El Consejo que incomoda

curita
Miércoles 7 de Agosto de 2019

La democracia en el Ecuador, sin importar la perspectiva desde la cual se observe, continua en un ciclo de gradual retroceso. El Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), cuyo origen se remonta a la Constitución de 2008, está pensado como un quinto poder, que representa, en teoría, un instrumento que democratiza la estructura de poder del Estado y cumple una obvia función de control.

Sin embargo, tanto esta como otras instituciones que ahora se tildan como legado correísta pretenden ser echadas a un lado, a favor de un supuesto y autodenominado "retorno a la institucionalidad y la democracia". Es cierto que en la práctica y en sus 11 años de existencia el CPCCS nunca pudo superar la instrumentalización política por los gobiernos de turno. Sin duda este sigue siendo el caso, con un coyuntural recrudecimiento discursivo en torno a la "disfuncionalidad" del CPCCS como tal, en una clara pretensión de restarle toda legitimidad política de forma definitiva.

Lo cierto es que, en el pasado reciente, cuando el CPCCS Transitorio, sin legitimidad democrática alguna, era presidido por Trujillo, que cumplía a cabalidad con la tarea de descorreizar al Estado, el gobierno alababa la labor del Consejo. Ahora que la punta de la vara se volvió contra el gobierno y se pretenden revisar las decisiones tomadas por el CPCCS-T, la figura de su presidente actual, José Tuárez, es demonizada en conjunto con el resto de las dignidades electas democráticamente. Cuando antes se utilizaba al Consejo para transgredir y perseguir, ahora se pretende destruirlo para “volver a la institucionalidad”. Ninguna falacia más rotunda que esta.

Sin embargo, como todos los proyectos impulsados desde dentro de los círculos del gobierno actual, este corresponde a una lógica de desinstitucionalización promovida por Moreno y representada por el neoliberalismo como doctrina política. Esta doctrina profesa una privatización y desmantelamiento gradual de las estructuras estatales, entendiéndolas como obstáculos hacia la máxima utopía de la auto regulación del mercado, encabezada por millones de “monitos emprendedores”.

Ahora que el CPCCS quiere auditar decisiones y procesos que podrían comprometer a su antecesor, el CPCCS-T, los círculos del poder se vuelven a esmerar en fomentar el proceso de destitución de las dignidades electas, para seguramente volver a ocuparlo a dedo y conveniencia, ya que deshacerse de esta institución supondría una necesaria reforma a la Constitución. Si bien el gobierno parece torpe en sus cálculos políticos a primera vista, indudablemente es consciente de que una Asamblea Constituyente supondría ser el peor escenario posible en este momento, ya que no consta con la aprobación suficiente para impulsar un proyecto político de tal magnitud y costo político.

Este dilema fabricado entre correísmo - anticorreísmo, obstaculiza la construcción de un proyecto político a futuro. Resulta ser una discusión estéril, una suerte de revisionismo histórico, relativizando la construcción de poder para desembocar en la figura política del correísmo. Esta situación, en última instancia, imposibilita el desarrollo de una visión crítica de la historia, volviendo a caer en la misma dinámica y perpetuando así el círculo vicioso que se pretende demonizar.

Respecto al CPCCS, es posible afirmar que todos los órganos de control de índole social, ciudadana y en última instancia democrática, tienen un enorme potencial de corregir y materializar los mandatos electorales más allá de las urnas. Sin duda, el CPCCS puede ser y es de gran importancia - no para caer en alardeos correístas, como a le gustaría a la gente- a la hora de auditar decisiones efectuadas por la clase política. Bien ejecutado, la función del CPCCS podría conseguir una manera más horizontal del ejercicio de poder.

Contemplando el marco del debate definido por la clase política, seguimos cayendo en una triste reproducción del discurso del correísmo - anticorreísmo. Aquí el elemento más ridículo de toda la estrategia ideológica del gobierno de Moreno, que cae en la misma confrontación antagónica de la que habla insistentemente Ernesto Laclau: poner en equivalencia a dos antagonismos pretende justamente eso, contraponer a los múltiples conflictos que recorren nuestra sociedad. Esta lógica sigue dictando el orden del día a la hora de imponer criterios hacia ciertas instituciones, movimientos, y demás que se pretendan tachar de correístas. Todo bajo signos evidentemente neoliberales.

Así, el CPCCS, ahora que ya no se encuentra en manos del difunto y afamado Trujillo, vuelve a representar otra reminiscencia del correísmo que incomoda. Resulta ser su propio pasado reciente que vuelve para recordarnos que nadie tiene las manos limpias. Tarde o temprano, con CPCCS o no, sus acciones saldrán a la luz y se les juzgará por el tribunal de la calle, por haber vendido al país por debajo de la mesa mientras por arriba discutían sinrazones de tal calibre, como el de definir su propia existencia en una supuesta contradicción inherente a su ser, el anticorreísmo.

En definitiva, mientras este simulacro de correísmo - anticorreísmo siga definiendo la dirección de la opinión pública y la construcción de discurso en el Ecuador, nos encontraremos efectivamente atrapadxs en el pasado reciente, con una élite política que también en términos económicos pretende situarnos incluso más allá, en los años noventa. Parece imposible construir proyecto político alguno bajo esta premisa, que no desemboque en la (profundización de la) desarticulación política como forma indirecta de dominación bajo la lógica neoliberal.

 

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