Revolución permanente y guerra en Palestina

Revolución permanente
Martes 26 de Diciembre de 2023

La importancia de la guerra en Palestina actualiza discusiones estratégicas para la izquierda marxista. Una de los más importantes es la comprensión de todo este proceso convulsivo en el marco de la teoría programa de la revolución permanente.

De acuerdo con los criterios de Lenin para definir las guerras, la resistencia palestina libra una guerra legítima y progresiva de liberación nacional contra la guerra contrarrevolucionaria de Israel, que busca imponer una limpieza étnica de carácter nazi-fascista.

Pero todo el proceso es mucho más complejo que el de una guerra.

La consigna central de todo este proceso –por una Palestina laica, democrática y no racista– es en sí mismo una consigna democrática. Pero no se puede lograr sin destruir el Estado de Israel, lo que exige un levantamiento de las masas trabajadoras en un proceso revolucionario objetivamente socialista, ya que naturalmente se volverá contra la burguesía y sus organizaciones.

Se trata de una consigna democrática que puede adquirir o no un carácter transicional en este proceso revolucionario. O la posibilidad de una victoria real se reducirá mucho, dada la dimensión del peso de la contrarrevolución.

Los orígenes del proceso

La formación del Estado de Israel es una excrecencia histórica. Un Estado creado por una maniobra directa del imperialismo en 1948, apoyado por el movimiento sionista, para crear una fortaleza armada hasta los dientes en la región con las mayores reservas de petróleo del planeta.

Esta maniobra fue apoyada explícitamente por la URSS, que fue de los primeros países en reconocer al Estado de Israel, con Molotov como Ministro de Relaciones Exteriores y Gromyko –representante de la URSS frente a la ONU- a la cabeza-. Así mismo, el apoyo de la URSS al sionismo significó una traición a los comunistas palestinos, quienes se oponían categóricamente a la partición del país. Este es uno de los mayores crímenes políticos del stalinismo.

Tras la conmoción mundial por la masacre de judíos por el nazismo, el movimiento sionista fue la punta de lanza de un proyecto imperialista. Un proyecto que sólo podría concretarse con una limpieza ética y una guerra permanente contra el pueblo palestino.

Esta guerra comenzó con la expulsión de 800.000 palestinos, en la primera guerra de Israel contra los pueblos árabes, en lo que se conoce como la Nakba (catástrofe), de modo que Israel tomase el control de 77% de las tierras palestinas. Esto hasta hoy se conoce como el “territorio de 1948” o “Palestina del ’48”.

Como el pueblo palestino no acepta la sumisión, el conflicto se reanuda periódicamente. Israel utiliza cada uno de estos conflictos para expandirse. Después de 1948, en la Guerra de los Seis Días en 1967, Israel tomó la Franja de Gaza, la Península del Sinaí, Cisjordania y los Altos del Golán.

Y ahora, Israel utiliza esta guerra con el objetivo de ocupar parte de la Franja de Gaza o expulsar completamente al pueblo palestino de sus tierras en esta región –alrededor de dos millones de personas– hacia el desierto del Sinaí, un paso cualitativo más que en la Naqba.

Esta no es sólo una guerra contrarrevolucionaria, apoyada por el imperialismo norteamericano y europeo. Se trata de una acción de carácter nazi-fascista, similar a la llevada a cabo por los nazis contra los judíos en el pasado.

Como el pueblo palestino no se rinde, tenemos una guerra contrarrevolucionaria de Israel contra el pueblo palestino que lleva 75 años, con momentos de auge (como en 1948, en la guerra de los Seis Días en 1967 y ahora); y una guerra progresiva, de liberación nacional de los palestinos contra Israel.

La fundación de Israel generó una de las opresiones nacionales más pesadas de la historia mundial. Y, sin duda, la guerra de liberación nacional con mayor apoyo mundial en ese momento.

Una región desgarrada por la revolución y la contrarrevolución

La región conocida como MENA (Medio Oriente y Norte de África) está históricamente muy polarizada entre revolución y contrarrevolución en procesos convulsivos.

