La necropolítica del capitalismo o como nos dejan morir

despoblamiento
Domingo 14 de Julio de 2019

“Nos vamos por miedo. Lo que está en juego es nuestra vida y nuestra dignidad. El exilio es brutal, lleno de incertidumbre y dolor, te lleva por los campos del desprecio y la humillación. En realidad es nuestra propia tierra la que nos ha abandonado, sus soles ya no nos pertenecen, sangra el país de infancia. Pero hay otras tierras donde en resistencia se sana, tomate de mi brazo, mi comida es tuya, mi techo te cubre, te abraza mi tierra, residen aquí ahora tus raíces. Si bien el exilio es solitario, también se crean comunidades  que van poco a poco resignificando y dándole sentido a la existencia”. (Koulsy Lamko y Saffa Fathy, sobre el exilio, 2019)

En estos últimos años, el mundo ha experimentado un crecimiento en la oleada migratoria. Las guerras, la explotación de la tierra, el narcotráfico, la trata de personas, los monocultivos industriales  y la pobreza que crea el capitalismo salvaje, ha diseñado situaciones en que el desplazamiento forzado de personas es la única alternativa que encuentran miles de familias para sobrevivir. Migrar es un derecho humano, sí, nadie es ilegal; pero sí es un crimen de lesa humanidad,  forzar las condiciones materiales de vida, hasta el punto de que dejar la tierra de origen sea la única alternativa de vida, para ver si se encuentra, más allá de la frontera, algún tipo de esperanza.  

El capitalismo es un creador sistemático de injusticias. Es en este marco neoliberal, que se ha generado una sistemática e intencionada forma de hacer política, en la que dejar de hacer cosas desde los Estados, reduciéndolos, limitándolos, deslegitimándolos, es justificable. Es el mercado y sus lacayos quienes hacen política, dejando de garantizar educación, salud, seguridad, trabajo: el dejar morir. Además de que se crean políticas migratorias que vulnerabilizan aún más a las personas víctimas de movilidad forzada, al dejarlas en un limbo legal y de acceso a derechos humanos elementales. No es curioso en absoluto, que a quienes se deja morir es a las y los pobres, las y los oprimidos del mundo, a la naturaleza y sus seres vivos;  y tampoco es curioso, que los despoblamientos forzados se den precisamente donde más recursos naturales y minerales existen. Siempre hay ganancias económicas para el capital en el despoblamiento forzado.

Esta semana fuimos testigos del maltrato y la falta de debido proceso en el tratamiento de los casos de 38 familias (126 personas) solicitantes de refugio.  Tanto el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), como el Estado ecuatoriano, les fallaron enormemente, en cuanto sus vidas nunca fueron resguardadas adecuadamente, nunca se dieron acciones eficientes para su integración, ni siquiera se les ofreció información clara y precisa. El trato por parte de las autoridades e instituciones  demuestra una normalización de una violencia silenciosa contra estas familias, y contra la gran mayoría de personas en estado de movilidad.

No son el desplazamiento ni el despoblamiento forzado fenómenos ajenos al momento histórico y político en el que nos encontramos. El capitalismo ha creado una maquinaria de desechabilidad humana, un permitir habitar la marginalidad de la vida digna. Adriana Estévez llama bolsones de desechabilidad a estos espacios donde el capital ha decidido acumular a la gente que se ha visto forzada a migrar. Las caravanas migrantes que cruzan el mediterráneo, la frontera vertical entre Honduras-México, quienes bajan desde Venezuela y Colombia hacia el Cono Sur; son el resultado de políticas de muerte, en el que el mercado se ha colocado por encima de las personas y la vida en general. No es coincidencia que el fascista Bolsonaro haya llamado a las y los migrantes “la escoria del planeta”, ni que el supremacista blanco Trump haya declarado abiertamente la guerra contra migrantes. 

Estos neofascismos no solo dejan morir, sino que permiten matar. Como sociedad tenemos la responsabilidad de despertar y sacurdirnos de estos discursos de odio del pobre contra el otro pobre. Esa lucha contra los migrantes que curiosamente “nos roban el trabajo y al mismo tiempo viven del Estado” se enmarca dentro de las mismas políticas que desarticulan y descalifican a organizaciones y movimientos con consciencia de clase, de género y ecológica. La política contra migrantes es  la misma que no nos permite ver la perversa trama del capitalismo en nuestras vidas y las vidas de los que nos rodean. Organización anticapitalista, resistencia popular y solidaria.

 

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