Donde van mis fotos, van tus datos

En gobiernos de ultraderecha, el avance de la tecnología es inherente al avance de las políticas públicas de “seguridad”, para aplicarlas a su disponibilidad bélica, con fines de control social. Actúan en alianza con empresas privadas, como Palantir en Yankeelandia e Israel, que también localiza objetivos con los drones de Lavender y extrae datos personales con el software espía Pegasus. Y, se aseguran la legalidad de la corrupción de datos personales mediante leyes como la Ley “Antimafia” en Argentina o la Ley Orgánica de Inteligencia en Ecuador que, enmascaradas en lucha contra organizaciones criminales, que autorizan desde interceptaciones a telecomunicaciones hasta detenciones prolongadas sin justo proceso a decisión de las fuerzas estatales de seguridad. Equidistante, se amplía la aplicación de IA en cámaras sitas en espacios públicos y manifestaciones para “registrar” a la población y, “reconocer” a quienes salen del orden deseado por los grupos de poder.
Aún en nuestra ignorancia de su existencia, nuestro rostro tiene una versión digital. Es que, desde que surgió todo el mundo web, ciberespacio, la digitalidad -o el eufemismo con el que quieras decorarlo-, cada paso que damos alimenta nuestra huella digital, que forma ese personaje escrito a 01000001 -eso es la letra A en lenguaje binario- y lo almacena en “la nube”. Y son momentos de pensar en cómo habitamos ese personaje, teniendo en cuenta sus consecuencias en lo tangible. Recuerdo entonces, a los jóvenes del MST el 13 de septiembre de 2024 advirtiendo, en una de las primeras represiones a jubilados en Argentina, a los concurrentes que no tomaran fotos mientras tapaban sus rostros de las cámaras en manos de gendarmería.

Este artículo va tener dejos de narrativa storytelling -primera persona-, cosa que me jode bastante porque ya hay muchos pelotudos en internet hablando de sí mismos, pero esta duda surgió de una cobertura fotográfica de una marcha contra el genocido de Palestina frente a la embajada de Israel en Quito, con unos robocops presentes. Pensé entonces, ¿Y si mostrar sus rostros los pone en peligro? ¿y cuál sería el rol del mensaje si no plasmo las miradas de la bronca en la gente?, y me acordé de Sahara, amiga latina en Alemania, que marchó por Palestina por primera vez en Ecuador, porque si marchaba en Berlín terminaba deportada. Y también, del debate con Ayelen en Argentina sobre la peligrosidad -aprobada en mayo de 2024- en la política de ciberseguridad de Bullrich porque permite a gendarmería, fuerza militarizada federal, tomar fotos durante las protestas para “buscar prófugos de la justicia”.
Aunque también hay un alcance por fuera de las fuerzas armadas estatales de los datos biométricos de nuestro rostro. Es que su registro, directo o indirecto, se resguarda en nuestra versión digital, que contiene desde nuestra cuenta bancaria hasta nuestra nariz. La construcción de softwares de inteligencia artificial que tengan por objetivo servir a la persecución política no es nueva, como el registro de rostros en las manifestaciones de Hong Kong, la detención de Yulia Zhivtsova en un mall yankee por asistir a una marcha y al reconocimiento facial de los manifestantes de Black Lives Matter. que contradice el ojo fotográfico en la representación histórica del fotoperiodismo, como los primeros registros de las Abuelas de Plaza de Mayo, las primeras marchas feministas, o las históricas fotos argentinas del 2001 que la cercanía del periodo permite hoy narrar su trasfondo.

Aún así, hay datos sensibles que fueron hackeados por “guantes blancos” como el caso de OA, trabajador de Despegar.com que con solo apretar “borrar” y “enter” en el sitio oficial de BCRA pudo robar USD 600 de una pero prefirió informar al Banco. Es decir, ni siquiera hay que tener los permisos legales como la Ley Antimafia -en Argentina- o la Ley Orgánica de Solidaridad Nacional -en Ecuador- para acceder a nuestros datos, sino que alcanza con mostrarlos ante una militancia de ultraderecha que cada vez está más violenta contra lo considerado como WOKE, y milicos que no tienen miedo de gatillar fuera o dentro del servicio. Realicé mi propio experimento sobre esto, al buscar en Google Lens a una Drag Queen que fotografíe en una marcha: encontré su nombre, sus redes sociales personales, su historial de shows y donde se presenta el próximo fin de semana.
A niveles macro, Palantir -parte de el “Nuevo” Ecuador-, empresa de tecnología militar e inteligencia artificial -y de los principales financistas a la campaña de Trump, junto a Elon Musk en su presidencia del DOGE-, estaban desarrollando una base de datos de rostros en dispuesta al gobierno de Yankeelandia para detectar y perseguir a los migrantes. Y ha dado por resultado los diseños de resistencia: varias marcas de indumentaria han desarrollado telas y máscaras que confunden el reconocimiento del rostro ya sea por reflejo o por estampado.
Entonces, el pensar desde la protección de identidad digital y sus consecuencias en lo real, implica pensar en un futuro del fotoperiodismo protector de los datos biométricos que facilitamos ¿Acaso el futuro del fotoperiodismo se verá así?

Porque esto va más allá de cuidarnos de fotografiar y publicar a supuestos grupos “guerrilleros”, “barrabravas” -como lo denomina el discurso del enemigo interno- o que sugieran un peligro para el bienestar social. Esto es una amenaza para periodistas militantes y contestatarios a las fuerzas y, peor aún, al peligro de la propia identidad. Pensaba entonces, a la mujer trans que fotografíe gritándole a un yuta y pensé, ¿y si por esta foto la registran y la yuta le da una violación correctiva? como sucede en Chile o, ¿si, a partir de esto, la reconoce alguien transodiante y la ataca como sucedió en lesbicidios de Argentina? Y no, no es exageración, pregúntele a su amiga trans cuántas veces se sintió segura caminando la madrugada en el barrio sin su cuchillo de confianza.
Es que, si las agresiones de la militancia de ultraderecha volvieron a ser avaladas como en los 80s, entonces, la identidad de las resistencias tendrá que ser cuidada como en ese entonces. Aquellas máscaras presentes en la primera marcha LGBT+ de Argentina, igual que en todo el mundo, por temor a quedarse sin trabajo, ser violentados o incluso desaparecer.
Pensar en la ciberseguridad, también es pensar en la protección de datos a personas que pueden ser propensas a los ataques ultraviolentos de la derecha radicalizada. Y peor aún, pensarlo en contextos donde se ampara legalmente la violación de datos, la falsa acusación, la privación sin justa causa de la libertad y el allanamiento forzado por parte y decisión autónoma de las Fuerzas Armadas y demás agentes represivos.
Mientras los hechos que acontecen requieren de movilizaciones y expresiones contundentes del pueblo para tener alguna mínima posibilidad de un futuro formado colectivamente, y no una distopía tecnologizada, conservadora socialmente, liberalista en lo económico y con un Estado más bélico que democrático que habitamos hace rato y parece no tener freno de mano.