La Gloriosa: del arroyismo al morenismo

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Viernes 29 de Mayo de 2020

La insurrección del 28 de mayo de 1944 fue un movimiento nacional y popular, cuyo epicentro fue la ciudad de Guayaquil y que se extendió a todo el Ecuador bajo la consigna de “Restauración Democrática y Unidad Nacional”. Este movimiento insurreccional posee una cualidad destacada: se constituía como una alianza entre la sociedad civil y los sectores más progresistas de las fuerzas Armadas.

Entrada la década de los años 40, Ecuador se abría paso por la vía prusiana de dependencia económica a través de deudas y explotación capitalista sobre la tierra feudal-terrateniente, la que se configuró con la alianza liberal-conservadora que asesinó a los Alfaro.

El Partido Liberal, que había traicionado los más nobles intereses del alfarismo, poseía la dirección política del Ecuador bajo el liderazgo de Carlos Arroyo del Río. El Partido Liberal, que se había degenerado rápidamente, adoptó sus posturas políticas acorde a los intereses de la oligarquía y el imperialismo.

Para la década de 1940, Ecuador era el país menos desarrollado de América en términos económicos, con un atraso extremo en el agro: “en estadísticas oficiales de 1941 se llega a la conclusión de que 196 grandes propietarios -el 0.20% sobre el total- de los predios valorados en más de s/ 200.000, acaparan tierras por un valor de s/ 147.590.960, lo que equivale al 21% sobre el total de los valores. En otro extremo se encontrarían 69.328 pequeños propietarios -el 88%- cuyos predios valorados suman 195.548.455”. Además, con una desigualdad social extremadamente alarmante “Cesar Endara y Amable Ortiz en un informe presentado en 1943 al Centro de Estudios Económico-sociales, establecían que 2 millones de habitantes de un total de 3 millones obtenían un ingreso mensual promedio equivalente a 140 sucres, mientras que el otro extremo, 40.000 personas -el 1.3% del total- promediaban 2.800 sucres mensuales y 960.000 -el 32%- recibían 400 sucres.

De la misma manera, el Gobierno Arroyista fue incapaz de dirigir la defensa del país ante la aleve agresión peruana que terminó arrebatando la mitad del territorio nacional por el miedo de que el pueblo utilizara esas armas en su contra; sin embargo, fortaleció el aparato coercitivo, convirtiéndolo en su Guardia Pretoriana, principal cómplice de la represión al pueblo.

“En febrero de 1942, en actitud entreguista ante el dictado de EE.UU., su canciller el conservador Julio Tobar Donoso aceptó el arbitrario Protocolo de Río de Janeiro que cercenaba al país la mitad del territorio en favor del Perú, pero fortalecía la tesis norteamericana de la “unidad continental”, que profundizaba la condición de América Latina como “patio trasero” de EEUU”.

Arroyo -que en un inicio había demostrado su simpatía con el nazi-fascismo- en descarada sumisión al gobierno norteamericano, en 1942, declaró la guerra a los países del Eje (Alemania, Japón e Italia), sumándose al sistema de defensa Interamericano patrocinado por EEUU. Con ese pretexto, cedió a la potencia del norte las Islas Galápagos y la Puntilla de Santa Elena donde se instalaron sendas bases militares. Arroyo y su gobierno representan el entreguismo de aquellos años.

La insurrección de mayo fue un cúmulo de episodios nefastos para la historia ecuatoriana, pero que a su vez, desarrolló la conciencia nacional, patriótica y popular del pueblo. De la misma manera, el auge de los movimientos antifascistas a nivel mundial dio empuje a los procesos de unidad nacional para enfrentar al enemigo común.

En el proceso de mayo de 1944, pasaron a unificarse todos los sectores políticos bajo el llamado de la Alianza Democrática Ecuatoriana -ADE- creada el 13 julio de 1943, en donde los partidos revolucionarios de ese entonces cumplieron el direccionamiento de la insurrección.

Distintos sectores y gremios progresistas también participaron, las mujeres tuvieron un papel protagónico mediante la Alianza Femenina Ecuatoriana -AFE-, asimismo los trabajadores encabezados por el Comité Nacional, las organizaciones indígenas con protagonismo en Cayambe, los estudiantes agrupados en la FEUE, y múltiples sectores más, incluido el ala progresista de las fuerzas armadas. Con esta configuración de los sectores sociales y las masas populares, se avizoraba el triunfo inminente de la insurrección.

Sin embargo, la traición se consumaba ya a los pocos días de la victoria del 28 de mayo, en la configuración reaccionaria del Gobierno de Velasco Ibarra y la ruptura de los acuerdos programáticos. Este proceso se consolidó con el Golpe de Estado de 1946, cuando Velasco Ibarra se proclamaba dictador, desconociendo la constitución del 45, una de las más vanguardistas de la historia nacional. Con el golpe de Estado, la oligarquía y el imperialismo -que iniciaba la Guerra Fría y el combate al comunismo en el mundo- truncaron el proceso revolucionario y consolidaron su poder reaccionario.

A pesar de ello, gracias a la Gloriosa de 1944, se lograron conquistas en el campo popular que continúan hasta los tiempos actuales como: la ratificación de la soberanía nacional, la descentralizacion del poder ejecutivo, la independencia de la función electoral, la creación del Tribunal de Garantías Constitucionales, la regulación presupuesto estatal, el reconocimiento de las horas laborales, el establecimiento del salario mínimo, las garantías laborales a mujeres trabajadoras, el respeto a la enseñanza educativa en idioma quichua, la autonomía universitaria, además de la personería jurídica de organizaciones de trabajadores y estudiantiles, la creación de la Casa de la Cultura, entre otras.

Hoy, donde el morenismo llega a compartir ciertas características con el arroyismo -y que desgraciadamente no se cuenta con organizaciones revolucionarias como las que existieron en la década de los 40- es imprescindible comprender las lecciones de su derrota y su traición: el rol de la izquierda. Esta no se limitó únicamente a la institucionalizada, sino también al movimiento de masas. Una siguiente lección es la necesidad de la unidad pero también el reconocimiento de sus propias limitaciones (al integrar incómodamente a sectores que la historia ha demostrado como oportunistas, además de reaccionarios), la necesidad histórica de organizar una organización revolucionaria que encamine los procesos, la conformación de cuadros formados en el ámbito técnico y político, el rol de las fuerzas armadas, el imprescindible análisis basado en la lucha de clases como motor de la historia, la correlación de fuerzas y sobre todo, el objetivo irrenunciable de la toma del poder real.

 

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