La solidaridad de lxs cobardes en tiempos de persecución

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Miércoles 5 de Febrero de 2020

Uno de los libros más queridos de la literatura soviética en castellano es “Así se templó el acero” de Nikolái Ostrovski, obra que relata de la vida de Pavel Korchaguin, un joven comunista que a corta edad se involucró en las filas bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa. Su lealtad lo llevó a la muerte, tal como pasaría poco tiempo después con el mismo Otrovski, quien moriría a los 32 años como resultado de las secuelas que la guerra y la enfermedad dejarían en su cuerpo.

Tal fue el compromiso de la juventud en la Revolución Rusa, que al terminar la guerra muchos de sus cuadros habían muerto, desaparecido o se encontraban discapacitados de por vida. Sin embargo, su entrega a la revolución comunista hizo que la individualidad se fundiera con la historia, desapegándose muchas veces de su vida y futuro, pues estas no eran comprendidas sin la trascendencia misma de la revolución. Existía un fuerte sentido de clase, de pertenencia, y por ende de solidaridad, al punto, como dirían otrxs de este lado del plantea, de “dar la vida por el partido y la revolución.”

En uno de los pasajes del libro, varios dirigentes comunistas reúnen en un teatro a la juventud de Shepetovka, una ciudad ucraniana de la que Otrovski era oriundo, con el fin de reclutar a nuevos miembros para el Komsomol, la organización juvenil del Partido Comunista. El mitín estaba abarrotado, muchos de ellxs provenían de la pequeño burguesía lugareña y veían a la revolución desde la comodidad de quienes habían tenido apenas un poco más que el resto.

En medio del ruido, el joven proletario Iván Zharki - indignado por la pasividad de lxs asistentes - enciende al auditorio con un discurso que, lejos de ser un recuerdo nostálgico de la disciplina bolchevique, sitúa críticamente en tiempos de persecución el compromiso de la pequeño burguesía, el cálculo político disfrazado de solidaridad y el sectarismo ideológico.

Mi apellido es Zharki, me llamo Iván. No conocí ni a mi padre ni a mi madre; vivía sin amparo de nadie; como un mendigo, dormía tumbado junto a las vallas. Pasaba hambre y nadie me daba albergue. Vivía como un perro, no como vosotros, señoritos mimados. Y cuando llegó el Poder soviético, los soldados rojos me recogieron. Una sección entera me prohijó, me vistieron, me calzaron, me enseñaron a leer y a escribir y, lo que es fundamental, hicieron que me sintiese un ser humano. Por ellos me hice bolchevique y lo seguiré siendo hasta la muerte. Sé bien porque se lucha: por nosotros, por los pobres, por el Poder de los obreros. Vosotros relincháis como potros y no sabéis que cerca de la ciudad cayeron doscientos camaradas, perecieron para siempre… – La voz de Zharki vibró como una cuerda tensa –. Sin vacilar entregaron la vida por nuestra felicidad, por nuestra causa… Así están pereciendo en todo el país, en todos los frentes; y vosotros, mientras tanto, pasáis el tiempo en devaneos. – Volviéndose de pronto hacia la mesa de la presidencia, añadió –: Vosotros camaradas, os dirigís a estos – señaló a los oyentes con el dedo –. ¿Acaso pueden comprenderos? ¡No! El harto no es compañero del hambriento. Sólo uno ha respondido a vuestra llamada, porque es pobre y huérfano. Nos arreglaremos sin vosotros – dijo agresivo a los reunidos –, no vamos a rogaros. ¿Para qué diablos nos podéis servir?

La persecución política para la pequeño burguesía, en su intento de confirmar la posesión de una “ética” que supera la historia, implica un acto selectivo de actores y causas. Solo se puede ser solidarix con quien corresponde al tipo ideal pequeño burgués, rehuyendo a la transversalidad de la lucha de clases, para desde el pedestal del idealismo identificar a quien es y no es revolucionario, sumándose muchas veces sin querer a la cacería de brujas del Estado.

Tras el Paro Nacional de octubre, evento que superó con creces la contradicción favorita de la pequeño burguesía (correísmo vs. anti correísmo), esta solidaridad tuvo que entrar en práctica, casi siempre moldeada según los impulsos “éticos” que buscan diferenciarse del “correísmo”, para así tener un margen frente al Estado y la sociedad, o, simplemente por incomprensión del momento político.

De ahí que, para medios digitales, colectivos ultra izquierdistas, filo maoístas, guevaristas, anarquistas, autonomistas, el purismo ideológico haya sido más fuerte que la solidaridad de clase de la que tanto alardean o nunca hablan. Lo más preciado era sin duda, identificar a lxs "correístas" – aunque muchxs de lxs perseguidxs en su vida se hayan identificado como tales, y tampoco esta sea la discusión –, para luego desde la verguenza o el silencio "solidarizarse".

Para quienes fuimos y somos perseguidos por el Estado la solidaridad selectiva, la solidaridad de cobardes, fue otro obstáculo que tuvimos que sortear – aún lo seguimos haciendo –. Sin embargo, pudimos reconocer entre la gran fauna de izquierda a quienes llevaron a la práctica la solidaridad de clase, dejando las diferencias a un lado, en un ejercicio político maduro frente a un adversario aparentemente imbatible.

No haremos como Ivan Zharki, no subiremos al podio y los señalaremos con el dedo, estamos agradecidxs por habernos mostrados quienes son y con quienes contamos. Ante el silencio que envilece, vamos a actuar como comunistas, cerraremos filas con nuestra clase, sin rencor, sin odio, con amor.

 

Fuente:

Otrovski, Nikolai. 1964. Así se templó el Acero. Editorial Progreso. Moscú. URSS.

Fuente fotográfica:

www.eldiario.ec

 

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