Alfarismo: referente del proyecto popular por la liberación social y nacional

hjv
Martes 9 de Junio de 2020

Entre 1895 y 1912, el Ecuador vivió la época de los cambios más profundos, protagonizados por las montoneras alfaristas: una gesta heroica que fue también la causa de su inmolación.

La Revolución Alfarista se desarrolló a finales de 1890, el comercio cacaotero de la economía primario exportadora ecuatoriana se encontró en medio del torbellino del mercado mundial. La expansión del capital se generó mediante la exportación, dinamizando el sector agroexportador, claramente ubicado en el mapa regional costeño del país.

Las contradicciones del poder político con el desarrollo de las nuevas relaciones económicas desembocó en una crisis frente a las nuevas modalidades de acumulación; el campesinado nativo de la costa, sumado al campesinado de la sierra, se vieron obligados a migrar a los centros urbanos de retención de capital como Guayaquil ya que “en el agro costeño se desarrolló una economía mucho más dinámica que la de la Sierra, con características inéditas (…), como el pago de salarios, las inversiones de capital y la producción generalizada para el mercado. Y expandióse tanto el comercio exterior como el interno, lo que determinó a su vez, la conformación de un importante sector financiero”.

Así como los trabajadores del campo se establecían socialmente, la oligo-plutocracia costeña se consolidaba con la penetración de capital extranjero. “durante la dominación conservadora los ingresos ascienden a s/.4.325.701, en tanto que en 1909 llegan a s/.16.370.698, cuadruplicándose, por consiguiente, en pocos años. Y cosa parecida sucede con las entradas provenientes de las Aduanas, lo que indica, el incremento del comercio”. Este auge económico permitió a su vez un desarrollo y modernización nacional; y con ello el mejoramiento de las condiciones de vida de la población.

La Revolución contó con luchas de fundamental importancia como la del Gatazo y Guamote, en donde los ejércitos indígenas eran dirigidos por los mismos indígenas y de la talla del Gral. Alejo Sáes ó Manuel Guamán; además con las Montoneras de la Costa al mando de Pedro J. Montero y Flavio Alfaro.

“Cuando el ejército alfarista llegó a la Sierra, baluarte principal del latifundismo, allí se le unió otro gran contingente de nuestras masas populares: el pueblo indio, la víctima más escarnecida por la explotación terrateniente. Diez mil indígenas del Chimborazo, comandados por Alejo Saes y Manuel Guarnan ─ascendidos a general y coronel de la República respectivamente─ se presentaron en Guamote, llevando en sus sombreros la roja cinta liberal, para ofrecer sus servicios al Viejo Luchador. La multitud gritaba enardecida: Ñucanchic libertad ta apamuy amu Alfaro, tucuyrunacuna, guañushun pay ladupi (Nuestra libertad tras Alfaro vamos a encontrarla y todos los runas debemos morir a su lado).

Su ayuda fue decisiva. Un testigo de la época, el comandante Martínez Dávalos relata sobre los indios del Chimborazo en la transformación liberal de 1895, que: “sin ellos no hubiera triunfado en Gatazo ni en ningún otro lugar de esa provincia”, es decir, que la marcha a Quito hubiera sido lenta y muy difícil. El general Alfaro, en el decreto que antes mencionamos, también reconoció los “relevantes servicios prestados a la causa de la libertad y de la raza”.

El 5 de junio de 1895 se efectuó la proclamación de Eloy Alfaro como Jefe Supremo en medio de la insurgencia popular, pero, por otro lado, se proclamaron también los “liberales de paso corto que se acomodaron en el poder y no estaban dispuestos a ir más allá de las reformas administrativas”.

La Asamblea Constituyente de 1896 dio luces al laicismo, la libertad de conciencia y de culto; el quiebre epistemológico entre el dogma religioso y la libertad de pensamiento; la separación definitiva entre la Iglesia con el Estado.

En “La carta Liberal al Pueblo” dio por resuelto la separación Iglesia - Estado. La religión y la Iglesia como institución, perdieron su condición y persona jurídica de derecho público en el Estado. Se emitieron las leyes de Matrimonio Civil y Divorcio. Así mismo, a inicios de 1900 se generó la Ley de Cultos, cuya función era la regulación de la Iglesia y las comunidades religiosas mediante el manejo y control estatal.

