El reproche al movimiento indígena es racismo urbano

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Lunes 25 de Mayo de 2020

Ante el más reciente paquetazo impuesto sobre el pueblo la semana pasada, por medio del cual se flexibilizan las relaciones laborales, se elimina en un 10% el presupuesto de todas las carteras del Estado, incluyendo salud y educación, además de la eliminación de los subsidios a los combustibles, este lunes se desarrolla una jornada de movilizaciones a nivel nacional convocada por gremios de estudiantes y trabajadorxs, además del respaldo explícito de las organizaciones de las nacionalidades indígenas.

Estos últimos días y ante el anuncio de la CONAIE de no marchar hacia la capital, para garantizar el sostener la vida en las comunidades y coordinar acciones populares desde los territorios, se multiplicaron las críticas al movimiento indígena. Desde varios espacios urbanos de izquierda, se reprochaba al sujeto indígena por no poner el cuerpo una vez más en las calles de Quito en resistencia a las políticas de austeridad del gobierno, como si este fuese un deber histórico y exclusivo del movimiento indígena.

Desde la izquierda, la construcción del sujeto histórico del campesinado indígena se plantea -desde su inicio- como una categoría problemática sumida en una serie de prejuicios, antagonismos y exclusiones. Ante la especificidad de los procesos en el continente, y la falta de una constitución de una masa de obrerxs industriales precarizadxs suficientemente significativa como para llamarla proletariado, la izquierda ha depositado sobre los hombros del sujeto indígena y campesino, la tarea de convertirse en la categoría marxista de la clase revolucionaria. Sin embargo, esta categorización termina por reproducir y profundizar la marginalización de este sujeto en términos generales e históricos.

Esta misma izquierda, se contenta con tener a colectivos indígenas y campesinos luchando en las calles, pero un reconocimiento real de la disyuntiva entre sujeto alterno y sujeto revolucionario, que pasa a encarnar el movimiento indígena, no ocurre en términos reales. Esta categorización suele tener una mirada sesgada al campo y las relaciones coloniales y feudales que persisten en muchos de los territorios, fomentando una visión paralelista y distorsionada de las realidades rurales. Así hay un acercamiento al sujeto indígena campesino únicamente cuando es de conveniencia contar con sus cuerpos en las calles. Por otra parte, el sector campesino ha sostenido fundamentalmente las redes de producción y abastecimiento de alimentos a las ciudades en un momento tan crítico como el que nos encontramos atravesando.

Dentro del escenario actual, en el cual el Gobierno Nacional vuelve a arremeter en contra del pueblo, precarizando todavía más de vida de todxs, las condiciones han cambiado radicalmente respecto a las que desembocaron en las jornadas populares de octubre de 2019. En momentos en los cuales el gobierno atenta en contra de la vida de manera paralela y complementaria al coronavirus, las subjetividades colectivas se reconfiguran. Si existe la posibilidad de discernir lecciones aprendidas de octubre, es el hecho de que lxs compañerxs indígenas no pueden ni deben sostener este proceso por su cuenta. Octubre no volverá por el simple hecho de que los procesos no son imitables ni repetibles, ni en el tiempo ni en el espacio, por su especificidad histórica, coyuntural y social.

Las condiciones han cambiado tanto por parte del pueblo como por parte del gobierno. La pandemia del Covid-19 ha reconfigurado las estrategias de organización popular, además de conferirle una supuesta y renovada legitimidad a las fuerzas represivas, gracias a las medidas de control social puestas en práctica en los últimos meses.

Mientras lxs compañerxs indígenas son marginalizadxs y excluidxs de otros espacios y proyectos de construcción de sentidos, al mismo tiempo son aplaudidxs cuando ponen la vida y los muertos en las calles. Esta ambigüedad termina siendo el pleno reflejo del racismo latente en las lógicas criollas seudointelectuales, como producto y herencia directa del colonialismo. Esta subjetivización replica también la colonialidad naturalizada por nuestra sociedad como tal. Los procesos tienen la necesidad de formar frentes populares constituidos por amplios sectores de la sociedad como estudiantes, maestrxs, trabajadores, salubristas, servidores públicxs, trabajadores informales, como también campesinxs, indígenas y todos los que somos pueblo.

La izquierda burguesa urbana pone todo el peso del proceso actual y pasado sobre los hombros de las nacionalidades y pueblos indígenas, eximiéndose de cualquier responsabilidad histórica en los procesos populares contemporáneos. Sin la construcción de un sujeto revolucionario que incluya las alteridades y los procesos históricos subyugados por el capitalismo en toda su amplitud -sin una jerarquización ni concepciones escencialistas- no nos encontraremos en las condiciones para responder efectivamente al peor gobierno de la historia reciente del Ecuador. El proceso venidero volverá a sobrepasar a todas las fuerzas e identidades políticas y necesita de un sujeto que, de igual manera, sobrepase en si mismo las concepciones excluyentes y maniqueistas autoimpuestas por ciertos sectores.

Así nos encontramos ante la tarea fundamental de reconfigurar el sujeto revolucionario que llevará adelante el proceso popular ante el cual nos encontramos. Un sujeto incluyente, decolonial, antipatriarcal y anticapitalista en sus fundamentos. Ese sujeto se llama pueblo y el pueblo lo somos la clase trabajadora, las clases alternas, lxs oprimidxs, marginalizadxs y precarizadxs. Sepamos asumir nuestro momento histórico sosteniendo la vida común como un todo orgánico, una fuerza social capaz de contrarrestar la maquinaria de muerte llamada neoliberalismo. Solo el pueblo salva al pueblo, y el pueblo lo somos todxs lxs de abajo.

 

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