La hegemonía de la derecha y la reacción neoliberal

Coyuntura

A partir de la oficialización de los resultados de la Consulta Popular de Febrero del 2018, el campo político institucional, esfera privilegiada por el morenismo como teatro de operaciones para la recomposición de las fuerzas burguesa-oligárquicas tradicionales, empieza a sufrir las modulaciones burocráticas y legales, amparados en la legitimidad del voto popular, transitando de la fase de modernización del capitalismo de la Revolución Ciudadana hacia al neoliberalismo, recordándonos que el Estado, por definición, siempre será una herramienta de dominación de clase.

Medidas como establecer el cálculo del salario básico unificado  a partir de indicadores económicos y no mediante negociación[1] entre la representación de los trabajadores y la patronal, las nuevas modalidades contractuales para sectores como bananeros o pescadores, el firmar nuevamente Tratados Bilaterales de Inversión, así como la intención de negociar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, son apenas el puntal de lanza para la transición de una economía que privilegia el control estatal de los actores privados hacia una centrada en el fomento de la empresa, la inversión y el empleo desde la perspectiva oligarca; sosteniendo discursos y medidas, cuyo desarrollo e implementación en la década de los noventas hubiesen sido inaplicables.

A diferencia de décadas anteriores, la recomposición oligárquica se asienta en un nuevo sentido común que aprovecha la domesticación de la lucha popular operada por el correísmo, lo que le permite implementar de manera acelerada su agenda política y económica sin que la izquierda pueda disputar los ejes programáticos del proyecto constitucional frente a la rearticulación burguesa del poder político.

El conflicto central en el modelo de transición de Moreno

La burguesía oligárquica tiene un odio muy particular a Correa, casi irascible, y éste tiene un correlato vívido en las clases medias y en su intelectualidad orgánica, incluso si esta se reclama de izquierda. Es común que nieguen que uno de los aciertos de la década pasada fue el cambio del eje de acumulación y redistribución del capital desde los individuos que conforman el bloque burgués hacia el Estado y la política social, dando los primeros pasos para transformar el modelo económico en un capitalismo moderno, pos neoliberal y nacional, que obviamente no es una vía de transición hacia el socialismo, pero que permitió dentro del marco constitucional de derechos, garantizar ciertas condiciones de desarrollo y dignidad para el pueblo.

El cambio generó fuertes tensiones con la oligarquía tradicional articulada a través de las diferentes expresiones políticas de la partidocracia, así la disputa fundamental del correísmo temprano se dio en torno a una fuerte reingeniería institucional acompañado de la movilización social aprovechando la crisis de los partidos burgueses tradicionales. Más este cambio fue ficcional en el largo plazo,  ya que, al no desplegar una estrategia de lucha de clases que permita cohesionar y proyectar el bloque popular como un sujeto histórico de cambio, manteniendo la tendencia organizativa de arriba hacia abajo, en el momento que ya no existieron los recursos económicos para mantener las redes de intereses, se quebró el modelo, teniendo que recurrir a la movilización de funcionarios públicos para la defensa del proyecto.

Así, la mayor virtud del correísmo fue la reforma social del estado burgués, más también fue su límite, ya que no existió la voluntad política para continuar operando este cambio de eje de acumulación, ahora, desde Estado hacia el bloque popular, negándose, al mismo tiempo, la posibilidad de potenciar a la organización social de nuevo tipo; lo que produjo en época de reducción de ingresos –a partir del 2015- un cambio del consenso social operado desde la maquinaria mediática burguesa, y que ahora, en el 2018, el tejido social esté destrozado y sin capacidad de respuesta programática en la calle.

Por tanto, en la coyuntura el asunto central es la resolución del grave conflicto político con la burguesía: el del modelo económico, contradicción que deberá ser solventada a partir de la rearticulación del enfoque del gasto público, lo que implica la afectación de los intereses de las clases populares, y por lo tanto, deberá ser acompañado de medidas técnicas de manipulación de masas, que contengan la molestia que generarán, a riesgo de quemar el país.

La herramienta de dominación: la hegemonía del sentido común

Entendemos que el bloque de la derecha oligárquica tradicional está ya al mando del gobierno, y prontamente del estado burgués -su espacio natural de dominación-, desplazando a la burguesía  burocrática emergente. Para operar está rearticulación han sabido generar un nueva hegemonía a través del control del sentido común de la clase media y sectores importantes del campo popular, produciendo un consenso social inédito en nuestro país, que le permite plantearse como suyo el problema de la transformación de la sociedad a través de un discurso moral para lo político y pragmático para lo económico, al cual el correísmo burocratizado no supo dar respuesta.

