El Bien, el Mal y los médicos cubanos

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Miércoles 4 de Diciembre de 2019

El Bien

El 31 de mayo de 1970, un terremoto y subsecuentes aluviones segaron la vida de más de 70 mil ciudadanos peruanos en el Departamento de Ancash, Perú. A los muy pocos días, casi horas, cinco hospitales de campaña con médicos cubanos llegaron al lugar de los hechos y se instalaron en 5 de las provincias destruidas por el terremoto. Gobernaba el General Juan Velasco Alvarado (un revolucionario) y aún no habían sido reabiertas las relaciones con Cuba. Fidel y 150 mil cubanos donaron sangre a los hermanos y hermanas sobrevivientes de semejante tragedia. Recuerdo que uno de los médicos murió en un accidente de tránsito, cayendo en las alturas de la Cordillera. No olvidaré los rostros de cariño de la gente al ser atendidos por hombres y mujeres de esa brigada médica. Casi ni se entendían, unos hablando castellano cubano y los otros hablando castellano andino. Cuarenta y seis años después, en Pedernales, en la segunda mitad de abril del 2016, reviví las mismas caras, los mismos ojos, las mismas miradas de agradecimiento a las médicas y médicos cubanos. Ellos llegaban a resolver lo que se pudiera, dando salud y entregando atención médica a los necesitados, con profesionalismo, eficiencia, equipamiento y sobre todo con la gran, gran y profunda, sencillez solidaria que los caracteriza.

En 1988, mientras vivía con parte de mi familia en Puerto Cabezas, Nicaragua, trasladado como consultor para el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), los únicos médicos que había en la zona eran cubanos y cubanas, y unos pocos médicos o médicas locales, que se habían quedado en la zona. Entre ellas la Doctora Myrna Cunningham, secuestrada y torturada por los Contras y hoy gran dirigente del FSLN de reconocimiento mundial, por su excepcional trabajo con las mujeres indígenas.

Era el tiempo de la guerra de baja intensidad y de la ofensiva de la contrarrevolución nicaragüense y los médicos nacionales que se animaban a ir a la zona del conflicto eran muy pocos. Los vimos trabajar y también fuimos sus pacientes, cuando uno de mis hijos se enfermó gravemente de malaria y el otro probablemente de dengue. Estos profesionales cubanos literalmente arriesgaban la vida, porque eran un botín preciado por los combatientes enviados y financiados por Reagan y Bush. El proceso de paz y luego de reconciliación nacional, trajo alguna calma a la zona, pero el riesgo que corrían las médicas y médicos cubanos siempre fue considerable.

En 1990, en la Managua ya gobernada por la Presidenta Violeta Chamorro, mi hijo menor contrajo una infección en el oído medio. Habíamos realizado centenares de análisis y gastado un dineral que no teníamos, gracias al apoyo y solidaridad de amigos de muchos países. Fue un médico cubano quien finalmente lo auscultó y determinó que el proceso infeccioso podía convertirse en una meningitis y él mismo organizó su traslado a La Habana. Fue atendido en el hospital Pediátrico Infantil, salvándole la vida. El bebé había pasado 135 días de febrícula y de llanto y dolor permanente. Tenía menos de 5 meses.

En 1995 -también con el ACNUR- participamos y dirigimos parte de la repatriación voluntaria de 12 mil ciudadanos refugiados guatemaltecos, de Campeche, Quintana Roo y Chiapas a Guatemala. En poblados alejados del Quiché, ya en Guatemala, los únicos médicos que daban atención eran las médicas y médicos cubanos que se encontraban en aldeas alejadas, sin luz eléctrica ni casi agua potable. Fue trabajo de ACNUR mejorar las condiciones de vida de los repatriados y fue gracias a ellos y ellas -al Convenio de Salud entre Cuba y Guatemala- que se pudo dar una atención integral a niños, niñas, mujeres y hombres, que llegaban a zonas de muy complicado acceso. En esa ocasión, el Colegio Médico de Guatemala se quejaba que quitaban puestos de trabajo a los guatemaltecos. Muchos años después, visité la zona y seguían sin tener el número de médicos guatemaltecos necesarios. Solamente las cubanas y cubanos en las aldeas del Quiché.

Posteriormente presté servicio para Naciones Unidas en Haití. Nuevamente fueron los médicos y médicas cubanas a los que encontré trabajando con esa inmensa vocación humanitaria, en las más duras condiciones de aquel país. Dedicación solidaria, alegres, llenas y llenos de vida, listas y listos a compartir buen ánimo y por supuesto la alta formación científica y profesional.

Finalmente, durante el terremoto del 16 de abril del 2016, los primeros extranjeros (si se les puede llamar así en Nuestra América) en llegar a Manta fueron los médicos cubanos. Este hecho me consta porque participaron de la coordinación de su aterrizaje en el aeropuerto de Manta, dos de mis hijos.

He querido compartir ejemplos en los que he participado, en los que he vivido con intensidad en cada uno de ellos. Respirado con la alegría de ser atendido por compañeras y compañeros que representan uno de los mayores aportes de la Revolución Cubana a la humanidad entera.

Esta iniciativa de Fidel, que puso la salud y el conocimiento -porque la escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba ha formado a miles de muchachos y muchachas de esta América irredenta- al servicio de los más pobres del Planeta. Esta iniciativa que lleva décadas, hoy trata de ser desprestigiada y convertida en campaña sicológica y de propaganda militar, para justificar las atrocidades que nos encontramos observando y viviendo. Es parte de la gran ofensiva mediática prebélica contra América Latina. Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Argentina, Uruguay y México son objetivos del imperialismo, no nos equivoquemos.

El Mal

Recientemente escuchábamos a Mike Pompeo -Secretario de Estado de los EEUU- felicitando a Brasil, Bolivia y Ecuador por haber roto el convenio de Salud con Cuba. En Ecuador, los médicos estuvieron trabajando desde 1992, durante 27 años. En los dos primeros casos, Pompeo felicitaba de manera doble por haber expulsado a los médicos cubanos.

Mike Pompeo representa al país que, entre las más recientes violaciones a los Derechos Humanos, mantiene en prisión a 103 mil niños menores de 12 años separados de sus padres, la mayoría de ellos, por razones migratorias. Esta cifra es del día 18 de Noviembre y consta en el informe presentado por Doctor austriaco Manfred Nowak, quien presidió el estudio por encargo de las Naciones Unidas. Es la más reciente muestra de la barbarie que dirige la administración de EE.UU. que hoy -sin pudor alguno- pretende dar lecciones de democracia en Nuestra América. Pompeo felicita a los gobiernos por perseguir a estos trabajadores –humanitarios verdaderos- de la salud.

La acción de propaganda prebélica termina por afectar a los más pobres. Los médicos cubanos no están “quitando puestos de empleo” en los barrios de lujo a los galenos nacionales. Están justamente en las zonas marginales de las grandes ciudades o más comúnmente en las zonas rurales alejadas de la Sierra o la Amazonía de Brasil, Bolivia y Ecuador. Qué satisfacción puede haber en quitarles la atención fraterna de una médica o un médico, a quienes más la necesitan. La única satisfacción sería la voluntad política propagandística de los EE.UU. para acusar y acosar a la Revolución Cubana, tarea en la que ya llevan fracasando 60 años.

En toda América Latina, en todo el mundo, hay cada vez más conciencia de quiénes son los amigos y quiénes los enemigos de los pueblos. Para los más marginalizados, las médicas y los médicos cubanos, guiados por Martí y Fidel, son los escudos acerados, brillantes y levantados al sol de la solidaridad los pueblos.

 

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