La paz: un territorio en disputa

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Martes 3 de Septiembre de 2019

“¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas.” Gonzalo Arango

 

El 29 de agosto Colombia se despertó con los titulares del rearme de Ivan Marquez, Jesus Santrich y el Paisa, vale decir que ya existían grupos disidentes al acuerdo de paz, y otros que con motivaciones menos políticas y en forma dispersa, se han mantenido en armas controlando territorios estratégicos para las economías ilegales.  Sin embargo, este pronunciamiento genera un gran revuelo en la opinión pública y al interior mismo de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, partido del cual ya han sido expulsados. Pero hay algo que no puede negarse, el rearme trae consigo una fuerte denuncia, no solo del incumplimiento de lo pactado, sino un cuestionamiento profundo a la voluntad de paz del gobierno que va más allá de los acuerdos.

Desde el principio de las negociaciones, en escenarios académicos y de discusión política, era recurrente la consigna de la “paz  como territorio en disputa”,  es claro que no es lo mismo la visión de paz del establecimiento, ceñida a la pacificación y la de las subversiones armadas y no armadas. Abordar esto, requiere leer el conflicto colombiano desde dos  posturas  claves:

Por un lado se sostiene que el  desarrollo del conflicto colombiano, se enmarca en la comprensión del Estado no  como un mero conjunto de instituciones,  sino como una relación social de fuerzas que encarna los intereses de un sector que quiere resolver cualquier conflicto con mecanismos de represión,  frente a una población que no se encuentra recogida dentro del pacto social “democrático”, y por ello demanda soluciones  ejerciendo legítimamente la protesta, la subversión y la rebelión. Sobre este presupuesto  pueden estimarse múltiples causas sociales, territoriales, económicas u ambientales sobre las cuales entender el desarrollo de  una confrontación que es política, primero, y después armada, en solamente una de sus variables.

Por lo anterior, la construcción de paz pasa por permitir la apertura del debate político, reconociendo en las y los contradictores al establecimiento, agentes con posturas disimiles dentro de “la democracia”. Este elemento tan sencillo, se torna sumamente complejo en la realidad colombiana, cuya historia se encuentra marcada por el exterminio físico del partido político Unión Patriótica en los ochenta, en connivencia con las FFMM, la criminalización de la protesta o cualquier forma de organización social, y en la actualidad la muerte impune de 702 líderes sociales y 135 excombatientes desde la firma de los acuerdos de la Habana, sin olvidar las arbitrarias modificaciones a lo acordado frente a la participación política. Así mismo las circunscripciones especiales de paz, los continuos ataques a la JEP,  y la abierta  negación de las razones políticas del conflicto armado  colombiano, por parte del nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica, que devendría en la legitimación de una gran serie de incumplimientos al acuerdo.

Como segunda postura, la causa del conflicto armado colombiano se encuentra situada en la precariedad institucional, es gracias a la  visible incapacidad  del Estado para consolidar su influencia en la vida social, que se ha permitido aflorar violencias multifacéticas en el ámbito nacional. De acuerdo a este planteamiento, la debilidad institucional  es la razón por la que aflora la insurgencia, la cual no responde a problemáticas sociales como tal, sino que son máquinas de guerra criminales, que se han valido de discursos ideológicos para motivar el respaldo de algunos sectores sociales sensibles a ellos.

La anterior argumentación recoge las declaraciones  hechas por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez: “Mano firme contra esos bandidos es lo que necesita el país”,  la cual no dista de las aseveraciones de Guillermo León Valencia  en 1962, cuando en lugar de entablar un diálogo serio con la incipiente organización gestada en las llamadas “repúblicas independientes”,  prefirió abrir paso al ataque militar estadounidense con el Plan LASSO, que entre otros desastres medioambientales, fracasó y dio lugar a la guerrilla de las FARC.  Más de medio siglo después, parece que la lección no ha sido aprendida.

Hoy, los medios masivos de comunicación llaman a abrazar y respaldar nuevamente la guerra, reproduciendo una y otra vez la noticia del rearme como un espectáculo que señala la traición a la causa de la paz, siembran desesperanza y abonan el retorno del militarismo como única salida, anulando  que  el acuerdo de paz y en general la construcción de la paz, contiene elementos que involucran no solamente a la insurgencia armada y las fuerzas  militares.  ¿Pretenden convencernos nuevamente  que el problema de Colombia son las guerrillas y no el hambre, la falta de educación, el extractivismo, el abandono a la ruralidad, o la exclusión política? Nada ha cambiado, el llamado es a la permanente construcción de paz con justicia social y una salida negociada del conflicto que involucre al conjunto de la sociedad colombiana.

 

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