Marx y la periferia capitalista: un camino a transitar

América Latina
Domingo 20 de Mayo de 2018

Tal vez el título del libro que escribiera el intelectual argentino José Aricó sobre la relación de Karl Marx con nuestra región, Marx y América Latina, pueda resultar un indicio para dar cuenta de la preocupación teórico-política de la que nos ocuparemos brevemente en estas páginas. Partimos del síntoma que representa el “y” que podemos hallar al interior de dicho título. Pues ese “y” es, al mismo tiempo, el que separa y el que produce la unidad entre las palabras que componen el título. El desencuentro histórico que ha generado la parte de la separación, se transforma en la razón de ser de aquel libro de Aricó, en aras de producir un corpus teórico que logre fundir ambas categorías en un concepto unitario: el marxismo latinoamericano.

Lo interesante de aquel trabajo clásico de Aricó es que para explicar las causas del desencuentro histórico entre socialismo y movimiento de masas en América Latina retorna precisamente a Marx, y se dedica a escudriñar todos aquellos escritos del filósofo de Tréveris, de Engels, e incluso los documentos de la II y la III Internacional Comunista, que fueron destinados a reflexionar sobre la realidad latinoamericana.

Pues bien, siguiendo el camino trazado por Aricó, aquí nos interesa retomar dos piezas clásicas de la obra de Marx, para pensar cuáles fueron los dos extremos entre los que osciló su pensamiento a la hora de abordar la realidad de América Latina. Dos extremos que podríamos ubicar, por un lado, en “el movimiento general de la época” (utilizando la expresión de René Zavaleta Mercado), y por el otro, en la realidad específica de la periferia capitalista.

El primer extremo se puede hallar, sin dudas, entre muchos otros textos, en el Manifiesto comunista. Allí Marx y Engels describen con asombro las transformaciones que han sido producidas por el desarrollo de las fuerzas productivas desde la instauración del capitalismo como modo de producción, con la conformación del moderno mercado mundial. Se trata de “la época de la burguesía”, donde ha nacido y se ha consolidado una clase, según Marx y Engels, de carácter revolucionario. Para ambos autores, jamás en la historia una clase había conseguido revolucionar de semejante forma el terreno de la producción. Afirmaban allí: “La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes (…) Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”(Marx y Engels, 2003, 30).

No es necesario ser demasiado malicioso para identificar aquel trabajo clásico de Marx y Engels con la ideología del progreso. Aquella “conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales” era relatada con asombro en el Manifiesto, y aun cuando allí también eran diagnosticados todos los males sociales que el capitalismo acarreaba consigo, no por ello el progreso dejaba de ser entendido como algo que inevitablemente debía suceder. Esa es la razón por la cual Marx escribiría artículos (como aquel famoso sobre la dominación británica en la India, narrado en una carta de 1853) celebrando el avance del capital sobre regiones periféricas, asimilándolo con el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Ello no implica que Marx y Engels dejaran de rechazar la política colonial, pero sin embargo persistía de cualquier manera en ellos un prejuicio ideológico que obstruía mirar a la periferia con otras lentes que aquellas que la identificaban con un conjunto de “países bárbaros” (Sacaron, 1972).

Ahora bien, frente a tal actitud, desde ya reprochable en nuestros días con el beneplácito de los siglos transcurridos, podemos hacernos el siguiente interrogante: ¿era posible que Marx y Engels, al tiempo que desplegaban su lectura acerca del modo de producción capitalista, pudieran evitar la tentación de caer en los prejuicios propios de la ideología del progreso? No quisiéramos exculpar a los padres fundadores del marxismo por tales lecturas, pero sospechamos que probablemente en aquellos años revolucionarios del capitalismo resultaba muy difícil superar ciertos prejuicios de época, en un contexto como aquel de mediados del Siglo XIX, en que “todo lo santo era profanado” por el espíritu desafiante del capital.

Dicho eso, podemos encontrar un segundo extremo en la obra de Marx para pensar su relación con la periferia. En su vejez, los borradores escritos para el intercambio epistolar que mantuviera con la militante populista rusa Vera Zasúlich poco tiempo antes de su muerte, dan cuenta de otro vínculo con el Tercer Mundo. Allí, frente a la pregunta de Zasúlich por la posibilidad de transitar al socialismo en Rusia sin pasar por las “etapas” que habían atravesado los países de Europa central, Marx nos brinda una respuesta que puede ser entendida como una verdadera lección de método. Pues el autor de El capital reserva expresamente aquella “fatalidad histórica” a los países de Europa Occidental (Marxs y Engels, 1980, 31).

Retomando aquellas cartas de Marx no pretendemos concluir que existe una singularidad de las naciones periféricas capaz de convertirlas en exóticas. Tampoco quisiéramos dar a entender que ellas podrían quedar apartadas de las leyes de tendencia generales estudiadas por Marx en El capital. Pues aquello que sí resulta inevitable en “la época de la burguesía” es la inscripción de la periferia en un modo de producción que por primera vez en la historia ha asumido un carácter universal. Pero lo que nos enseña Marx en la carta a Vera Zasúlich, y que nos interesa destacar aquí, es que la construcción de las alternativas societales y políticas al capitalismo no son universales. Tienen sus historias propias, sus sujetos históricos, sus tradiciones. Allí, Marx es terminante en cuanto a afirmar la complejidad del desarrollo histórico, irreductible a un cúmulo de elucubraciones teóricas.

En ese campo, el de las formaciones económico-sociales (un concepto que le debemos al propio Marx), el filósofo de Tréveris nos ha dejado mucho por explorar. Ello no significa que debamos abandonar a Marx. Sino más bien implica nutrirnos de su obra como un pensamiento vivo. Porque, como ha dicho René Zavaleta Mercado, el marxismo no es una piedra filosofal que pueda contener todas las verdades, ni tampoco una summa feliz, de la que puedan deducirse en su nombre todas las revoluciones (Zavaleta, 1990).

La teoría marxista ha sentado las bases para inteligir el modo de producción capitalista. Marx no ha podido, aun si ello hubiera sido realmente posible, establecer las coordenadas para comprender los elementos invariantes de la periferia capitalista. A 200 años de su nacimiento, la mejor forma de mantener vivo a Marx es desarrollando el marxismo, imaginando conceptos, categorías, metáforas, en fin, herramientas teóricas, con las cuales pensar el socialismo en nuestra región. Esa y no otra, será la forma de sellar la definitiva unidad entre Marx y América Latina.

Bibliografía:

Marx, Karl y Engels, Federico (2003): Manifiesto comunista. Buenos Aires, Prometeo.

Marx, Karl y Engels, Federico (1980): II. El porvenir de la comuna rural rusa. México, Pasado y Presente, Cuaderno N°90.

Scaron, Pedro (1972): “A modo de introducción”, en Karl Marx, Friedrich Engels. Materiales para la historia de América Latina. Córdoba, Pasado y Presente, Cuaderno N°30.

Zavaleta Mercado, René (1990): “Ni piedra filosofal ni summa feliz”, en El Estado en América Latina. La Paz, Los amigos del libro.

 

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