Sobre los mundos mejores posibles y el no futuro

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Miércoles 20 de Mayo de 2020

Desde mi ser sociológico, yo ya enuncié mi análisis: la limpieza social del coronavirus. Sé que siempre se pueden hacer enunciados más perfectos, o más específicos: los mecanismos con los que el engranaje capitalista-patriarcal-colonial nos oprime y explota, tienen la especificidad necesaria para cada una de nuestros cuerpos, cuerpas, cuerpes. Sus fuentes son infinitas y se renuevan: no existe en la historia de la humanidad, un engranaje de sistemas de opresión-explotación, más recursivo y auto innovador que este. Dentro de sus marcos, es imposible hacer más que resistir, es decir, para poder construir mundos mejores posibles, debemos necesariamente tomarnos de las contra memorias que se sostienen en los márgenes, las contra memorias de la cooperación por ejemplo, y construir algo que esté por completo fuera de esto que conocemos como civilización.

El repudio al Estado, no es más que la conciencia de lo que el Estado significa: el instrumento básico del poder político de la sociedad de clases. El Estado es también el reconocimiento y validación de la propiedad privada, de la división del trabajo, en todas sus formas, incluidas también la internacional y la sexual. El Estado es el instrumento por medio del cual las clases económicamente dominantes, se convierten también en la clase política dominante, que por medio de la represión y la explotación, se sostiene en el poder. Yo no repudio (si, quizás repudio sea un verbo demasiado fuerte) al Estado y los esfuerzos reformistas que por medio de éste intentan democratizar o redistribuir, por mero capricho o “deber ser”. Es un repudio visceral, lo siento en cada centímetro de mi piel, me vomita en cada concepción ontológica. Creo y tengo como una de las pocas certezas de la vida, que esos mundos mejores posibles, solo pueden construirse por fuera de los mecanismos estatales, porque el Estado como cosa, es la validación epistemológica de una construcción social contraria a la vida.

Y sé también, como una de las contradicciones y simultaneidades que me constituyen, que cuando el Estado no está en las manos (más o menos) capaces de esos reformismos de mierda que sí repudio (y agradezco a veces), la clase dominante nos mata un poco más rápido y de formas más despiadadas. Como repito siempre, me vomita el Estado, pero que jodida que es la vida cuando el Estado no está en las manos de quienes pueden ser, a veces si, a veces no, y en mayor o menor medida, aliados de esos mundos mejores posibles. Con los progresismos nos moríamos (la mayoría, porque minorías perseguidas siempre hubieron y habrán en los marcos nefastos del Estado) menos y más dignamente. Ahora, también es cierto que los progresismos son “la antesala del fascismo”, pero porque son eso, progresismos, reformismos que no logran transformaciones medulares-estructurales, entonces por supuesto que cualquier maquillaje es fácilmente desechable en esos marcos. El ahora es un claro ejemplo de eso, cómo dirían por ahí: para muestra el botón insufrible de nuestra realidad.

Volviendo al tema, después de la necesaria bronca que tenía que tirar contra el Estado (…), aun así, esos ejercicios de contra memoria son extremadamente complejos: el patriarcado, por ejemplo, si bien alcanzó niveles de perfeccionamiento increíble y en simbiosis con el capitalismo y la colonialidad; es anterior a ambos procesos históricos antes mencionados. Por lo tanto, se encuentra presente, como sistema de castas, deshumanizando, inclusive en algunos mundos mejores. Por lo tanto, no estoy planteando una romanización jipística de “volver al origen” y a la “Pacha Mama”. Estoy diciendo que seguramente, para esos mundos mejores posibles, sí tendremos que reconstruir una relación con la tierra en la que reconozcamos a la humanidad sólo como una de las tantas formas de vida valiosas que se encuentran en esto que llamamos Planeta Tierra.

El antropocentrismo moderno será cosa del pasado al que no deseamos volver (nuestro presente), en estos mundos mejores posibles. Si algo nos ha de convertir en sociedades vivibles (y no de supervivencia como ahora) será nuestra capacidad para superar a la explotación de la tierra y sus seres, como único mecanismo válido de relacionamiento con el planeta. Y sí, mis carnívoropatas amigxs, eso incluye a la producción industrial de “productos cárnicos”: que por cierto, y aquí quiero recordar a Carol Adams, “productos cárnicos” como esa necesidad de cosificación del ser vivo-sintiente-sensible que es el animal no humano. A las mujeres también nos cosifican, en los mismos términos que a los animales. Al final del día, mujeres y animales, somos carne de consumo.

¿En qué iba en esa teorización-drebraye  acerca de los mundos mejores posibles? ¿En el patriarcado es anterior, entonces no es un volver, sino un construir nuevos mundos? ¿En que necesariamente debemos des-capitalizar la conciencia de lo cotidiano, incluyendo en la cosificación que se genera en el consumo capitalista de los cuerpos de lxs otrxs, como de las mujeres y de los animales no humanos? No lo recuerdo, este gobierno de mierda me interrumpió la vida y los sueños, desde hace tres años o tres siglos, sí, pero especialmente hoy (ayer) a las 7 de la mañana. ¿Quién hubiera pensado que mi generación entera era “Rodrigo de no futuro”?

Tengo 31 años, no tengo trabajo, no he logrado acumular ni mierda, entonces no tengo ni donde caerme muerta (yo y mis contemporáneos). Muchxs acumulamos conocimientos en títulos en sociología, filosofía, politología, género, psicología social, y demás cosas que no nos sirven para nada en un mercado donde cada vez valen menos ese tipo de conocimientos, a menos que estén al servicio del capital, obvio. En un mundo donde literalmente se recorta el presupuesto a educación, donde muchxs aspirábamos a dar clases y formar-nos conciencias y organizarnos y demás futuros imposibles. “Doctorado en valer verga”, perdón la expresión, pero ahora que las cosas están como están, creo que puedo darme la confianza y el lujo de llamar las cosas por su nombre. No tengo futuro, mi generación no tiene futuro (lxs que tenemos que trabajar para vivir, claro está). Algunxs tenemos la suerte (la nuestra), y somos la carga (de ellxs), de que nuestrxs viejxs precarizando sus propias vidas y renunciando a sus propios sueños, nos van a sostener la vida, mientras el mantel alcance al menos. Otrxs no tienen tanta suerte.

Otra vez, ¿en qué iba? Es que me pierdo, me pierde la angustia. Ah sí: nos tenemos que organizar. Yo creo que hay que volver al campo, hay que renunciar a la necedad insistente que tenemos por “tomarnos el poder”. Si hay que salir a las calles a pelear por lo más mínimo al menos, que sea el derecho a la vida digna. Pero insisto en que la cosa va por las autonomías, minúsculas y egoístas si quieren, pero que logran sostener la vida cooperando. Solo el pueblo salva al pueblo, lo creo firmemente. La tarea hoy, es sentarnos a pensar cómo es que nos vamos a salvar entre nosotrxs. Será la mayor de las paradojas, pero lo que es yo, ya me cansé de sentarme a conversar con totalitarismos que se creen resueltos. Quiero sentarme a conversar con quienes tienen tantas dudas y angustias como yo, que tienen pocas certezas y que les domina el llanto y la desesperación. Creo que podemos resolver el laberinto del capital, negándonos a transitarlo, saliendo de las lógicas del Estado. Creo que hay que sembrar, al menos, esperanza. ¿Quién tiene las semillas? Socialice pues, camarada.

 

Fotografía: Felipe Kohler

 

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