La imagen secuestrada del indio

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Las palabras indio o indígena han sido utilizadas desde la conquista para agrupar al conjunto de pueblos y nacionalidades que habitan el Abya-Yala como si fueran un solo grupo, borrando así las particularidades de cada cultura que ha habitado históricamente este territorio. Fue ese el primer ejercicio de homogenización, que después sería complementado con la expedición de leyes que buscaban eliminar nuestras prácticas culturales.

Siglos después, se mantiene el proceso de estandarización, con el continuo accionar que pretende -desde todas las esferas- eliminar la realidad heterogénea de los pueblos indígenas de América, creando un falso imaginario sobre los indígenas. Desde la conquista, por ejemplo, en los textos de Juan Ginés de Sepúlveda (Sepúlveda [1550] 1996), los pueblos del Abya-Yala fueron representados como gentes “bárbaras, sin cultura y civilización”, ideas que fueron reproduciéndose y mutando en el tiempo. Y continuamente otras representaciones sobre el indígena se han ido produciendo y difundiendo.

Estas representaciones son el inicio de imaginarios o estereotipos que se quedan anclados a cierto colectivo o grupo cultural, en este caso los indios. Una manera de rastrear estos imaginarios es observar los diversos productos culturales que circulan en un “colectivo”, como aquellos que dan cuenta de la presentación que un grupo humano tiene sobre otro. Y lo podemos rastrear en el cine, el arte pictórico, la literatura o el discurso.

Uno de los movimientos estéticos representativos en América fue el indigenismo, que en el Ecuador tuvo especial fuerza en la propuesta de varios artistas. Tanto en las pinturas como en las novelas, se representó al indio como explotado, sufriente, sucio y anclado al campo. Sin irnos muy lejos en el tiempo, en varias producciones del cine ecuatoriano observamos que la imagen del indio es la de trabajador de hacienda, pobre, o en el papel de empleada(o) doméstico.

En mayo de este año, cuando culminó la muestra pictórica “Desmarcados” realizada en el Centro Cultural Metropolitano, que, entre sus objetivos pretendía realizar una “reflexión crítica sobre los modos presentes y latentes de mostrar y mirar al indígena […]”, simplemente fue un recorrido histórico sobre indigenismo, y nunca planteó ningún ejercicio de “demarcación”, por el contrario, se volvió a repetir el imaginario existente sobre el indígena.

Respecto a esta muestra - y en general -cabe preguntarse ¿no existen artistas indígenas que promuevan una representación contemporánea sobre los pueblos y nacionalidades? La respuesta es clara, sí existen, pero ¿por qué estas nuevas propuestas de los pueblos y nacionalidades, no circula e ingresa en los circuitos oficiales de arte, literatura y cine nacional?

Lo que se observa es que la autorepresentación de los indígenas no circula; existe, pone en tensión a la representación hegemónica que existe sobre el indio, pero no logra reemplazarla ni difundirse, podríamos decir que no es permitida. Silvia Rivera señala que existe un “indio permitido” (Hale 2004), mientras que aquello que va por fuera de los cánones establecidos  no sale, no se ve o se invisibiliza.

Si bien la imagen hegemónica del indio ha sido creada y difundida por un sector blanco mestizo, también los indígenas hemos difundido, especialmente a través del discurso, ciertas ideas sobre nosotros mismos. En especial alguna dirigencia, que no deja ver lo diverso de las nacionalidades indígenas ni sus contradicciones. La academia y también la izquierda ha reproducido un estereotipo de donde sale una mirada idealizada, igual de peligrosa que aquella que nos ha tildado de incivilizados.

La imagen “permitida del indio” se ha ido reproduciendo por los mismos indígenas. Muchas veces si una indígena crítica al movimiento indígena o a algunos de sus dirigentes o personalidades públicas, enseguida es calificado de “colonizado, posmoderno o aculturizado”.

El sector indígena en la política

En 1990, el levantamiento del Inti Raymi, fue una irrupción de la identidad de los pueblos y nacionalidades donde se consiguió retomar nuestra agencia, para poder enunciar demandas con nuestra propia voz. A partir del 90 se habla de líderes políticos e intelectuales indios (no es que ante no existiesen, sino que ahora la representación antigua del indio se pone en tensión), y es a partir de este momento que hay un quiebre y se determina al indígena como sujeto político clave en el Ecuador.

La irrupción del movimiento indígena en los años 90 demostró un nivel de organización que posibilitó la expresión de demandas a través de una sola voz, existía un acuerdo, un consenso sobre ellas, y sobre cómo manifestarlas. No significaba que en ese entonces la realidad haya sido homogénea, sino que se generaron los mecanismos para organizar, debatir y consensuar deseos y demandas.  Hoy en día el movimiento indígena no tiene esa unicidad sobre la voz, ni compactación en las demandas, y no porque las demandas hayan sido satisfechas.

Quizás el trabajo de años previos al levantamiento permitió a sus dirigentes conocer muy bien esa compleja realidad, había articulación y consenso. Ahora mismo, ese proceso se ha ido diluyendo entre los diferentes actores del movimiento indígena.

Es evidente que ante la coyuntura actual que viven los pueblos y nacionalidades no ha existido un trabajo que permita volver a un estado de organización de las demandas. Me atrevo a decir que en primera instancia la dirigencia del movimiento indígena no tiene las herramientas para poder interpretar y proponer esa realidad que ha cambiado tan aceleradamente, lo cual pone en evidencia la separación de las organizaciones y los políticos, de intelectuales o indígenas formados en el campo de las ciencias sociales, que les permita un mejor trabajo. Es decir que no se ha logrado una articulación o la creación del intelectual indígena orgánico.

Varios autores poscoloniales como Homi Bhabha (Bhabha 2002)  han planteado que es fundamental expresar y entender las diferencias, pero esto es posible sí es que estas son enunciadas por sus mismos actores, y sí estas circulan. Es un paso previo para el trabajo político de sectores oprimidos, ya que eso genera identificación, y permite, a través de la organización de ese deseo, tensionar el orden hegemónico e incluso hacerlo retroceder.

Romper la imagen del indio a través de la enunciación de nuestras diferencias para constatar nuestra propia heterogeneidad es imprescindible para generar un nuevo consenso sobre las demandas y proyectos políticos.

 

Bibliografía

Sepúlveda, Juan Gines de. [1550] 1996. Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

Bhabha, Homi. 2002. El lugar de la cultura. Buenos Aires: Mnantial.

Hale, Charles. 2004. «El protagonismo indígena, políticas estatales y el nuevo racismo en la época del indio permitido.» “Construyendo la paz: Guatemala desde un enfoque comparado,” organizado por la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala . Ciudad de Guatemala: CEDET. 1-13.

 

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