Hay razones objetivas y subjetivas de peso para ello.

El primer elemento objetivo es la enorme riqueza que generan las mayores reservas de petróleo del mundo, que son estratégicas para el imperialismo. Además, es un punto de tránsito en Europa y Asia, lo que es muy importante para el comercio mundial. Estas son las razones de fondo para la creación de Israel como fortaleza del imperialismo.

Esta misma riqueza produce una polarización social gigantesca, con burguesías extremadamente ricas apoyadas en dictaduras (en varios países con monarquías brutales) y un pueblo en estado de miseria creciente.

El segundo elemento es la propia existencia del Estado israelí. No hay dudas de que garantiza la dominación militar del imperialismo y una base ideológica particularmente racista y occidentalista: “la democracia contra los bárbaros musulmanes”.

Pero, como se trató de una imposición brutal a los palestinos, se generó una dinámica de radicalización política permanente, de conflictos y de guerras.

En tercer lugar, tenemos la misma dinámica de pauperización de las masas de todo el mundo, debido a la tendencia a la baja de la economía mundial desde la recesión global de 2007-2009, con sucesivos planes neoliberales, cada uno más pesado que el otro.

En cuarto lugar, la región está marcada casi por completo por dictaduras odiadas, que han existido durante décadas. La polarización social y de opresión nacional no es considerada en el marco de las democracias burguesas.

En América Latina, una serie de revoluciones democráticas derrotaron dictaduras en Argentina (1982), Brasil (1984), Uruguay (1985) y otros países, generando el establecimiento de democracias burguesas en la mayor parte del continente. En Medio Oriente y el Norte de África esto no ocurrió. Ni siquiera la Primavera Árabe logró poner fin a estas dictaduras.

La situación interna de Israel

Existe una tendencia al bonapartismo en todo el mundo, que acompaña la decadencia de las economías y a la necesidad de reprimir al movimiento de masas, que también se expresa en la región.

No son coincidencias la ampliación de las medidas bonapartistas de las democracias burguesas -como la imposición de Macron al parlamento para imponer la reforma de las pensiones-, y la transformación de regímenes democráticos burgueses en bonapartistas -como en Turquía y en Hungría-.

Una de las demostraciones de esto en la región, además de la permanencia de las dictaduras, es la evolución dentro del propio Estado de Israel.

Este Estado nunca tuvo un régimen de democracia burguesa. Siempre ha sido un régimen de apartheid apoyado en la represión y la opresión a los palestinos, la mayoría de los cuales ni siquiera tiene derecho al voto.

Sin embargo, para los judíos israelíes existía una democracia similar a la de los blancos en el régimen del apartheid de Sudáfrica. En las últimas décadas, los gobiernos israelíes han sido cada vez más de ultraderecha. El gobierno de Netanyahu es una muestra de esto, con ministros directamente fascistas en carteras clave: Itamar Ben-Gvir (Seguridad Pública) y Bezalel Smotrich (Finanzas).

Junto a esto, Netanyahu apuesta en ataques aún más duros contra los palestinos al alentar la ocupación de colonos judíos armados en Cisjordania.

Netanyahu se enfrentaba, antes de la guerra, a una importante crisis política por querer imponer una reforma judicial que reducía los poderes de la Suprema Corte del país, en una medida bonapartista sin precedentes. Esto provocó una división en el establishment israelí y decenas de miles salieron a las calles contra este proyecto gubernamental. Esto aumentó la deslegitimación de Israel.

Esto ayudó a crear las condiciones de explosividad que explican las bases para el 7 de octubre.

El ataque palestino fue un duro golpe para todo el Estado israelí y, en particular, para Netanyahu, quien afirmó que su gobierno de ultraderecha era necesario para garantizar la seguridad de Israel. El desprestigio del gobierno se ha acelerado mucho. Se vio obligado a formar un gobierno de unidad nacional para garantizar una base interna para el ataque militar a Gaza.

