Moreno: corrupción, impunidad y persecución

Moreno y el PSC
Lunes 5 de Noviembre de 2018

La construcción de un Estado de derecho por parte de Moreno, que supere a la institucionalidad generada a partir del mandato de Correa, es una tarea que no solo le queda grande, sino que se ahoga en sus mentiras y corrupción. A pesar del permanente silencio oficial, los hechos nos cuentan otra historia: intervención dictatorial en las funciones de Estado, violencia contra operadoras y operadores jurídicos, despidos masivos y persecución ideológica, entre otras prácticas que dejan claro hacia dónde vamos: a los noventas.

Poco o nada importan derechos humanos o la Constitución de la República para los políticos socialcristianos, quienes en pos de conseguir algún objetivo dentro de su agenda oligárquica son capaces de los peores crímenes. Basta recordar al PSC durante los 80, cuando perseguía, amedrentaba, amenazaba y exterminaba impunemente a través de estructuras policiales a jóvenes que, durante el gobierno de Febres Cordero, propusieron un cambio radical de la estructura social y económica del país. El PSC “diseñó” una política pública sistemática de represión, no fueron casos aislados, sin embargo, a Nebot y a los social cristianos la memoria les ha durado poco; hoy se proclaman cínicamente “defensores de los derechos humanos y de la libertad de expresión”, mientras sus crímenes se encuentran impunes.

Estos mismos políticos, que se acostumbraron a tener en su bolsillo la justicia, las aduanas o el legislativo, son quienes están tras Moreno, y presumiblemente, emergerán como la mayor fuerza política del Ecuador frente a las seccionales del 2019, incluyendo en este escenario por venir, un posible cambio de ejecutivo y legislativo por la vía de la muerte cruzada, abriendo nuevamente un triste capitulo para el Ecuador: el regreso de los políticos trogloditas de los noventas. Y para muestra, hay muchos botones.

Aunque pasó desapercibido por la gran prensa, Guillermo Lasso a través de un tweet, señaló el carácter revanchista de la decisión de trasladar a Jorge Glas a la cárcel de Latacunga exigiendo respeto a la institucionalidad, dando un extraño espaldarazo a uno de sus enemigos políticos. La acción de Lasso identificó una realidad compleja al relatar, rápidamente, desde la oposición furibunda a Correa, como se resquebraja el mínimo Estado de derecho existente bajo el accionar errático de personajes secundarios advenidos a nuevas estrellas del sainete morenista, como Andrés Michelena, o el mismísimo Santiago Cuesta Caputi, quienes además abren las alamedas al furioso retorno de las huestes de Febres Cordero, dejando al banquero en la sala de espera junto a Álvaro Noboa.   

Lasso notoriamente desesperado, no está defendiendo a Glas por humanidad o complicidad, lo hace por una necesidad política urgente; su carrera política va directo al vacío al ser contradictor del proyecto social cristiano, ya que entiende la naturaleza instrumental del Estado y la justicia. De esta manera, y como ya es evidente para los que siguen la política nacional, el ascenso de Nebot se da en medio de la desinstitucionalización del Estado burgués, antes alimentado en la Revolución Ciudadana, hoy caotizado por la reacción oligárquica neoliberal, haciendo mucho más fácil pescar a río revuelto el voto anti correísta, campo donde han demostrado alta competencia los socialcristianos.

El caso de Glas no es el único que presenta fuertes elementos de persecución política y poca seriedad procesal – ni siquiera han podido demostrar las graves acusaciones en su contra –, tenemos casos ridículos de notoria revancha como el apresamiento de los hermanos Bravo acusados por “hostigar” a los medios de comunicación empresariales y sus periodistas asalariados, proceso en el que se ha silenciando la existencia de documentos que involucran a Michelena en dichas acciones. Esto por no nombrar las investigaciones en Contraloría o Fiscalía contra funcionarios que cumplen de chivos expiatorios de la ansiedad de resultados por parte de la maquinaria morenista.

Nuevamente, hacen lo que decían que el otro hacía y ellos no lo harían. Pero no solo eso, sino que lo llevan más allá justificando todo con el gastado recurso de luchar contra la “corrupción”, sin presentar resultados y que al momento, después de ver casos como el de Cuesta o el abuso de los privilegios fiscales con los que el ministro Campana compró un automóvil Maserati por 187.312 US$, entendemos que se diferencian únicamente por ser de distinto cuño, por lo tanto, su enfoque no está centrado “en mejorar las cosas”, sino es apropiarse nuevamente del Estado, asumiéndolo como el espacio natural de la oligarquía.

Entendemos que con Lasso sería otra entonación, pero el mismo cantar, y quién sabe si peor, porque el asunto no es el político, sus propuestas, intensiones o equipo, ni siquiera su definición en el espectro ideológico, sino la forma como está construida la jerarquía del poder y los aparatos que nos gobiernan, ya que el Estado al ser una formación histórica que responde a una dinámica establecida, es una herramienta creada y sostenida por personas de carne y hueso, quienes proyectan sus necesidades de control en un complejo entramado institucional de relaciones, que al final del día, les pertenece como clase social.  

Por eso, frente la emergencia reaccionaria del fascismo de Nebot como trágico producto final de la  Revolución Ciudadana, emerge una lección fundamental: no se puede construir nada sobre estructuras ajenas, sobre situaciones extrañas y con herramientas desarrolladas para oprimir a quien quiere liberarse.  La retoma del Estado por parte de la oligarquía, es apenas consecuencia lógica del proceso de acumulación de capital que se dio durante la expansión económica de la última década, y está, tristemente, en consonancia con el clima en el resto de América Latina.

 

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