¿Entretenimiento, desarrollo o esclavitud?

delfines
Lunes 28 de Enero de 2019

Hace varios meses circuló la noticia de que una empresa extranjera había solicitado permisos al Ministerio de Ambiente para la construcción de un delfinario en las costas de Santa Elena. Esta empresa pretendía importar al país delfines nariz de botella (Tursiops truncatus) provenientes de Venezuela y otras partes del Caribe, aduciendo el servicio social y a la conservación que tal proyecto traería consigo.

Como parte de este desatinado plan, la empresa promocionaba shows con delfines, delfinoterapia, y nado con delfines como atractivos principales. Rápidamente la sociedad civil y las organizaciones protectoras de animales mediatizaron este acontecimiento y participaron en reuniones donde se lograron exponer los argumentos éticos y científicos para evitar que un proyecto como este, sea avalado por la autoridad ambiental.

Este acertado y oportuno trabajo realizado por la comunidad científica y el Movimiento Animalista Nacional, en conjunto con los argumentos técnicos expresados por el MAE, lograron que sea ratificada la decisión de negar los permisos a esta empresa con claros fines comerciales.

Pero ¿cuál es el problema real detrás de esta aparente actividad inofensiva que hubiera atraído turistas y fomentado puestos de trabajo?

Dentro de los estudios científicos que se han venido desarrollando por más de 30 años, se ha demostrado que los animales poseen la capacidad de sentir y experimentar emociones muy parecidas a las de los humanos. En este caso en particular, los estudios en delfines aseguran que son capaces de reconocer su entorno, de tener personalidad, de tratar a sus semejantes de manera apropiada e incluso ética. Por estas razones la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) en 2010 propuso poner a los delfines dentro de una categoría especial, donde los reconoce como “personas no humanas”.

Tomando en cuenta este reconocimiento, ¿se justificaría la separación de estos individuos con fines de entretenimiento? ¿Sería necesario destruir las complejas estructuras sociales de una especie tan solo para que unos cuantos puedan lucrar de este espectáculo? ¿Es beneficioso para nuestro crecimiento personal ser parte de un negocio que se alimenta del sufrimiento de los otros?

La respuesta es bastante sencilla. No es justo, no es necesario y no es ético. La utilización de animales como objeto es una clara analogía a la esclavitud de la edad antigua, pero al ser “simples animales” el tema se ha quedado relegado de la mesa de discusión incluso por los movimientos de izquierda.

¿Cuál es el principal obstáculo que encontramos al hablar de la defensa de los animales? Muchas veces la respuesta viene de colectivos que defienden derechos humanos, siendo su único argumento el que el bienestar humano es primero. Pero ¿el bienestar de cuál humano? ¿De las mujeres? ¿De los niños? ¿De las adolescentes, LGBTI, de los ancianos, de las negras? Para el animalismo este debate no está en discusión. No podemos poner en una balanza quién es primero, segundo o tercero. Todas las vidas importan, por lo tanto si cada movimiento es capaz de desterrar de sus filas a la xenofobia, al machismo, al racismo o la homofobia, también será capaz de hacerlo con el especismo.   

Finalmente, ¿cuánto tiempo nos tomará incluir estas otras formas de vida dentro de nuestras luchas? No es fácil responder, sin embargo estamos claros que el animalismo no es el único camino para la revolución, así como tampoco lo son las luchas por separado. Es posible ir cambiando el mundo en la medida en que como colectivos vayamos debatiendo el problema de la explotación animal a nivel mundial, que no sólo afecta a cada individuo torturado, criado en condiciones precarias y asesinado, o al planeta con el rápido calentamiento global, sino que nos afecta como personas. Al entender el problema del uso de animales como objeto de beneficio, estamos aceptando que la era de la esclavitud no ha terminado y que hemos preferido seguir explotando otros seres bajo el lema del desarrollo, el comercio, el turismo o incluso la conservación.

 

 

 

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