Sobre la izquierda y sus machos

El artículo critica no solo las grotescas formas que tiene la derecha para apropiarse y refuncionalizar discursos reivindicativos, sino también  visibiliza cómo en los espacios de militancia de izquierda el machismo es un elemento constitutivo de estos espacios, sus dirigencias, y sus mismas dinámicas de funcionamiento
Miércoles 6 de Marzo de 2019

Hace pocos días nos indignábamos con las declaraciones “feministas” de Jaime Nebot, y con razón.  Desde donde se mire, es inaceptable que uno de los representantes de la élite mas nefasta del continente intente apropiarse de una causa y discurso en el que a todas luces no cree. Pero, convengamos en algo, así es la derecha: con una capacidad admirable de adaptación a los nuevos tiempos, y un cinismo distorsionador de la realidad que merece - además de ira - nuestro análisis y reacción calculada.

Sin embargo, para poder plantear cualquier análisis y propuesta anti patriarcal desde la izquierda, debemos – necesariamente- empezar por casa. Ser mujer, definirse como tal y además participar en algún espacio de lucha social o política desde la izquierda, constituye un reto constante, no solo por las razones obvias, sino porque además de las tareas inherentes a nuestras causas, nos toca lidiar con el machismo de nuestros propios compañeros.

¿En cuántas ocasiones hemos sido catalogadas de histéricas, muy sensibles o locas?, ¿Cuántas veces se nos ha negado la participación protagónica en algún evento porque “no estamos preparadas”?, ¿Cuántas veces se nos ha puesto a llenar un espacio porque se “necesitaba” una mujer, en vez de por nuestras capacidades”?, ¿Cuántas veces las directivas de organizaciones de izquierda han apelado a la supuesta debilidad o necesidad de “proteger” la integridad de alguna compañera como excusa para excluirla de participar en alguna actividad pública?, ¿Cuántas veces hemos sido las encargadas de llevar el café, hacer las minutas, ordenar y limpiar los espacios, y otra larga lista de recados?

La enumeración podría seguir hasta el desgaste. No es solo el menosprecio profesional, intelectual o militante, es también la “cosificación”, el uso decorativo de nuestros cuerpos, las siempre presentes insinuaciones sexuales, y en el caso de algunas compañeras, cosas peores. Nuestras organizaciones, especialmente las tradicionales -léase partidos-, en lo que refiere a la participación femenina, se parecen más al Vaticano que al mundo nuevo que queremos construir. No pasamos de monjitas. Nunca una Papisa. Si quiere hacer la prueba, mire no más la lista de Direcciones Nacionales de los partidos de izquierda del continente y saque la cuenta -si se remite solo a los partidos comunistas, será aún peor la desigualdad-.

Bien podrían salirnos con el manido “argumento” de que las mujeres “no queremos” o “no podemos” participar en estos espacios. Pero dígame usted: ¿hay lugar más poco amable para una mujer que un sindicato?, por poner un ejemplo. Está claro que la izquierda, al tener el síntoma general de no saber adaptarse al momento histórico – a pesar de contar con las mejores teorías acerca del funcionamiento del mundo y cómo cambiarlo- no resulta un lugar atractivo para jóvenes, mujeres, disidencias, y demás.

La forma en la que están diseñadas nuestras organizaciones refleja la estructura patriarcal, y tal cual como algunas pensamos del Estado, al patriarcado hay que destruirlo. Debe ser eliminado en todas sus formas, y eso incluye necesariamente a nuestras propias instituciones, que sólo podrán sobrevivir transformadas radicalmente, en la plena consciencia de que todos y todas debemos tener las mismas oportunidades, y la capacidad de ejercer los mismos derechos y responsabilidades.

Aunque ciertamente el auge de las luchas feministas que vemos en la actualidad, nos lleva al desagradable espectáculo de ver cómo la derecha construye su propia visión de las mismas; o peor aún, el show de declaraciones, escritos y posteos pseudo feministas de algunos representantes de la izquierda sacrosanta que han ejercido históricamente el machismo como práctica consuetudinaria en los espacios que dirigen, también es cierto que nos presenta una oportunidad valiosísima de cambiar y transformarnos desde la raíz.

Afortunadamente existen compañeros – que aún no son mayoría – que están identificando estas prácticas nefastas, que se están formando, que hacen el esfuerzo de deconstruirse, que intentan poner en práctica cada día relaciones de respeto con sus compañeras, en los espacios de trabajo, familia y militancia. Es un camino largo y espinoso, pero como mujeres, asumimos también la responsabilidad de ayudarles en esa tarea, de enseñarles, de guiarles, de hacerles notar las violencias naturalizadas. No es ni será fácil, pero creemos que está en nuestra naturaleza mágica y poderosa la capacidad de hacerlo. Nadie cambiará nunca al mundo sin las mujeres. Sería bueno que los machos que aún pululan en la izquierda lo entendieran.

 

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