Venezuela 2018: una decisión soberana

VENEZUELA

Cuando se habla de Venezuela, todo el mundo cree tener la razón. Es un curioso caso de “seguridad intelectual” colectiva. Nadie se cuestiona nada. El reduccionismo en el análisis es abrumador, especialmente cuando lo vemos en sectores que se autoproclaman de izquierda.

A la derecha ya la conocemos: qué piensan, qué quieren y lo que están dispuestos a hacer para lograrlo. No hay originalidad al respecto, sin embargo, resulta preocupante – por decir lo menos-  que la izquierda continental y mundial no se dedique a hacer el ejercicio de estudiar y pensar a profundidad un proceso que, indudablemente, ha marcado la historia contemporánea de la región.

Escuchar o leer a personas de izquierda emitiendo opiniones sin sustento, o con argumentos banales o incomprobables, evidencia la crisis estructural de quienes se asumen como parte de un todo que se contrapone al sistema capitalista.

En estas líneas, quien les escribe admite y abraza su propia subjetividad, sin embargo, intenta hacer el esfuerzo por explicar muy brevemente, y desde la coyuntura de la elección presidencial del pasado domingo 20 de mayo;  un proceso político y social de una enorme complejidad.  No se puede comprender a Venezuela desde el fanatismo, ni desde un pedestal de supuesta superioridad intelectual en el que se ignoran variables claves de análisis.

En primer lugar, hay que revisar la historia. ¿De qué otra forma se comprende a un pueblo que elige su destino? , ¿Cuál es la composición de ese pueblo? ¿Qué le gusta, en qué cree, cómo se ha comportado históricamente frente a fenómenos como la opresión?, ¿Por qué fue Venezuela la vanguardia independentista de América? Si no podemos responder a estas preguntas, no podemos decir que entendemos por qué surgió el chavismo, qué es el chavismo o - para irnos a los acontecimientos más recientes -  por qué reelegimos a Nicolás Maduro como Presidente.

El domingo pasado, más de 6 millones de personas apostaron a la continuidad de la Revolución Bolivariana [1].  Y la Revolución Bolivariana es – guste o no – un proceso de transformación. No decimos que somos un país socialista, y esto está muy claro en el Plan de la Patria[2] que legó el Comandante Hugo Chávez, somos un país capitalista con un proyecto de transición hacia el socialismo. Y no el socialismo de los manuales. No. Es un intento de construcción propio, que incorpora teoría y pensamiento surgido de esta tierra: Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. El árbol de las tres raíces y sistema fundacional del proceso bolivariano de las últimas décadas.[3]

Partiendo de allí, se comprende que seguimos tres principios fundamentales: inventamos o erramos (Rodríguez),  derribamos las viejas estructuras y creamos la nueva gran república americana (Bolívar) de tierra y hombres libres (Zamora). 

Claramente, la concreción de este ideal nos enfrenta – cruelmente además- a un sistema (capitalista, de democracia burguesa) cuyos tentáculos son muy poderosos. La Venezuela bolivariana, en su atrevimiento de crear algo distinto (no exento de errores, claro está) y más justo para las mayorías, ha tenido que pagar el precio político, social, económico y mediático que significa rebelarse contra el imperialismo.  ¿O es que la izquierda en su “ingenuidad” cree que los problemas de Venezuela son simplemente el resultado de malas políticas públicas, del “populismo”, o que el presidente haya sido chofer de autobús?  

Pues no, la cosa va un poco más lejos. Básicamente se necesita entender que la Revolución Bolivariana choca y entra en contradicción con las estructuras del sistema que pretende cambiar, pues, a diferencia de otros procesos de cambio, en Venezuela se eligió el camino pacífico.

Con una propuesta que apeló al respeto, conocimiento y orgullo de nuestras raíces y capacidades, Hugo Chávez le recordó al pueblo venezolano que era el protagonista de su propia historia, el detentor del poder originario. El soberano. Y esa conquista emocional e intelectual de los venezolanos y venezolanas es la razón de que sigamos apostando a este camino de transición al socialismo, hacia ese “algo mejor y más justo” que verán nuestros nietos.

Aún en medio de una campaña brutal de sanciones, bloqueos, de apriete en las áreas más sensibles (comida, salud, seguridad) y aún en la conciencia de los graves errores que el Gobierno ha cometido (despilfarro de recursos, falta de seguimiento a proyectos estratégicos, corrupción); el espíritu de lucha y la claridad de que el neoliberalismo es un mal a combatir  permanece firme en el pueblo venezolano. Poder popular o nada. Aunque cueste.

Nicolás Maduro fue reelecto presidente con más votos y mayor participación que cualquiera de los presidentes que conforman el nefasto Grupo de Lima, sin embargo, cierta “intelectualidad” que no ganaría ni las elecciones al condominio de sus edificios se cree el cuento de la ilegitimidad y la repite, haciendo de llave a esa derecha que tanto dice reñir.

Acá no se niegan errores, ni da el pueblo cheques en blanco. El voto del domingo fue un voto pensado, el respaldo no eufórico de una ciudadanía consciente de que en estos tiempos de guerra, tomar partido es necesario. Y en Venezuela, el camino elegido sigue siendo el de la Revolución Bolivariana. Que no se olvide que el poder popular es quién decide, no el Gobierno.

 

[1] http://www4.cne.gob.ve/web/sala_prensa/noticia_detallada.php?id=3716

[2]http://gobiernoenlinea.gob.ve/home/archivos/PLAN-DE-LA-PATRIA-2013-2019.pdf

[3] http://www.psuv.org.ve/temas/biblioteca/libro-azul-hugo-chavez-frias/#.WwRWvdMvxhE

 

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