La demora de Israel en la invasión terrestre tiene que ver no sólo con la preparación militar, sino también con las crisis políticas dentro de Israel, tanto en lo que respecta a la estrategia como a las medidas militares concretas. Además, hay una crisis con las familias de los 240 rehenes que exigen una respuesta del gobierno.

Ahora Netanyahu apuesta por el genocidio y la victoria militar para garantizar también su futuro político.

El proyecto de Israel es dar un nuevo salto en la limpieza étnica del pueblo palestino y se abren varias posibilidades.

Una de ellas es expulsar a los palestinos de Gaza -dos millones de personas- al desierto del Sinaí. La otra, más mediada, es ocupar definitivamente una parte de Gaza, y dejar otra parte a los palestinos, [aunque] sometidos a una administración israelí.

La construcción de este plan de “posguerra” ya está en discusión y podría involucrar a la Autoridad Nacional Palestina -actualmente muy desgastada-, a los países árabes (como Egipto, Jordania, Arabia), y una fuerza militar de la ONU. No está excluido que ese plano incluya el apoyo de China y Rusia.

Los límites de los procesos revolucionarios

Hubo varios procesos revolucionarios en la región, que tienen estas bases objetivas: la explotación brutal de los trabajadores, el odio contra las dictaduras locales, la existencia y la opresión de Israel.

Sin embargo, estos procesos están limitados por la fragilidad social del proletariado en la región y la prácticamente inexistente dirección revolucionaria.

Sólo por mencionar los procesos más recientes, podemos citar la “primavera árabe”, un gran levantamiento de las masas que sacudió las dictaduras de la región entre 2010 y 2013. Esas movilizaciones revolucionarias derrocaron gobiernos que habían existido durante décadas en Egipto, Libia, Sudán, Túnez, Yemen, Irak, y otros.

Las otras dos grandes expresiones fueron las Intifadas palestinas: la primera (de 1987 a 1993) y la segunda (de 2000 a 2005).

Sin embargo, estos procesos fueron derrotados. La primavera árabe, después de casi cuatro años de heroicas movilizaciones de masas, consiguió derrocar los gobiernos en Túnez, Egipto, Libia y Yemen, pero no logró poner fin a las dictaduras en estos países, con excepción de Túnez (que ahora está retrocediendo).

La primera Intifada fue canalizada por la OLP hacia los Acuerdos de Oslo de 1993. A través de estos acuerdos, la principal dirección palestina (Al Fatah) se convirtió en el capataz del dominio israelí en los territorios ocupados, a través de la Autoridad Nacional Palestina. La segunda Intifada también se canalizó hacia los acuerdos Abbas-Sharon, que posibilitaron elecciones en Cisjordania y Gaza en 2006.

Hay muchas desigualdades entre los países, pero en general el proletariado es socialmente frágil en la región, teniendo más peso histórico sólo en Irán y Egipto. En Siria, antes de la revolución, había 600.000 obreros industriales en una población de 22 millones de habitantes. En Palestina, el proletariado es pequeño y está ultracontrolado, y la mayoría de los sindicatos están dirigidos por Al Fatah.

No es casualidad que el sujeto social de los procesos revolucionarios, tanto de la primavera árabe como de las intifadas, no fuera el proletariado sino las masas populares, en particular la juventud empobrecida.

Además, el proletariado judío apoya al Estado de Israel y el sionismo. En sus orígenes, este proletariado se formó en el proceso de colonización de Palestina, con la llegada de millones de judíos europeos para ocupar las tierras y expulsar a los palestinos.

Luego, en las palabras de Joseph Daher -activista sirio, profesor de la Universidad Lausanne-:

“Esto no es sólo el resultado de la devoción ideológica, sino también del interés material en el Estado de Israel, que proporciona a los trabajadores israelíes casas robadas a los palestinos, así como niveles de vida inflacionados. La clase dominante y el Estado israelí integran así a la clase trabajadora israelí como colaboradora, en un proyecto común de colonialismo de colonos.