El cambio de sentido en esta coyuntura se operó a partir de la caída del precio del petróleo, articulando distintas acciones políticas a dos momentos claves: uno comunicacional, dónde se generó y azuzó la contradicción, y otro político-judicial, donde se la solventa a través de la judicialización de la política, permitiendo que los actores tradicionales de la partidocracia sean quienes dan respuesta a los temas clave como corrupción y manejo fiscal, como actualmente sucede, legitimándose como alternativa.

En cuanto al momento comunicacional la contradicción a nivel de mensajes ya está superada desde el momento en que los medios públicos adoptaron la línea editorial de los medios privados de la burguesía, abriendo la posibilidad de hegemonizar el sentido común con un texto sencillo: ser correísta, o de izquierda en general,  es ser ladrón, es ser corrupto, porque lo único que hicieron fue robar.  En cuanto al momento político-judicial, está en plena marcha la ejecución de la operación política. Así tenemos que cambiaron de Vicepresidente,  presidente de la Asamblea Nacional, y se vienen sendos juicios políticos al Fiscal General, a la Fiscal Subrogante; y, sobre todo, la derecha logró consolidar un nuevo Consejo de Participación Ciudadana que representa la avanzanda para tomar la institucionalidad de control del estado burgués.

Podemos identificar en esta coyuntura, por lo menos, tres grandes momentos para la producción del nuevo consenso interclasista. La construcción del mensaje de crisis y corrupción; la consolidación del diálogo como dispositivo que da sentido al consenso; y, la consulta popular como un validador del mismo. En este marco, los elementos exógenos, como la baja del precio del petróleo o la dolarización, así como los endógenos, la falta de una política de industrialización o cambio real de matriz productiva, fueron aprovechados por la burguesía para desplegar su estrategia reaccionaria. Mas el límite de este momento es el tiempo, ya que en su transcurso, la molestia que se empieza a sentir por la inacción del gobierno, y la posibilidad real de medidas de reajuste fiscal que afecten al bolsillo del pueblo, puede generar nuevos momentos de movilización que compliquen el despliegue de la agenda política burguesa.

Este problema debe entenderse observando que si bien es cierto existe un nuevo sentido común que marca el ascenso de la burguesía, éste es muy frágil, ya que a medida que las necesidades concretas sobre el cambio de modelo económico empiecen a develarse como contradictorias con el discurso oficial, el estado se verá obligado en asumir su verdadero rostro: la represión y las medidas de ajuste.

Las fuerzas en el campo de la política

Entendiendo que el conflicto central es el del modelo económico y dónde se ubicará el foco de acumulación de capital; y que la herramienta con la que las burguesías operan es la hegemonía del sentido común a través de su aparato mediático, cabe señalar el estado general de la fuerzas políticas que operan en la coyuntura. En este sentido caracterizaremos a los dos bloques fundamentales, el campo popular, y el campo de la burguesía, para finalizar señalando los elementos del desplazamiento en cuanto a la disputa política como conclusiones.

En cuanto al bloque oligarca burgués hemos sido testigos de la emergencia mediática de la agenda política de los sectores exportadores e importadores, así como los financieros. Este reposicionamiento comenzó ya en el último período del gobierno de Rafael Correa, sosteniendo importantes hitos como la Ley de Alianza Pública Privada y la firma de un Acuerdo Multipartes con la Unión Europea. En su momento se interpretó que existían fisuras entre una burguesía nacional industrial frente a la oligarquía tradicional, esto no fue así, el enfrentamiento ahora está claro, nunca existió una capa social avocada a crear un piso industrial para el Ecuador, lo que implica, que el conflicto fue, siempre,  con la nueva burocracia, quienes emergieron como actor político en medio de cientos de actos de corrupción de todo tipo.

