la institución?

Usted, como ciudadano o residente quiteño primero pregúntese si esta ciudad está como está por los graffiteros o por quién los votantes eligieron para llevarnos hasta este punto. ¿Ahora el graffiti sobre el vagón toma más sentido y hasta se ve más bonito, no?

 

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