¿Qué hacemos con el Estado?

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Martes 26 de Noviembre de 2019

De entre las diversas formas de organización que se desarrollan intra societalmente, los modos que tenemos de procesar la política, o para decirlo en otras palabras, las formas que adquieren los procesos de administración pública, avanzan entre el desencanto de ser la cúspide de procesos y proyectos de dominación y sojuzgamiento.

Desde los esclavos, hasta los ciudadanos, los sujetos construidos a partir de distintas lógicas de dominación, hallan su posibilidad emancipadora castrada desde el momento mismo de su génesis, al suponer que emanciparse implica ocupar el lado del agresor. Un esclavo que consigue su libertad y pasa a ser amo, no se ha emancipado, ha dado la vuelta a su situación para colocarse en el lugar del opresor. Así mismo, el ciudadano que adscribe su voluntad emancipadora a la ilusión de formar parte de la burocracia del Estado, no es menos esclavo que el resto de nosotros, ciudadanos, todos iguales ante la ley y no tanto así ante la vida material existente.

La voluntad de emancipación y libertad no puede corresponderse con los modelos de organicidad que existen, pues han sido concebidos a partir de la lógica misma de la dominación. Si pretendemos ser libres, no podemos creer que los procesos de liberación se catalizarán exclusivamente a través de las herramientas de la dominación hecha carne. Es necesario orientar nuestros esfuerzos a pensar en categorías de la libertad que no impliquen en absoluto ocupar el lugar del carcelero.

Así como las conciencias no caben en urnas, ni las voluntades en parlamentos, es difícil creer que las posibilidades de construir nuevas formas de relacionamiento humano -humano-humano como también humano-naturaleza- quepan dentro de las actuales formas de organización social.

Esta disertación sobre libertades, voluntades y formas emancipadoras, que parece intrascendente, es quizá necesaria a la hora de pretender entender, desde una arista osadamente abarcadora, la convulsión social que ha sacudido el continente latinoamericano. Este es sin duda fruto de los estallidos populares, que han hecho de las calles las interlocutoras de los anhelos de vida digna y plena.

Vamos a dejar claro en primer momento que la visión maniquea entre “bueno y malo”, “culpables e inocentes”, no aporta a la construcción de sentidos sobre lo que ocurre en nuestras realidades inmediatas. Dicho esto, cómo primer elemento, es necesario puntualizar que las formas de producir la vida en sociedad son las que derivan así mismo en las formas que pudieren adoptar el rechazo a esa producción.

En América Latina, la forma neoliberal es aquella que ha hegemonizado la producción de la vida en la gran mayoría de los países del continente. El neoliberalismo, que ha sido adoptado cómo doctrina de Estado por la mayoría de gobiernos, es en buena medida el culpable de gran parte del caos continental. Un régimen que, científica y empíricamente ha demostrado producir solamente miseria para las grandes mayorías, no podría esperar que nosotros -“los muertos de hambre”- no reclamemos con énfasis y convicción cuando pretenden atentar sin piedad contra la poca dignidad de vida, que se nos permite dentro de este esquema, a nombre del beneficio de la gran empresa.

El levantamiento popular de octubre en Ecuador, las movilizaciones masivas en Haití, la lucha de resistencia de las organizaciones y pueblos chilenos, la crisis institucional del Perú, el paro nacional en Colombia, la resistencia del pueblo boliviano al gobierno ilegítimo de Áñez. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo las poblaciones se organizan en contra de medidas económicas, de formas de producir la vida que devastan, afectan y empobrecen.

Ahora, sin embargo, es necesario también emitir una opinión impopular, pues en Bolivia, antes de Áñez, también había caos en las calles, así cómo en la Nicaragua de Ortega, en le México de Obrador y en la Venezuela de Maduro. Obviamente, este caos es distinto, pues no se trata de mayorías resistiendo los caprichos de las élites, sino de grupos mercenarios que pretenden- y en caso boliviano lograron-, socavar los procesos de avanzada y los progresismos en la región, que de a poco vuelve a ser el patio trasero de U.S.A.

Pero como dije antes, los maniqueísmos no aportan. Tener claro que en algunos lugares las movilizaciones responden a demandas legitimas y que en otros casos responden a intereses económicos de élites mercenarias, no explica aún el descontento generalizado con las formas de organicidad que adquiere el poder.

La movilización, la caotización, esta especie de escenario dantesco, que se vive hoy por hoy en las calles del continente, repletas de barricadas, humo, gases, perdigones, asesinos a sueldo que visten de uniforme y asesinos a sueldo que visten de civil. Me atrevería a creer que -hoy por hoy- estos fenómenos tienen raíces más profundas que la de la inconformidad popular o la inconformidad de las élites.

Podríamos afirmar que toda esta convulsión, quizá responda, de manera incipiente a la incapacidad del modelo mismo de administración del poder de gestionar la producción material de la vida. ¿Es acaso la crisis del Estado Nación la que ya no puede ocultarse más y la que se evidencia a lo largo del continente? ¿Es el modelo el caduco, el que quizá -según tesis más radicales- jamás acabó de construirse, y por ende el modelo organizativo por antonomasia de la modernidad capitalista, el Estado Nación, fracasa sistemáticamente en sus intentos de estructurar la vida?

Es esta forma de dominación la que debemos apuntar a destruir y no a reformar. Quien administre el Estado, (derecha o Iz-quier-da, así separada e informe) obviamente modificará en medida de lo posible las realidades materiales. Sin embargo, los toletes progres no duelen menos que los toletes neoliberales; y como afirmaba antes, la pretensión de libertad no pasa por ocupar el sitio del carcelero.

Es hora de empezar a pensar en nuevos modelos de organización, en formas, que desde lo comunitario tejan y construyan organicidad en horizontalidad. Es hora también de pensar nuestra capacidad emancipadora por afuera de los instrumentos que no sirven sino para dominar.

 

Referencias:

Mural: Entes&Pésimo

Fotografía: Heriberto Paredes

 

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