De esta manera emerge con fuerza el rol de Contraloría quien está dedicada a glosar y castigar, en un ejercicio fulminante de disciplinamiento, a los cuadros duros del correísmo, como Marcela Aguiñaga, Pavel Muñoz y otros funcionarios medios quienes ahora deben pagar millonarias sumas al Estado. Quienes antes hegemonizaron el poder político a través del consenso generado alredor de la figura de Correa, al parecer, no entendieron que el poder real subyace en el poder económico, lo que implica, que tarde o temprano, sino se desarman estos flujos reales de poder, volverán al control del estado, proyecto histórico que les pertenece.

Mientras se opera el retorno del bloque burgués oligárquico y financiero tradicional a las esferas del poder político a través de la acción del ejecutivo, podemos observar, que en torno a las condiciones de producción del consenso e implementación del mismo, han dando un salto cualitativo al de la década de los noventas en términos de implementación de su agenda; el bloque popular yace fragmentado, en gran medida por el accionar del ejecutivo en estos últimos  10 últimos años, articulándose en múltiples iniciativas que han derivado una relación clientelar en base a la generación de feudos políticos de influencia. Por tanto no es vago señalar que el modelo de organización fomentado por Organizaciones No Gubernamentales, instituciones públicas o partidos de viejo cuño (izquierda y derecha), está en una fuerte crisis de legitimidad, enfocando su disputa en guardar las concesiones específicas del estado burgués,  lo que les pone a competir entre ellos, descuidando el rol que deben cumplir con las bases. Este problema puede resumirse como la burocratización de la izquierda y la dirigencia de los movimientos sociales.

Por lo tanto, en el campo de las organizaciones populares y la izquierda política revolucionaria hay una profunda crisis que se expresa de forma concreta en la falta de un programa político de unidad, pero sobre todo, en la nula capacidad autocrítica para superar las viejas formas dogmáticas que no dan una respuesta real a las formas locales que asume la lucha de clases. Esto unido al rol fraccionador que la institucionalidad correísta tuvo sobre las organizaciones y la influencia devastadora de las Organizaciones No Gubernamentales, especialmente las ecologistas que tributan su accionar político a los norteamericanos, siendo producto de esto, la inmovilidad de la base y un anclaje estratégico de las dirigencias al gobierno por la restitución del amplio modelo clientelar instalado durante la década de los noventa.

Conclusiones

Podemos señalar, como conclusiones generales, cinco aspectos políticos que concluyen esta propuesta de lectura sobre la coyuntura, los cuales, además son elementos de discusión por su fuerte perspectiva táctica.

  1. Hay una adaptación de las dirigencias de la izquierda y del movimiento social y popular al gobierno de turno, señalando de manera falsa que están disputando el carácter del mismo, cuando lo que hacen con su presencia es legitimar el accionar reaccionario del ala hegemónica del gobierno. 
  2. La derecha oligárquica tradicional está ya instalada en el poder político y la veremos operar cambios rápidos antes que el ciclo de reorganización popular rompa con la inercia en la que la enclaustró tanto el “oenegeísmo” como el correísmo y ahora el morenismo.
  3. La izquierda, como proyecto histórico y como conjunto de actores individuales y colectivos, en el Ecuador, está tácticamente fulminada como opción transformadora, siendo entonces fundamental renovar desde lo local, desde nuestras propias experiencias, el proyecto de transición hacia el socialismo, y no trasplantando modelos europeos y coloniales.
  4. Es el momento de ser creativos, de entendernos desde fuera de las fronteras nacionales y reconstruir la izquierda, como proyecto de transformación histórico y radical, desde el diálogo regional no gubernamental, sino del bloque popular, empezando por la Gran Colombia hacia la Patria Grande. Por lo tanto, ni morenismo, ni correísmo, independencia de clase debe ser la bandera.

Es momento de militar y trabajar desde el campo popular, la experiencia en el Estado burgués nos enseña que el límite de la Revolución es su institucionalización, y el no poder operar desde adentro el proceso de transición real al socialismo. Por tanto, esta ruptura interna, es una cuestión que se dará cuando entre en contradicción un verdadero Poder Popular, como el proyecto de construcción del Poder Comunal en Venezuela, la organización comunal del Movimiento de Liberación Kurdo en contra del poder constituido, el Estado; pero para esto, se debe robustecer la conciencia de clase y la organización popular de nuevo tipo, de acuerdo a las realidades locales, y no al dogma.

 

[1] http://www.eldiario.ec/noticias-manabi-ecuador/466613-salario-se-calcularia-por-cifras-economicas-y-no-a-traves-de-acuerdo/

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