El retorno de los militares al poder

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El rol de las fuerzas armadas en nuestro país, de forma tradicional, ha sido la de árbitro entre las distintas facciones de la oligarquía cuando su cohesión interna se ve afectada por las disputas económicas y políticas. En este sentido, han funcionado como un elemento un cohesionador, que utiliza al nacionalismo y la violencia profesional, como fuente de legitimidad institucional.

Esta actitud que los militares sostienen frente al resto de la sociedad, el de ser políticos tras bastidores, resulta ser un elemento crítico incluso para la democracia burguesa, ya que no permite construir un proceso de largo alcance, donde la gente tome las decisiones, condenándonos al tutelaje militar y al eterno retorno.

Este 2018 arrancó con los graves sucesos en Esmeraldas, como la bomba en San Lorenzo o el secuestro de los periodistas, eventos que de una y otra manera fueron utilizados políticamente, con dos grandes fines a la vista: tomar el control de los procesos de Inteligencia, y el segundo, permitir el reingreso de los norteamericanos y sus agencias de seguridad, como el Buró Federal de Inteligencia.

Así, en los últimos meses, hemos sido testigos, de que este rol, que fue combatido en cierta medida por el anterior gobierno, va poco a poco retornando al orden clasista acostumbrado. Ya mientras el presidente del Partido Socialista, Patricio Zambrano, fue Ministro de Defensa, se observó el retorno de ciertos privilegios de los oficiales, así como la destrucción de la inteligencia civil, retornando a un ejercicio basado en los subsistemas policiales y militares.

Una vez asumida la Inteligencia bajo mando policial y militar, se da el segundo hito; la salida de Zambrano y la entrada del ex general Jarrín como Ministro, quien se ha dedicado con empeño a re articular a las fuerzas armadas  con la política militar hemisférica de Trump, la que se consolidó con varias visitas de altos mandos militares, así como diplomáticos, incluyendo al vicepresidente Pence.

De esta manera, los militares, retornan al campo de influencia estadounidense, lo que implica compras de armamento – en medio de la supuesta crisis económica señalada por el presidente Moreno –; además de la participación en de la Armada en los ejercicios militares internacionales UNITAS, que son impulsados por los Estados Unidos, y el retorno de los vuelos de vigilancia de los aviones de inteligencia del Pentágono.

Un tercer hito, que nosotros ya lo habíamos comentado en la revista, se da al eliminar la Secretaría de Gestión de Riesgos, ya que, nuevamente este componente civil, pasa a ser competencia de las fuerzas armadas, lo que implica que retomaron un espacio clave, ganando control sobre la ejecución de planes y gastos alrededor de los desastres naturales y la prevención de los mismos.

Un cuarto hito, que está en pleno desarrollo, es la eliminación de una serie de acuerdos ministeriales que buscaban promover la reducción de efectivos de las fuerzas armadas, lo que, permitirá incrementar su número, especialmente de tropa. Esta medida, como otras tomadas, no ha sido suficientemente explicada, lo que nos hace preguntarnos ¿a dónde nos quieren llevar?

Recordemos que el fortalecimiento de las relaciones con los Estados Unidos implica el asumir doctrinas, orientaciones y posiciones políticas, en escenarios complejos como un posible ataque a Venezuela, situación no tan improbable si atendemos las distintas posturas que se dan en el senado norteamericano. Por tanto, nuestra preocupación por el secretismo con el que manejan estos asuntos, es legítima.

Es así que los militares en Ecuador están retomando sus campos tradicionales de  influencia, más poco a poco vemos que se están preparando para dar un salto cualitativo. Esperemos que se respete al Sur de América, como un territorio de paz y no nos lleven a la guerra. Esperemos, porque en este pacto entre los militares y la oligarquía, el gran damnificado será el Ecuador.

 

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