Europa: inmigración y asilo, campo de batalla de las élites políticas

REFUGIADOS

Los cerca de 630 refugiados del Sur global que llegaron al puerto de Valencia en el buque Aquarius, al que el gobierno español permitió desembarcar tras la negativa al del Ministro del Interior neofascista italiano Mateo Salvini, junto a los otros 60 rescatados por la flotilla de la ONG Proactiva Open Arms que  acaban de ser acogidos en el puerto de Barcelona, ponen sobre el tapete las limitaciones y tensiones que se esconden tras la superficie de las políticas de la Unión Europea. Estas medidas asumen a la inmigración y al derecho al asilo como válvulas de escape a sus propias contradicciones internas y como un campo de batalla entre la burocracia de Bruselas  y las nuevas élites del populismo de derechas, cada vez más poderosas, euroescépticas y xenófobas .

La hegemonía de los partidos del populismo de derechas en numerosas países del Este, pertenecientes a la UE, como Hungría o Polonia, ha permitido la emergencia del llamado “Grupo de Visegrado” un conglomerado del países que está funcionando como un lobby antiinmigración, desde el que se achaca de todos los crecientes males de la sociedad europea a la oleada de refugiados de Oriente Medio y Norte de África recibidos en los últimos años de guerra en Siria e inestabilidad en el Magreb. Países como Hungría, donde el número de inmigrantes no supera el 5,14 % de la población (datos de la ONU para 2017), dirigida por el ultranacionalista Viktor Orbán,  han visto cómo sus políticas xenófobas  cuentan cada vez con más apoyos europeos. Hungría ha adoptado una normativa en el Día Internacional de los Refugiados que castiga la ayuda a los inmigrantes irregulares dentro de una franja de ocho kilómetros desde la frontera, aunque sea sin ánimo de lucro. El ministro de Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, indicó que la nueva legislación “se dirige a parar y castigar a todos aquellos que organizan la inmigración ilegal y que quieren llenar Europa con inmigrantes”.

El nuevo gobierno italiano, conformado por una amalgama inquietante entre el neofascismo de la Liga Norte y el populismo, supuestamente de izquierdas, del Movimiento 5 Estrellas, ha adoptado como propio este discurso contra la inmigración y el derecho de asilo, así como el cada vez más desnudo racismo respecto a las minorías internas. Mateo Salvini, ministro del Interior de la Liga, demuestra con sus políticas contra refugiados y gitanos los límites inherentes al discurso populista “de izquierdas” en Europa. El Movimiento 5 Estrellas no sólo no es capaz de limitar las ansias xenófobas de Salvini, sino que ni tan siquiera lo intenta: lo que viene a demostrar que el populismo “trasversal” del Primer Mundo difícilmente puede tener el efecto favorable a las clases populares que pudiera ser propio del latinoamericano. La referencia constante del populismo a formas personalistas, conservadoras y patrioteras de entender la política en un contexto de privilegio y clases medias consumistas, apáticas e indiferentes como el europeo regenera las tramas sociales que dieron lugar en su momento al fascismo y construye movimientos hegemonizados de forma casi absoluta por la nueva ultraderecha.

La inestabilidad asociada al pulso entorno al tema de la inmigración entre el populismo de derechas y la clase dirigente europea neoliberal, globalista y atlantista, ha amenazado, incluso, con derribar al gobierno alemán las últimas semanas. La canciller alemana, Angela Merkel, se ha visto obligada por su propio Ministro del Interior, el militante de la CSU  (un partido tradicionalmente asociado a la CDU  de la canciller, pero que, colocado siempre a su derecha, se ve, a su vez, acosado por el ascenso de los ultraderechistas de Alternativa por Alemania en Baviera), Horst Seehofer, a suscribir un pacto destinado a frenar la llamada “inmigración secundaria” hacia Alemania. La idea contemplada en el pacto es la creación de centros de internamiento en la frontera bávara en los que encerrar a los inmigrantes que lleguen mientras se estudia su solicitud de asilo, al tiempo que se han suscrito 16 tratados bilaterales que permiten devolver a los solicitantes a los países europeos de donde provengan, entre ellos, según Merkel, Hungría. Sin embargo Viktor Orbán, en una rueda prensa conjunta con Merkel ya ha indicado que su país no aceptará a los refugiados rechazados por Alemania: “Hungría está protegiendo a los alemanes y liberándolos de una carga inmensa al cerrar sus fronteras para impedir la llegada de refugiados”, ha afirmado.

La reciente reunión del Consejo Europeo en Bruselas, a su vez, ha contado entre sus conclusiones, con un  acuerdo de creación “voluntaria” de centros controlados para los migrantes en los Estados miembros de la Unión, tras más de 13 horas de negociaciones,  en las que Italia vetó cualquier tipo de conclusiones hasta que se llegara a un acuerdo sobre la inmigración y en las que los países del Este insistían en su oposición a la reubicación y al movimiento de migrantes en el interior de la UE. Los centros, permitirán un “procesamiento rápido y seguro, para distinguir entre irregulares y refugiados”

Sobre los movimientos secundarios, los que se realizan entre el Estado de llegada y otros de la UE, el Consejo afirma que “ponen en riesgo la integridad del Sistema Común Europeo de Asilo y del Tratado de Schengen” y exige a los países tomar medidas para frenarlos.

Asimismo, el escrito de conclusiones del Consejo pide “explorar rápidamente el concepto de las plataformas de desembarco regional”, unos centros de recepción de solicitantes de asilo que se pretenden ubicar en países no europeos. El Consejo recuerda que se deben respetar las operaciones de los guardacostas libios e implementar el acuerdo migratorio con Turquía, pese a las auténticas barbaridades que están sucediendo, según toda la prensa internacional, en los centros de inmigrantes de Libia

En definitiva, estamos viendo como el asunto de la inmigración y el asilo (que no son, o deberían ser, exactamente lo mismo, pero con los que se realiza una interesada amalgama) se convierte en uno de los principales puntos de conflicto entre el ascendente populismo de derechas y la tradicional élite globalista, en el seno de la UE. Que el escenario del enfrentamiento esté ahí, y no en otros asuntos más peliagudos como el bloqueo a toda modificación en sentido social de la arquitectura del euro o en las causas reales del proceso de proletarización de las clases medias, que avanza a gran velocidad en Europa, conviene de manera obvia a aventureros y demagogos de ambas partes, pese a que el número de llegadas de refugiados ha caído un 95%  desde octubre de 2015. Así, la élite atlantista europea no tiene que hablar de su seguidismo suicida de la estrategia del caos del imperialismo americano en Oriente Medio, que ha estado en el origen de la última oleada de refugiados, y el populismo ultraderechista no necesita explicar cuál es su programa económico real, inexistente, cuando no tan neoliberal como el de sus adversarios, como ha quedado demostrado por la política fiscal implementada por el gobierno italiano.

Lo realmente preocupante en el asunto migratorio no son las alharacas de los oportunistas, sino la impotencia e indefensión aprendida  en las barriadas obreras. Sólo organismos fuertes y amplios de las clases populares pueden tomar en sus manos el trabajo solidario  de integrar, desde la igualdad y el respeto, a los nuevos vecinos que huyen del más brutal horror capitalista. Sólo movimientos sociales de los barrios como la Plataforma de Afectados por la Crisis en el extrarradio de Barcelona, acogiendo y defendiendo los intereses de todos los trabajadores sin excepción, muestran desde la práctica lo que es una política de integración y solidaridad digna de tal nombre.

 

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