Haití, Venezuela y la hipocresía de Occidente

Resulta curioso pensar en torno a que elementos construimos nuestra idea de crisis. La maquinaria mediática nos enseña a pensar, y quizá aún más grave a sentir de formas parcializadas y sesgadas.
Lunes 25 de Febrero de 2019

Desde el pasado 7 de Febrero del año en curso, en la República de Haití, dieron inicio una serie de multitudinarias manifestaciones populares. Entre los detonantes de las movilizaciones destacan: el aumento a los combustibles, y la indignación y ferviente malestar ante la denuncia de malversación de fondos. Más de dos mil millones de dólares, destinados al área social, fueron desfalcados por 15 ex funcionarios gubernamentales, entre ellos el actual presidente Jovenel Möise.

Contrario a lo que se puede pensar, las protestas en Haití no aparecen cómo una explosión espontánea de la sacrificada población. Con el 80% de sus habitantes sobreviven bajo el umbral de la pobreza, las protestas son más bien el resultado de un acumulado histórico y de siglos y siglos de estar sometidos a imperios.

Haití, que fue la Primera República en el continente en rebelarse contra el dominio imperial, ha sido sistemáticamente atacada, bloqueada, intervenida, saqueada, embargada, desangrada impedida de comerciar. Ha sido el único país en la historia, que una vez independiente, se vio obligado a pagar indemnizaciones, por cerca de un siglo, a sus antiguos amos coloniales.  

La historia haitiana muestra como los imperios ( Europa en la época colonial, y EEUU en la época contemporánea) no han hecho más que impedir el desarrollo político y económico soberano de un pueblo. No es coincidencia que Haití sea el país más pobre de la región, así como no es coincidencia que el tren de la industria no haya pasado por allí tampoco. El país jamás ha ingresado en el mercado mundial vendiendo otra cosa que no se materia prima, extraída de sus sobre explotados suelos (el 2% del territorio Haitiano se considera Boscoso).  Haití es la crisis provocada por los imperios hecha carne, exhibiéndose con sorna y diciendo: !Aquí estoy! Existo y no me van a detener.

Basta con revisar alguna de sus 120 guerras civiles en el lapso de un siglo, o de analizar algunas de sus múltiples dictaduras, revueltas, golpes de estado u otros episodios sangrientos para certificar que la nación caribeña parece estar condenada a la miseria.  A su difícil, situación social, política y económica, se suman los desastres naturales que azotan sus territorios: huracanes, ciclones, maremotos y  en 2010, un terremoto con epicentro a 15 km de la capital Puerto Príncipe y 7.0 de magnitud, el cual dejó un total de 316 000 fallecidos, 350 000 heridos y 1.5 millones de personas sin hogar. 

En 2004 la oficina adjunta de los Estados Unidos para el ejercicio transfronterizo del poder y la violación a  la soberanía, a la que a algunos les gusta llamar ONU, llevó al país la MINUSTAH, La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití. La cual no ha hecho más que apoyar a gobiernos títere en el país y violar gente (los efectivos militares de la ONU han violado a cientos de mujeres, niños y niñas durante su permanencia en Haití) pues si algún resultado efectivo tendría, hoy en pleno 2019, la tierra de Mackandal no se encontraría al borde de una verdadera crisis humanitaria.

Haití, parece padecer al igual que la Julliette de Sade, los infortunios de la virtud, la virtud de haber querido ser libres y prósperos.

Ahora bien, ubiquemos nuestra mirada un tanto más al sur del continente para encontrarnos con Venezuela. Si bien las contradicciones propias del desarrollo de procesos alternativos al capital pueden generar cierto grado de incertidumbre, y pueden atravesar por momentos en dónde los recursos menguan. No es menos cierto que tildar la situación Venezolana como crisis humanitaria tiene un trasfondo completamente engañoso.  Situación que dicho sea de paso, es provocada a través de una descarada guerra económica.

Resulta curioso pensar en torno a que elementos construimos nuestra idea de crisis. La maquinaria mediática nos enseña a pensar, y quizá aún más grave a sentir de formas parcializadas y sesgadas. La gente que llora por Venezuela, quizá ni siquiera sabe de la situación de Haití. Sus mentes y corazones parecen estar movidos por una suerte de empatía selectiva o solidaridad a medias¨con los que pasan hambre.  Sin embargo, esta hipocresía, esta doble moral, no es solo característica de ciudadano promedio mal informado, sino que aparece como elemento inherente en la política externa de los Estados Unidos.

Se pretende justificar una agresión militar, una intervención, a partir de el ingreso de ayuda humanitaria a la nación caribeña, los títeres de turno,: Guaidó, Bolsonaro, Duque, ponen de alfombra a sus territorios para que la potencia del norte se limpie los pies mientras busca por dónde entrarle al gobierno de Maduro.  Se organizan conciertos transfronterizos para recaudar fondos, en una de las localidades más pobres de Colombia por ejemplo, mientras se juega con la opinión mundial buscando legitimar la guerra, el libreto es viejo.

El discurso anti socialista de Trump y el militarismo que exacerba los ánimos de intervención, no son coincidencias, pues con las  elecciones yanquis a las puertas,  es imposible no establecer similitudes con las formas discursivas que se tenía en los 60s respecto a Vietnam por ejemplo y ya todos sabemos cual fue el resultado. Las guerras y la intervención son las formas propias del quehacer político norteamericano, y resulta ingenuo creerles el discurso de la ayuda y el bienestar.

Para desazón después de todo lo expuesto, concluyo, creyendo que para que el mundo vuelva lo ojos hacia Haití, hace falta que tiemble de nuevo. Mientras que para que el mundo tenga sus ojos  en Venezuela sólo hizo  hace falta que se declaré  una patria socialista y soberana, sin mencionar que Haití no posee la inmensa riqueza natural en recursos que Venezuela. La invitación es entones, a desde nuestros espacios, impedir que su virtud, no sea así mismo la causa de  su infortunio.

 

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