Las instituciones de la clase trabajadora, como su sindicato, el Histadrut, desempeñaron un papel central en la limpieza étnica de Palestina. Los líderes sindicales sionistas establecieron la Histadrut, en 1920, como un sindicato exclusivamente judaico y lo utilizaron para liderar el desplazamiento de trabajadores palestinos”.

En términos subjetivos, el problema se agrava. No existen organizaciones masivas marxistas revolucionarias en la región. El papel del estalinismo con el apoyo de la URSS en el nacimiento de Israel y, luego, la capitulación de los partidos estalinistas al nacionalismo burgués son explicaciones importantes de esto.

El nacionalismo burgués árabe, que tuvo gran peso en el pasado, entró en fuerte decadencia desde los años 1970 del siglo pasado, avanzando en acuerdos con el imperialismo. El nasserismo se convirtió en Sadat y Mubarak en Egipto. El Partido Baath evolucionó hacia Assad en Siria. Esto condujo a la crisis de las dictaduras proimperialistas, que se convirtieron en el blanco de la furia de las masas de la Primavera Árabe en Egipto, Siria, Libia, Irak, y otros países.

El peso de las corrientes que se presentan como islámicas es parte de esta realidad de crisis de la dirección revolucionaria. Diversos movimientos y partidos religiosos llegaron a los gobiernos de diferentes países en procesos muy distintos.

Esto incluye a Irán, donde los ayatolás chiitas capitalizaron la revolución iraní de 1979 y desde entonces han impuesto una dictadura teocrática en el país, que se choca cada vez más con la lucha de las masas.

En Egipto, la Hermandad Musulmana llegó al poder por la vía electoral, tras la caída de Mubarak en 2012. Con sus planes neoliberales y represivos, generó una nueva rebelión contra su gobierno, que fue capitalizada por un golpe militar del general al-Sissi en 2013, hasta hoy en el gobierno.

En Turquía, Erdogan llevó a cabo una reforma reaccionaria, haciendo que el régimen pasara de la democracia burguesa al bonapartismo, siempre apoyado en el discurso islámico.

Las dos direcciones palestinas más importantes en este momento tienen orientaciones muy diferentes. La Autoridad Palestina, dirigida por Mahmoud Abbas, es de hecho un producto de los acuerdos de Oslo, siendo un capataz de un simulacro de Estado, completamente subordinado a Israel y repudiado por las masas palestinas.

Hamas, la dirección de masas palestina más importante en la actualidad, se opone a Israel y ocupa un lugar central en esta confrontación. Hamas ganó las elecciones en el territorio palestino, en 2006, lo que no fue aceptado por Israel, gobierna Gaza hasta ahora, y se enfrenta militarmente al genocidio israelí. Pero el programa de Hamas, como veremos, tampoco apunta en el sentido del proceso revolucionario.

La crisis del orden mundial y sus reflejos en la región

El peso y la responsabilidad del imperialismo norteamericano y europeo en el apoyo al genocidio israelí es un hecho conocido.

En este momento, esto tiene una importancia decisiva en la ofensiva de Israel, que no tendría condiciones militares ni políticas para ello sin el apoyo imperialista.

Los principales medios de comunicación burgueses se hacen eco del imperialismo estadounidense al hablar del “derecho de defensa” de Israel, con un cinismo cada vez más cuestionado.

Antes de la guerra, estaba en marcha una maniobra del imperialismo norteamericano para acercar a Arabia Saudita con Israel, lo que estabilizaría más la dominación imperialista estadounidense en la región.

Sin embargo, es necesario aclarar el papel del otro bloque imperialista, que también tiene peso en la región.

La guerra de Ucrania colocó al imperialismo ruso en una crisis importante. En este momento, son el imperialismo norteamericano y el europeo los que tendrán que asumir el desgaste por su abierto papel contrarrevolucionario.

