El marxismo, lo real y lo material

monstruo de mil caras
Martes 1 de Noviembre de 2022

“Real es lo que nos afecta (exista objetivamente por fuera de nosotros o no). Lo que nos afecta de algún modo, existe”.

Nahuel Michalski

“Todo lo real es material”.

Santiago Armesilla [1]

La clase trabajadora es el sujeto político fundamental del marxismo como método, y del comunismo como proyecto histórico. Si bien esta afirmación es en apariencia una obviedad, la omisión de la complejidad que de ella se desprende ha truncado y trunca hasta hoy los procesos revolucionarios. Una militancia comunista honesta implica el reconocimiento de la condición cambiante de la lucha de clases. Es cierto que la estructura general de esta lucha sigue determinada por elementos que perduran desde hace siglos: la extracción del valor del trabajo de las masas proletarias por parte de la minoría burguesa; la enajenación de la voluntad del proletariado en favor de la acumulación capitalista; la negación de las necesidades del lxs trabajadorxs según la conveniencia de la clase dominante.

Más allá de esto, a estas alturas deberíamos tener claro que la comprensión de los elementos generales de un problema nunca es suficiente para enfrentarlo: el diablo se esconde siempre en los detalles. Lxs marxistas tenemos que recordar que pretender posicionarnos del lado de la clase trabajadora sin reconocer su transformación incesante –dialéctica- o, peor aún, reduciéndola a definiciones estáticas e imponiéndole lo que debe o no ser, esto inevitablemente nos introduce en las lógicas de la opresión burguesa. Marx y Engels fueron explícitos respecto a que lxs comunistas “no tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario”.  Nuestra tarea histórica es clara: somos la primera línea de defensa de lxs trabajadorxs; somos la vanguardia vigilante frente al vampiro transformista del capital.

Nunca se ha tratado de una tarea sencilla: el capitalismo global es un engendro despiadado y poseedor de mil disfraces, con los que se infiltra en nuestra existencia desde los lugares más inesperados.  Sabemos ya que la burguesía está dispuesta a todo, a sangre y fuego, para mantener el control sobre las condiciones materiales de nuestra vida, y para ello no deja de inventar estrategias cada vez más retorcidas y perversas (económicas, bélicas, políticas y psicológicas). Es posible que la más efectiva y sutil de todas ellas, y por ende la más macabra y brutal, la que más socava la identidad colectiva y el potencial revolucionario de la clase trabajadora, sea la manipulación sistemática del deseo y del placer del proletariado.

Los problemas del placer y del deseo en el sistema capitalista merecerían por sí solos una serie de artículos, cuando no un tratado, para ser analizados con la profundidad y rigurosidad que ameritan. No obstante, ponerlos sobre la mesa da cuenta de cómo la lucha de clases se libra en múltiples niveles que van más allá de lo corpóreo y lo palpable, pues la misma tiene lugar al interior de cada psique y de cada subjetividad.  Abordar la realidad desde un enfoque materialista dialéctico-histórico efectivo implica la comprensión de que no hablamos de un materialismo tosco y burdo de la carne y las cosas sin más. La gravedad no puede verse ni tocarse pero sus efectos sobre nuestro planeta son ineludibles e innegables, de modo que nos enfrentamos a un fenómeno radicalmente material.

De la misma manera aquello que acontece en nuestras conciencias, la rabia, el amor, la desesperación, la frustración, la tristeza, la desconfianza, el resentimiento, la alegría, la melancolía, el odio, el desencanto y la euforia también tienen efectos sobre la realidad. Si bien en sí mismos no son palpables ni tangibles, en modo alguno podemos afirmar que no son materiales, pues en primera instancia tienen lugar en cuerpos concretos y, en segunda, determinan cómo estos cuerpos interactúan con su entorno y entre sí. Ahora bien, es evidente que el abanico de sensaciones, emociones e ideas que experimentamos, y por ende nuestras subjetividades surgen al interior de geografías, devenires históricos, modos de producción y sociedades políticas específicas: lxs marxistas lo tenemos claro.

Dicho esto, es indispensable no perder de vista que las subjetividades que emergen de los sistemas sociopolíticos y económicos forman parte de la materia que constituye lo real, y si bien se derivan de las circunstancias físico-corpóreas (apropiación de recursos, condiciones de trabajo, organización social, acceso al alimento y la salud, poder militar, etc.), a su vez condicionan las dinámicas y los términos en los que los sujetos se relacionan con esas circunstancias. Y así como la sociedad burguesa y la lucha proletaria se configuran y reconfiguran permanentemente desde la contingencia, la contradicción y el choque de fuerzas antagónicas, esta afirmación puede extenderse a las subjetividades individuales: la dialéctica materialista se da tanto en la integralidad como en la especificidad.

Volviendo sobre los párrafos iniciales de este escrito, todo lo expuesto anteriormente no cambia el horizonte sustancial de nuestra lucha como militantes comunistas: la colectivización de los medios de producción y la riqueza social, la abolición de la estructura de clases, la eliminación de cualquier dinámica de explotación, la defensa incondicional del proletariado. Sin embargo, sí supone una exigencia de alerta permanente respecto a la praxis cotidiana mediante la que construimos la ruta hacia ese horizonte. Así, entre otros, un error recurrente de numerosxs camaradas es hablar de la clase trabajadora de manera idealizada, condescendiente o con base en una serie de supuestos dogmáticos que impiden entenderla en su condición cambiante, ambigua y contradictoria, es decir, material-dialéctica.

Lxs trabajadorxs del mundo conformamos una subjetividad colectiva, ya que padecemos como conjunto de los múltiples y crecientes mecanismos de la desposesión capitalista, pero eso no significa que la construcción permanente y móvil de esa subjetividad no esté llena de confusión, ambivalencia, multiplicidad y disputas. Un obrero textil cordobés de mediana edad siente, piensa, se indigna, desea, se expresa, fantasea, sueña, se percibe a sí mismo y percibe la realidad de manera muy distinta que una trabajadora y militante trans quiteña de 25 años. La explotación se ejerce de forma muy diferente sobre sus cuerpos; y nada en esta heterogeneidad les despoja de su pertenencia a la clase obrera, aunque una de las grandes victorias de la burguesía sea hacernos creer que sí.

Cada vez se vuelve más urgente para nuestra lucha reconocer a la clase trabajadora en su problemática diversidad. Nuestra labor como comunistas no radicará jamás en ser la policía o el ente rector del proletariado, emitiendo dictámenes totalitarios sobre su comportamiento o su deseo. Nuestra labor, nuestra auténtica deuda con la realidad material que habitamos e integramos, consiste en descubrir y señalar persistentemente dónde están nuestros verdaderos enemigos, y en combatir con ferocidad cualquier miserable estrategia que pretenda transformarnos en opresores de nuestrxs camaradas.

 

[1] Si bien considero que esta cita resulta sugerente y pertinente para abrir interrogantes respecto nuestra teoría y praxis revolucionarias, es necesario dejar en claro que no adhiero a la posición de Armesilla ni a los postulados de su movimiento (Vanguardia Española), los cuales considero en gran medida reaccionarios y contraproducentes para la militancia comunista.  

 

Mural: Colectivo Metzican, Toluca-México