Ni la muerte es igual para todas (Parte I)

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Martes 31 de Marzo de 2020

Desde la ventana de la ciudad donde me obligué a pasar la cuarentena, la vida tiene matices, mi despertador es el vendedor de morocho, está quién ofrece 10 naranjas por un dólar, vehículos, motos y algunas otras trabajadoras informales que son testigos de que en las calles se ha disminuido la presencia de personas, pero no se ha parado totalmente.

Debo reconocer que vivo la cuarentena con mis privilegios, mestizo educado y tecnificado, blanco de la industria cultural. Pero, no ciego, no ajeno a las realidades que nacen de esta pandemia.

Esta enfermedad comenzó como algo lejano y podíamos observar como en las noticias se propagaba por lugares que la mayoría de quienes vivimos en Ecuador no conocemos (ni conoceremos). Poco a poco se materializó en las conversaciones con conocidas que vinieron de Europa, o en el chat con la familia que está allá, y través de toda la información que nos satura en un mundo globalizado.

Estuvimos pendientes de la salud de un ciudadano chino, de una señora que llegó a ver a su familia, de la fiesta en Samborondón de los pudientes, de los medios de comunicación, de los grupos de WhatsApp con cadenas de pánico, mensajes de unidad, memes y diferentes materiales que como humanas producimos cada día.

Durante este tiempo, hemos visto con dolor como el gobierno continúa con su política del silencio selectivo, con sus malas decisiones económicas, con su autoritarismo, con las contradicciones en las declaraciones de funcionarios públicos, con los contratos amarrados y otras prácticas que se han vuelto comunes en el gobierno de todos (sus amigos).

En este escenario, escribo estas líneas para plantear algunas reflexiones: ¿qué se relaciona con el virus y porque nos atemoriza? ¿quiénes serán los más afectados en la epidemia? ¿cuál es nuestro futuro después del virus?

  1. ¿Qué se relaciona con el virus y porque nos atemoriza?

El virus es un riesgo biológico que por la dinámica de la crisis (provocada) que vive el Ecuador agravará los indicadores sociales. Es un riesgo biológico que agravará las condiciones de pobreza, marginación y desigualdad.

Por este motivo, las formas que ha tomado la emergencia sanitaria, están directamente relacionadas a las angustias más básicas, es decir al miedo a la muerte (propia o de un familiar), al hambre, al techo, al trabajo y otros.

Los miedos más básicos están siendo alimentados continuamente por la prensa, la radio y la televisión, bajo el axioma de que solo existe de lo que se habla (o lo que está en la tele). Además, se ven reforzados por la continua transmisión de mensajes a la que nos hallamos expuestos a través de las formas de comunicación digitales (Facebook, WhatsApp).

La vivencia de los miedos no es nueva, la industria cultural los ha aprovechado bastante tiempo y lo sigue haciendo con la presencia masiva en medios de películas que suponen un colapso de la civilización como la conocemos. Lo “novedoso” es la materialidad que va tomando ese colapso, la vivencia cotidiana de la angustia que se encuentra relacionada a la morfología del virus, su estructura y sus características.

Las características del virus provocan que se perciba como un fantasma (algo que está y no está), cuando veo a la calle solo hay gente con mascarillas, no puedo saber quiénes podrían estar infectados por la presencia de personas asintomáticas. Tampoco puedo medir con claridad el riesgo que existe cuando salgo por los víveres, ni los peligros reales o imaginarios que viven mis familiares.

Pienso que nuestro temor está se fusiona con los elementos con los que construimos este Frankenstein Criollo: la base biológica y las materializaciones que vamos viviendo del virus.

El temor de la pérdida del trabajo (la imposibilidad de vender nuestra mano de obra), materializado por algunas de las compañeras despedidas, exacerbado por las declaraciones de unas desacertadas autoridades que proponen la suspensión de los sueldos. Un temor que se vuelve terrorífico para los sectores más deprimidos, quienes dependen de una economía que se ha suspendido, la economía de lo ambulante y la de servicios, flota en el aire.

El temor al hambre, que se agrava porque no existe un sistema de protección para que en esta emergencia se garanticen las condiciones más básicas de subsistencia. En lugar de un sistema mínimo, el gobierno endurece sanciones y multas, tanto que tenemos casi igual número de detenidos que de contagiados, y llama irresponsables a los hambrientos, alimenta sentimientos de regionalismo, ejerce violencia desde su ejército, revela su estrategia individual del sálvese el que pueda. El hambre revela que las estrategias individuales no pueden atender problemas colectivos.

El miedo al encierro, que se agrava cuando desnudamos las estadísticas de violencia ¿Qué pasa si vives la cuarentena con tu agresor? La respuesta gubernamental es el uso de los mecanismos existentes (línea 911), lo que hace suponer que existe un sistema óptimo de protección. Pero que desnuda el hecho de que los sistemas sociales son débiles y arrastramos problemas estructurales a los que no hemos dado respuesta.

El temor a la muerte de un familiar o uno mismo. Se refuerza a medida que pasa el tiempo y nos vamos a enterando a través de conocidos y amigos que comienzan ser incluidos en los cercos epidemiológicos, que muestran los síntomas, que fallecen y los anuncios sobre la construcción de fosas comunes. La muerte es un destino inevitable, pero debería realizarse en humanidad y quizá perder la capacidad de despedirnos es algo que nos atemoriza más.

Esta es la desnudes en la que nos deja un riesgo biológico, un fenómeno que se debe entender desde una perspectiva bio psico social.

 

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