Rusia y China representan procesos históricos particulares y únicos. Eran Estados obreros burocratizados, dirigidos por partidos estalinistas. Experimentaron la restauración capitalista y, por diferentes caminos, evolucionaron hacia nuevos países imperialistas. Son muy diferentes en su ubicación en la división mundial del trabajo, pero son imperialistas. China es la segunda potencia económica del mundo y Rusia es la segunda potencia militar. Tanto China como Rusia tienen intereses económicos y políticos imperialistas en Medio Oriente y en el Norte de África.

Antes, cuando todavía eran Estados obreros, esos Estados tenían peso fundamental en el movimiento de masas, a través de los partidos comunistas. Hoy, como países imperialistas, siguen teniendo peso, aunque menos que antes. El EIPCO (Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros), que reúne a la mayoría de los partidos comunistas de todo el mundo (incluyendo el PCdoB, PC y PCRR del Brasil), cuenta con la presencia del PC chino y el PC de la Federación Rusa (que apoyan la invasión rusa a Ucrania).

El imperialismo ruso tiene intereses económicos y políticos en toda la región, incluso con Israel. Antes de la situación actual, Netanyahu visitó a Putin poco después de encontrarse con Trump. China es el mayor importador de petróleo de Irán y de Arabia Saudita, y también hace negocios con Israel. Antes de la guerra, China presionaba por un acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, en una postura contraria a la de Estados Unidos.

Tanto Rusia como China están interesadas en la estabilidad de la región, no en la guerra, y ninguno de ellos quiere la destrucción de Israel.

Ahora, con la guerra, China y Rusia se han distanciado de Israel para defender una vez más la fallida estrategia de los Acuerdos de Oslo: los “dos estados”. De esta manera capitalizan el desgaste del imperialismo norteamericano en la región. Y se candidatizan para ser parte de un “plan de paz para la región” tras la guerra.

Rusia cuenta con el apoyo directo de un bloque llamado “eje de resistencia” con Siria, Irán y Hezbollah (en el Líbano), la Yihad Islámica, y los rebeldes hutíes de Yemen. Este bloque, a pesar de las amenazas y declaraciones contra el genocidio, aún no se ha sumado a la lucha contra Israel,  con excepción de los hutíes en el Mar Rojo, dejando a Gaza sola contra el genocidio israelí. Toda la izquierda reformista mundial que apoya a Hezbollah e Irán debería exigir su entrada en la guerra.

Una crisis política creciente

La guerra en Palestina está polarizando aún más la crisis del orden mundial, con reflejos en la economía, con inestabilidad política de los países y en el medio ambiente. Para decirlo muy brevemente, las posibilidades de recuperación de la economía mundial son limitadas y los conflictos interburgueses en los países se agudizan. Por otro lado, se retoma el énfasis en la producción de combustibles fósiles, aumentando la crisis ambiental.

Todo esto se ve potenciado por importantes movilizaciones en apoyo a los palestinos. Aquí cobra peso lo que decíamos: la causa palestina es la lucha de liberación nacional más importante del mundo. Esto está siendo asumido por las masas de inmigrantes y por la juventud de los países imperialistas. No es casualidad que haya movilizaciones gigantescas en Inglaterra y en Estados Unidos. Está siendo incorporada como causa propia por las masas árabes y musulmanas de los países de Medio Oriente y el Norte de África. Hay manifestaciones de masas en Turquía, Jordania, Egipto, y muchos países del área.

Además, en la buena parte de los países del mundo hay amplias movilizaciones de vanguardia, con un apoyo de masas importante.

Comienza a haber acciones de solidaridad activa entre los trabajadores y la lucha palestina. Tres sindicatos de trabajadores del transporte belgas pidieron a sus miembros que no permitan el embarque de armas a Israel. En Oakland (EE.UU.) una acción de vanguardia retrasó la salida de un navío con armas para Israel.

Este no es un proceso unidireccional. Hay una polarización política, con peso creciente también de la ultraderecha. Los gobiernos imperialistas imponen medidas bonapartistas contra las movilizaciones y las organizaciones que apoyan a los palestinos.

Pero existe un sentido político general en el proceso político mundial. Incluso con todo el apoyo de los grandes medios burgueses, el sionismo está perdiendo la batalla por la conciencia de las masas del mundo.

