Afganistán: la hipocresía de Occidente

AFGA
Lunes 23 de Agosto de 2021

Simultáneamente a la vergonzosa retirada militar de EE.UU. de Afganistán -después de casi dos décadas de ocupación imperialista- los medios hegemónicos y las organizaciones humanitarias -ante todo la ONU- vuelven a alertar de la amenaza de un régimen talibán en contra de los derechos de las mujeres. 20 años de ocupación de nada sirvieron para crear un marco democrático en Afganistán y por ende tampoco en cualquier otro territorio del mundo. Se devela una de las falacias de Occidente: ni la democracia, ni los “valores” liberales son exportables. La careta de la democracia burguesa termina -como siempre- siendo una pobre excusa legitimante de Occidente para ampliar su injerencia imperialista.

En la actualidad, la maquinaria propagandística occidental vuelve a recurrir al mismo libreto que llevó a la intervención en un primer momento. El Norte global vuelve a enarbolarse del discurso democrático burgués, centrado en una visión liberal que incluye los derechos humanos. Todo esto para pedir nuevamente una alianza internacional en contra del fundamentalismo islámico, creado por el propio imperialismo. Si Occidente invade y ocupa un territorio como Afganistán, asesinando a más de 200.000 personas en el proceso, poco o nada le importan los derechos humanos.

La burka es la imagen más frecuentemente replicada en portadas de medios y redes sociales desde el retiro de las tropas yanquis, como símbolo de la subyugación de las mujeres frente al venidero régimen fundamentalista islámico que se desarrollará en el autodenominado Califáto Islámico de Afganistán. Ciertamente, la aplicación de la lectura fundamentalista del Islam por los Talibanes como ley suprema, implementará una teocracia en territorio afgano. No obstante, este argumento no debe dejar lugar alguno a interpretaciones. No es la primera vez que EE.UU. aplica el libreto de la intervención y el gobierno títere, desembocando en una revolución o movimiento reaccionario, basado en el fundamentalismo islámico. La Revolución Iraní de 1979, la cual instauró un régimen teocrático antiimperialista y antioccidental de índole fundamentalista, fue presidida por un golpe de Estado financiado por la CIA en 1953. En el caso de Afganistán, los muyajedines y sus sucesores, los Talibanes y Al Qaeda, son producto directo del financiamiento, entrenamiento y apoyo logístico militar del Departamento de Estado en su lucha contra el comunismo.

A dos décadas de la intervención militar de Occidente en Medio Oriente y Asia, la cual desembocó en la invasión imperialista yanqui en 2001, Afganistán vuelve a ser el escenario central de la disputa imperialista global. El retiro de las tropas estadounidenses, después de 20 años de “guerra contra el terrorismo”, demuestra que EE.UU. no ha sido capaz de materializar misión militar alguna con éxito después de la Segunda Guerra Mundial. La victoria sobre el fascismo en Europa hubiese sido inconcebible sin el Ejército Rojo. EE.UU. es ante todo, un ejército imperialista y como tal, garantiza su injerencia en términos hegemónicos, creando las condiciones para la perpetuación de la intervención militar. Una suerte de guerra perpetua.

La reconfiguración del tablero geopolítico en torno a Afganistán tiene repercusiones tanto regionales como globales. Los Estados imperialistas de EE.UU. y China libran una guerra global en términos económicos y comerciales, disputándose territorios de influencia en cuanto a recursos naturales -materia prima del Sur- indispensables para la gran mayoría de procesos productivos tecnológicos. Ante la retirada de EE.UU. y frente al interés del gobierno chino de incorporar a Afganistán a la Ruta de la Seda, China podría tomar la delantera.

Los yacimientos de litio, cobre, petroleo, gas natural y tierras raras en Afganistán, son de interés primordial para el capital global. En el caso de que los Talibanes garanticen la explotación y las redes de suministro de minerales codiciados por el imperialismo, bien podrían pasar a ser tolerados como régimen a escala regional y global. Cuando impera el interés del capital, volviendo a la hipocresía del discurso occidental, nuevamente poco o nada importa la vida. En su codicia por materia prima, el Norte ha financiado y apoyado explícitamente a incontables dictaduras y procesos (proto)fascistas, con tal de asegurarse el flujo de recursos. El Estado Islámico ha demostrado que grupos fundamentalistas islámicos pueden ser un aliado local al capitalismo imperialista global, comerciando petróleo en sus territorios ocupados durante 5 años con Turquía e Irán.

En medio del panorama actual en Afganistán, desde Occidente se multiplican las voces que piden una intervención humanitaria por la protección de los derechos de las mujeres. Colectivas feministas liberales a lo largo y ancho del planeta, además de los propios Estados imperialistas del Norte y ONGs humanitarias, pretenden demostrar una solidaridad de tintes coloniales con las mujeres y el pueblo afgano, siendo una vez más portavoces funcionales al capital imperialista global. Todos estos llamados parecen connotar el preludio de una posible intervención humanitaria. No sería la primera vez que esta estrategia se implementa después de una ocupación o invasión. Tan solo en Afganistán en los últimos 20 años, existieron dos misiones humanitarias de la ONU, en 2002 y 2015, conjuntamente con el inicio y el fin de la misión ISAF de la OTAN.

La estrategia comunicacional que los medios hegemónicos aupan en torno a los derechos humanos, ha sido utilizada con éxito en el pasado en el contexto afgano antes de la invasión de octubre de 2001, como durante la ocupación imperialista. El informe interno de la CIA “Asegurando el apoyo de Europa Occidental en la misión de la OTAN en Afganistán” datado del 2010, indica que la opinión pública de Francia, Alemania y demás Estados que contribuyen a la misión, puede verse favorable a una permanencia en territorio, si el discurso se vincula a la protección de los derechos de mujeres y niñas. El mismo informe indica que: las mujeres afganas podrían servir de mensajeras ideales para humanizar el papel de la ISAF en la lucha contra los talibanes”. El feminismo liberal en este contexto -como todo instrumento del capital para el mantenimiento de su hegemonía ideológica y material- termina siendo una herramienta servil a los intereses del imperialismo. A Occidente le conviene que Afganistán pase a ser lo que el liberalismo denomina un “Estado fallido”. Este resultado de su intervención imperialista aseguraría para el Norte global que Afganistán permanezca como su as bajo la manga, un territorio sujeto a una intervención a conveniencia de la industria armamentista, o de la infinita sed de apropiación de recursos del libre mercado.

Paralelamente al discurso occidentalista que reclama una intervención humanitaria por las mujeres y niñas afganas, estas últimas se han organizado y resistido desde hace décadas en territorio al régimen talibán. Las mujeres revolucionarias del Afganistán reconocen tanto al imperialismo como al fundamentalismo islámico como sus dos grandes enemigos, tanto para la autodeterminación de los pueblos como de las mujeres. Las luchas del pueblo kurdo, por medio de sus brazos milicianos -las filas de las YPG y las YPJ-, representan un ejemplo de resistencia y victoria de los pueblos libres del mundo en contra del Estado Islámico en Irak y Siria. Tanto la victoria kurda como el actual panorama afgano demuestran que únicamente los propios pueblos se liberan a si mismos. Solidaridad eterna con las mujeres kurdas y afganas. Que no quepa la menor duda: Afganistán resiste.

 

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