Los efectos de la guerra imperialista en Europa
En el mes de octubre de 2022, la tasa de inflación en Alemania llegó al 11,6 %, algo sin precedentes desde hace al menos cuarenta años. La inacabable guerra en Ucrania tiene mucho que ver con ello. Alemania, como el resto del conjunto de Europa, depende enormemente de los insumos provenientes de Rusia y Ucrania. Estamos hablando del trigo y las materias primas para los fertilizantes, pero, sobre todo, de la energía.
Alemania es la locomotora económica de la Unión Europea. Básicamente, la prosperidad de los países del Sur y del Este de la Unión está ligada a las transferencias comunitarias de los excedentes del negocio industrial alemán -“el sistema europeo de reciclado de excedentes”, como lo llama el economista griego Yanis Varoufakis-, así como a la estabilidad de las primas de riesgo de los bonos de las respectivas deudas públicas -que se computan, precisamente, en comparación con la alemana-. Si el motor alemán se para, gran parte de Europa también se parará.
La Unión Europea ha hecho una apuesta estratégica arriesgada en Ucrania. Se ha colocado, sin ambages, del lado de los norteamericanos y del gobierno de Zelensky, estableciendo duras sanciones contra la economía rusa y entregando armamento a las fuerzas armadas ucranianas. La clase dirigente de la Unión Europea -comandada por su responsable de exteriores, el español Josep Borrell-, responde al vínculo transatlántico que la ha ligado, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, con los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. Las fuerzas armadas europeas están, en su gran mayoría, bajo el paraguas de la OTAN, lo que garantiza la hegemonía norteamericana sobre su formación, capacidad de análisis y recursos.
La clase política europea ha sido formada, en gran medida, por las fundaciones y programas de intercambio académico norteamericanos. La economía europea, en definitiva, depende estratégicamente de la capacidad norteamericana de actuar como gendarme en el Sur global, manteniendo abiertas las economías periféricas a los capitales occidentales. Europa, pues, está ahora en una guerra no declarada con la Federación Rusa, que es su principal suministradora de energía.
Esta guerra no tiene visos de acabarse en breve plazo, porque, en puridad, no es más que un primer episodio localizado de una confrontación mucho más amplia. Lo que se juega en Ucrania no es tan sólo el sostenimiento del gobierno de Kiev, o la soberanía sobre los territorios del Donbás y Crimea. La guerra de Ucrania es el primer acto de un enfrentamiento estratégico que marcará la historia del próximo siglo: la pugna por la hegemonía global entre el Imperio declinante -Estados Unidos- y las potencias emergentes -Rusia, Irán, pero, sobre todo, China-. Un alto el fuego en Ucrania no significará el fin del enfrentamiento, sino, en función de la correlación posterior de fuerzas, el traslado a otro escenario del frente de batalla -Taiwán, Corea, o cualquier otro lugar-. Estamos ante un choque de trenes de dimensión global e histórica, que adoptará formas “calientes” -enfrentamientos armados- o “frías” -guerras comerciales, tensiones diplomáticas- dependiendo del momento, pero que no finalizará hasta que no esté claro quien va a hegemonizar el capitalismo del futuro.
El alza de la inflación en toda la economía global ha llevado a la consiguiente alza de los tipos de interés de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, lo que, unido a la crisis energética y a los cuellos de botella en las cadenas de suministro, llevará a una situación de recesión a la economía europea en el año 2023. Además, la subida de los tipos de interés en los países occidentales provocará fugas de capitales en los países del Sur que, unidas a la crisis alimentaria provocada por la falta del suministro del grano ruso y ucraniano, pondrá en peligro la estabilidad política de un sinnúmero de naciones.
Ante el peligro de un invierno sin gas ruso, Alemania ha lanzado ya un “escudo de protección” para su población de 200.000 millones de euros, que comenzará subvencionando el recibo de gas de diciembre de todos los consumidores minoristas. Sus reservas energéticas están ahora al 99% de su capacidad y el inicio del invierno está siendo más suave de lo acostumbrado. Ha conseguido reducir el consumo energético en más de un 10 % sin que su industria colapse. Ha abierto nuevas rutas de abastecimiento de gas con Noruega, Países Bajos y Bélgica, y espera tener operativas sus primeras plantas re-gasificadoras antes de final de año, que le permitirán recibir Gas Natural Licuado en barcos metaneros desde España, Qatar o Estados Unidos.
La demanda energética china también ha bajado, como un efecto quizás no deseado de la política de “Covid 0” de la dirección política del gigante asiático. Esto ha provocado una leve bajada de los precios internacionales del gas, que se había disparado en los meses anteriores. En un escenario de “demanda en mínimos, reservas en máximos”, Europa se plantea intervenir en el mercado TTF, radicado en Holanda, en el que se fija el precio de referencia en el continente para el gas, y en el que los movimientos de los especuladores han creado una gigantesca burbuja de dinero ficticio que mantiene los precios desbocados.
Sin embargo, la situación no es tan halagüeña como parece. La alta inflación espolea las movilizaciones sindicales en Francia y Alemania. La crisis energética obliga a la Unión Europea a dejar suavemente de lado su ambicioso proyecto de Transición Ecológica, ya que provoca que se reabran minas de carbón y se dé marcha atrás en el cierre programado de centrales nucleares. La Unión Europea cada vez tiene más dificultades para adoptar nuevas rondas de sanciones contra Rusia, ante la posición renuente de socios como Hungría. Los estados del norte y centro de Europa tienen que rescatar o nacionalizar a sus mayores empresas energéticas, que han dejado de percibir el suministro ruso. Grandes gigantes industriales como Volkswagen se plantean desplazar sus plantas alemanas a otros países con un suministro energético más seguro y barato. Para surtir el hueco dejado por el cierre de los ductos rusos en Centroeuropa, España ha aumentado la compra de GNL proveniente de Estados Unidos, Qatar y…la Federación Rusa.
La Agencia Internacional de la Energía avisa que ante el previsible aumento de la de la demanda china, y la enorme dificultad que se prevé para volver a completar las reservas energéticas europeas si la guerra persiste el próximo verano, el problema real de Europa y Alemania no será sobrevivir a este invierno, sino al siguiente. Si los niveles de consumo de gas licuado de China vuelven a ser los de 2021, y Moscú suspende completamente los envíos de gas a Europa en el 2023, Europa podría encontrarse en el invierno del año que viene con un déficit de abastecimiento de 30.000 millones de metros cúbicos y con un volumen de reservas muy disminuido.
Los jóvenes eslavos riegan con su sangre los campos de batalla. Los trabajadores europeos se aprietan el cinturón y se ven desbordados por una inflación acelerada en los productos básicos. Las masas desposeídas del Sur global se enfrentan, de nuevo, al hambre y la miseria más atroces. A generaciones de luchas antipatriarcales, que creían llegada la hora de la liberación, ven alzarse la sombra feroz de la ofensiva reaccionaria global. La naturaleza que nos rodea y nos nutre se enfrenta a un colapso inducido y que nadie piensa ya en remediar. Y los finos señores de la política y las finanzas, embutidos en sus oscuros trajes de diseño, juegan a la guerra y al poder desde sus despachos y sus casas de campo, en edificios bien climatizados, “inteligentes”, y con un hilo musical suave y agradable.
O nos organizamos, o nos pasarán por encima.