En este momento Israel invadió la Franja de Gaza, rodeó la ciudad de Gaza y se prepara para ocuparla. Se enfrentará a la heroica resistencia de los palestinos, que utilizarán tácticas de guerrilla, apoyados en sus túneles, como los Vietcong utilizaron la selva contra los soldados estadounidenses.

Mientras Israel se estanca en la batalla terrestre en Gaza, retrocede políticamente en el mundo.

Esto es lo que explica las recientes encuestas que indican 66% de apoyo al alto el fuego entre los estadounidenses. Los judíos norteamericanos que se oponían a la invasión israelí ocuparon el Capitolio y las estaciones de trenes en manifestaciones de peso.

Las movilizaciones en Turquía presionaron a Erdogan, quien tuvo que pronunciarse contra Israel y, él mismo, convocar una manifestación para frenar el proceso. En América Latina, Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Israel mientras Colombia y Chile convocaron a sus embajadores.

La evolución del conflicto en Gaza tiende a exacerbar aún más la polarización política que ya existe en el mundo.

Hay una coyuntura mundial nueva y explosiva que recién se inicia y que puede tomar múltiples direcciones.

Frente a esta realidad, queremos volver a lo que dijimos en el inicio de este texto. La única posibilidad de derrotar a Israel es transformando esta guerra de liberación nacional en un proceso revolucionario internacional.

El proceso de revolución permanente

Los programas reformistas, en sus más variadas versiones, fueron probados en la región y fracasaron. El tratado de Oslo, con la propuesta de los “dos estados”, acabó materializándose con la Autoridad Palestina controlando partes de Cisjordania como capataz de Israel. Este “semiestado” no tiene fuerzas armadas ni autonomía económica ni política. Su territorio es sistemáticamente recortado y reducido por colonos judíos fuertemente armados que continúan ocupando tierras y expulsando a palestinos.

No hay posibilidad de que los dos Estados coexistan porque Israel es un Estado con características nazi-fascistas y su objetivo es expulsar a los palestinos a punta de pistola. Sería como proponer “dos Estados” en los años 40 del siglo pasado, con uno nazi y otro judío desarmado.

La propuesta original de la OLP, de “Palestina laica, libre y no racista” es la bandera histórica de los palestinos. Pero la única posibilidad de hacer viable esta propuesta es con la destrucción del Estado de Israel, para volver a la situación anterior a su creación, cuando musulmanes, judíos y cristianos convivían democráticamente en una misma región.

Sin embargo, se trata de una guerra muy difícil debido a la desigualdad militar. Israel es la cuarta potencia militar del planeta. Y cuenta con el apoyo directo del imperialismo norteamericano, así como de los imperialismos europeos. Si pensamos sólo desde el ángulo militar, la derrota es casi segura, como ha ocurrido hasta ahora.

No obstante, la historia enseña que es posible derrotar incluso a la potencia imperialista hegemónica cuando se alían la movilización de masas y la lucha armada.

En la revolución haitiana, los esclavos insurgentes derrotaron al imperialismo español e impusieron una de las primeras derrotas militares al imperialismo francés con Napoleón Bonaparte. Durante la Revolución Rusa, el recién creado Ejército Rojo derrotó la invasión militar contrarrevolucionaria de 16 países imperialistas.

Para usar un ejemplo más reciente, Estados Unidos fue derrotado en Vietnam en 1975. Esto fue producto de la heroica resistencia del Vietcong combinada con las movilizaciones en todo el mundo y en Estados Unidos en particular.

Para ser precisos, es necesario entender la guerra de liberación nacional palestina como parte del proceso de revolución permanente. En las palabras de Trotsky, en el Programa de Transición:

“Esto es lo que determina la política del proletariado de los países atrasados: está obligado a combinar la lucha por las tareas más elementales de la independencia nacional y la democracia burguesa con la lucha socialista contra el imperialismo mundial”.