La educación fue uno de los sectores más atendidos durante el alfarismo, sector que desde la fundación republicana en 1830 fue de los más olvidados,  “se estableció la instrucción primaria como gratuita y obligatoria, así como la fundación de colegios secundarios y técnicos, de escuelas nocturnas para obreros, etc. Los resultados beneficiosos de estas medidas para la educación son claros: de los 76.162 alumnos que había en 1894, aumentan a 91.921 al finalizar la segunda administración del general Eloy Alfaro.

El plan alfarista de unidad nacional se reflejó en la construcción vial a través del ferrocarril, medio importante en la comercialización y movilización, cuyo convenio se realizó en 1897 con el ingeniero estadounidense Archer Harman. La inauguración del ferrocarril trasandino fue el 25 de julio de 1908.

Uno de los aspectos más importantes en el campo popular -a más del apoyo a la lucha obrera y sindical con el apoyo del cubano Miguel Albuquerque- fue el sector indígena, tal como narra Albornoz Peralta en su libro “Luces y Sombras del Liberalismo” donde describe que en el alfarismo: “el indio fue aliviado de algunas cargas como los diezmos, las primicias, los derechos parroquiales y el trabajo gratuito en las carreteras, la famosa contribución solidaria. Se le fijó un salario mínimo y se trató de frenar en algo los abusos del concertaje.”

Y luego, cumpliendo una promesa y una obligación moral, el alfarismo, mediante el Decreto del 18 de agosto de 1895, exoneró a los indios de la contribución territorial y del trabajo subsidiario, terribles cargas que pesaban sobre sus espaldas”, sin embargo, el problema fundamental de la eliminación de los rezagos semi-feudales no fueron resueltos.

La reivindicación de la mujer ocupó un lugar importante, los alfaristas conocían la injusta realidad, frente a esto, generaron todas las viabilidades para resolverlo; Alfaro en el discurso de la Asamblea Constituyente del 2 de junio de 1897 se refirió sobre el tema: “Nada hay más doloroso como la situación de la mujer en nuestra patria, donde, relegada a los oficios domésticos, es limitadísima la esfera de su actitud intelectual y más estrecho aun el círculo donde pueda ganarse el sustento independiente y honradamente. Abrirle nuevos horizontes, hacerla partícipe en las manifestaciones del trabajo compatible con su sexo, llamarla a colaborar en los concursos de las ciencias y de las artes: ampliarle en una palabra su acción, mejorando su porvenir es asunto que no debemos olvidar… Pero como no es posible quedarse en el principio, corresponde a la Asamblea de 1897 perfeccionar la protección iniciada dictando leyes que emancipen a la mujer ecuatoriana de ese estrechísimo círculo en que vive”.

Las reivindicaciones de la mujer, no fueron voluntad simple del alfarismo, sino el reconocimiento ganado en la lucha de las combatientes revolucionarias como: la bolivarense Joaquina Galarza de Larrea, las coronelas manabitas como Filomena Chávez de Duque, o la esmeraldeña Delfina Torres de Concha con cuyo compañero de vida combatió por el alfarismo; las guayasenses Rosa Villafuerte de Castillo, Cruz Lucía Infante y Delia Montero Maridueña, integrantes de las montoneras de Los Chapulos, las conocidas Juanas de Arco.

Con los avances sociales parecía que el alfarismo se consolidaba; sin embargo, en la primera década de siglo XX, el liberalismo se encontró ampliamente fragmentado. Para el gusto de muchos liberales “reaccionarios”, se había ido demasiado lejos y ellos no estaban dispuestos a correr el riesgo de que se afecte a sus sagrados intereses; sobre todo la propiedad de la tierra, único camino para la redención de miles de campesinos e indígenas, parias en su propia patria.

A inicios de 1900, el placismo encaminó su estrategia criminal y para 1912 los Alfaro y principales revolucionarios tuvieron un cobarde asesinato.

Sin embargo, el alfarismo dejó los cimientos de una institucionalidad democrática, soberana y modernizante, pero lo más esencial es su trascendencia histórica como referente del proyecto popular de liberación social y nacional, el cual se encuentra todavía inconcluso.

 

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