La tibieza de Moreno frente a la Ley contra la violencia de género

¿Por qué resulta tan incomodo hablar de masculinidades, estereotipos de género y mujeres en su diversidad?

El 19 de julio de 2018 el presidente Lenín Moreno, haciendo gala de su tradicional tibieza, evidenció que en un contexto de inequidad, cuando se pretende dar gusto a todo el mundo, lo que se termina haciendo es beneficiar a quienes detentan el poder.  En este caso, el vaivén que resulta de la ausencia de un proyecto político coherente, se tradujo en el cambio de una versión del Reglamento a la Ley para la prevención y erradicación de la violencia de género contra las mujeres, emitida el 15 de mayo del 2018, en la que se reconocían conceptos fundamentales (masculinidades, estereotipos de género y mujeres en su diversidad) para el avance hacia la equidad como parte de las mallas curriculares de las instituciones educativas, por una versión en la que dichos conceptos son eliminados.

 

Al parecer para el presidente pesó más el temor al descontento de ciertos grupos sociales para quienes hablar de “género” es sinónimo de decadencia moral, pecado y libertinaje; que la  vida de las niñas y mujeres que día a día, se enfrentan a altísimos niveles de violencia en el Ecuador. Frente a la urgente necesidad de establecer políticas radicales que permitan prevenir y proteger a las mujeres y las niñas, el accionar del presidente una vez más se muestra incapaz de sostener una postura firme. Como en otras ocasiones, la intención de mantener contentos a todos, la conciliación como el fin último que justifica tranzar con quien sea, porque aquí “todos (incluso el fanatismo religioso y la misoginia) tienen derecho a pronunciarse” se traduce en una política que no aborda las raíces que sostienen la violencia.

 

Para Moreno, en el Reglamento decir machismo es suficiente para evitar cualquier confrontación o riesgo de defraudar a los grupos que se aglutinan bajo la consigna “Con mis hijos no te metas”, para quienes hablar de “estereotipos de género”, “diversidades” y “nuevas masculinidades” en el sistema educativo era el anuncio de la catástrofe.

 

Frente a la falsa idea de que estas conceptualizaciones son el mayor peligro para la defensa de la familia y la moral, corresponde aclarar que el verdadero peligro radica en querer seguir manteniendo a la sexualidad como un tabú, algo privado que debe esconderse, algo que no debe cuestionarse públicamente, en un contexto plagado de machismo, violaciones, abusos y altísimas tasas de embarazo adolescente. Aquellos quienes quieren seguir asumiendo la educación sexual y afectiva como un asunto privado, son los mismos que luego no tendrán alternativas para procesar y atender casos cercanos, familiares y cotidianos de violencia sexual.

 

Al contrario de lo que repiten sin cesar estos grupos, hablar de “nuevas masculinidades” y “mujeres en su diversidad” no es únicamente ser tolerantes con las diversidades sexuales (que buena falta hace); principalmente estas categorías refieren a la necesidad de reconocer que la forma en la que los hombres y las mujeres han aprendido a relacionarse se sostiene en profundas inequidades e injusticias. Nuevas masculinidades implica cambiar la idea de que los hombres tienen que ser siempre fuertes, proveedores, agresivos, que no pueden ser tiernos, ni cuidar. Es decir, cambiar la idea de que los hombres no pueden ser buenos padres, esposos sensibles, compañeros atentos. Mujeres en su diversidad es reconocer que no todas las mujeres desean ser madres o esposas, que pueden ocupar puestos de poder,  que no deben tolerar violencia por el temor a quedarse solas y sin sustento económico. Estereotipos de género son estos y otros cúmulos de comportamientos aprendidos que condenan a las mujeres a la sumisión, a los hombres a la agresividad y que deben transformarse para erradicar la violencia. Siendo así ¿por qué temerle tanto a estas categorías? si estamos de acuerdo en que debemos luchar por una sociedad más justa ¿por qué impedir que se aborden estas temáticas en las escuelas?

 

La respuesta no deja lugar a dudas, el miedo que estos grupos han desatado y los prejuicios que al parecer Moreno estuvo más dispuesto a escuchar, sólo pueden explicarse por un afán retrógrado de mantener las cosas como están, de querer ignorar el estado de emergencia en el que vivimos, es por ello que el accionar del presidente resulta inaceptable. Inaceptable la demagogia de no querer asumir una postura definitiva frente a un problema tan grave, porque cuando hablamos de derechos no se puede jugar a un día sí y otro no. Estar a la altura de la situación es establecer los mecanismos necesarios para hacer que la Ley para la prevención y erradicación de la violencia de género contra las mujeres se implemente de manera efectiva, le disguste a quien le disguste, porque los derechos que esta ley protege no son negociables ni pueden fluctuar al vaivén de los índices de popularidad.

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