“Las demandas democráticas, las demandas transitorias y las tareas de la revolución socialista no están separadas en épocas históricas distintas, sino que surgen inmediatamente las unas de las otras”.

Es posible derrotar a Israel, pero para ello será necesario, además de mantener y profundizar la resistencia militar en Gaza, algo similar a la combinación de una nueva Intifada palestina, la reanudación de la primavera árabe en los países de la región, y movilizaciones de masas en todos los países del mundo, particularmente en los países imperialistas.

Una nueva Intifada provocará enfrentamientos masivos en Cisjordania y en los territorios de 1948, sacando el foco único de Gaza.

Una nueva primavera árabe se enfrentará a los gobiernos árabes de la región, tanto los que apoyan directamente a Israel como los que se lavan las manos en el “Eje de resistencia”, para apoyar activamente la lucha palestina.

Las movilizaciones en los países imperialistas pueden cumplir el papel esencial de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, que fracturó a la burguesía norteamericana y ayudó enormemente a la victoria de lucha vietnamita.

Pero, para lograrlo, será necesario superar las direcciones burguesas de este proceso.

Algunas conclusiones

Esta comprensión de la estrategia de la revolución permanente incluye cuatro elementos esenciales:

El primero es la necesaria unidad de acción con todos aquellos que están contra el genocidio israelí y apoyan la lucha palestina. Esto incluye a Hamas y a todos los sectores involucrados en esta lucha.

El segundo es la comprensión de esta lucha democrática como parte de un proceso revolucionario socialista, lo que necesariamente termina llevando a un enfrentamiento con las burguesías árabes, que llevaron todos los procesos anteriores a la derrota y podrían repetir eso en este momento. Estas direcciones no están dispuestas a movilizar y armar a los trabajadores y los jóvenes de la región porque temen que esto se vuelva en su contra.

El tercero es que el proyecto de revolución permanente es necesariamente internacional, una de las necesidades fundamentales de este proceso. Esta lucha no puede ganarse sólo en el territorio palestino sino combinada con una lucha revolucionaria en los países árabes e imperialistas.

El cuarto es que es necesario construir una nueva dirección para todo este proceso. Defendemos la más amplia unidad de acción con Hamas, la dirección palestina más respetada en este momento. Pero la estrategia de Hamas incluye sus alianzas con las burguesías regionales de los gobiernos que se oponen a la extensión de la revolución, como el “Eje de Resistencia”, y no la movilización independiente de las masas, incluso contra los gobiernos de Irán, Siria y Líbano.

Una de las sedes más importantes de Hamas se encuentra en Turquía, bajo protección de Erdogan. Hamas apoyó la invasión turca a Afrín, en Siria, que provocó la expulsión de 200.000 kurdos.

La estrategia de Hamas sigue siendo la de un Estado teocrático, con su peso represivo hacia las mujeres y las personas LGBTQ, y su postura religiosa divisionista. Se trata de un programa distinto del nuestro que defiende una “Palestina laica, democrática y no racista”.

Finalmente, Hamas no tiene un programa revolucionario socialista, sino uno de desarrollo burgués. Esto reproduce la dinámica de este tipo de movimientos que, al llegar a los gobiernos, conducen al desarrollo de una nueva burguesía, como ya sucedió en Irán, Egipto, Siria, etc. Tampoco lleva a una ruptura con los imperialismos. No se puede escapar del imperialismo estadounidense y apoyar al imperialismo ruso.

Nada de esto nos impide luchar junto a Hamas y las masas palestinas contra el Estado de Israel y los imperialismos. Pero mantenemos la tradición leninista de golpear juntos pero marchar separados, no sólo de Hamas sino de todas las corrientes estalinistas, reformistas en general, y burguesas, que apoyan a estas corrientes en el mundo, manteniendo nuestra independencia política y nuestro programa socialista y revolucionario.

Por: Eduardo Almeida Neto
Traducción: Natalia Estrada

Artículo publicado originalmente en la página oficial de la Liga Internacional de los Trabajadores - Cuarta Internacional.

 

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