Alfaro Vive Carajo: Una breve reseña histórica

El reto para el naciente movimiento armado fue inmediato. Poner en evidencia las intenciones socialcristianas a través de la propaganda armada, la única manera posible de hacer conocer propuestas políticas igualitarias a consecuencia del tradicional alineamiento mediático con el poder económico y el bloqueo a alternativas diferentes.
Jueves 28 de Febrero de 2019

La sociedad ecuatoriana y en especial los sectores populares vivieron un desencanto importante a raíz de las esperanzas generadas por el retorno a la democracia en 1979 y por un estilo y una propuesta de Estado novedosa para el país, impulsada por el candidato ganador Jaime Roldós, muerto poco tiempo después en circunstancias cuanto menos sospechosas. Los primeros pasos del gobierno sucesor de Oswaldo Hurtado, que cedió a las presiones oligárquicas, despertaron en varios grupos sociales, sobre todo obreros, campesinos y estudiantes, fuertes ánimos rebeldes. Basta recordar los numerosos paros nacionales con masivas protestas ciudadanas. 

Sin embargo aquella efervescencia no podía ser liderada por una izquierda fragmentada, más concentrada en disputas por espacios mínimos de poder que en una convocatoria amplia, unitaria y rebelde. Un grupo de disidentes de esa práctica inocua, proveniente de varias de esas agrupaciones y otros independientes pero con una clara vocación luchadora y, con la reciente inspiración de la victoria sandinista en Nicaragua, se fueron agrupando a partir de un trabajo minucioso, no dogmático, abierto e integrador. Después, en 1982, aparecieron los primeros grafitis con la leyenda “Alfaro Vive Carajo”, levantando una gran expectativa social. 

El triunfo y posesión de la posición más radical y agresiva de la derecha con León Febres Cordero en 1984, pasó a acelerar un difícil proceso de conformación sólida de una organización abiertamente subversiva y rebelde y por lo tanto peligrosa para el orden, más aún cuando se vivían todavía, en gran parte del continente, las prácticas de la barbarie represiva. El reto para el naciente movimiento armado fue inmediato. Poner en evidencia las intenciones socialcristianas a través de la propaganda armada, la única manera posible de hacer conocer propuestas políticas igualitarias a consecuencia del tradicional alineamiento mediático con el poder económico y el bloqueo a alternativas diferentes. El carácter creativo y fundamentalmente político de las acciones armadas provocó un amplio reconocimiento por parte de la juventud, sobre todo, y de las bases de los movimientos sociales. El crecimiento y popularidad de la organización fueron vertiginosos. Acciones como la recuperación de armas del rastrillo de la policía, la liberación de la dirigencia en prisión a través de un inverosímil túnel construido con una mezcla de ingenio y tesón, o la toma y publicación de una proclama en uno de los diarios importantes del país, pusieron en alerta a las autoridades y, sobre todo, al gobierno socialcristiano.

La respuesta estatal fue contundente. Las fuerzas militares y policiales habían sido formadas, o habían tenido intercambios en Estados Unidos de Norteamérica, Chile o Argentina entre otros países y el enemigo, según su criterio, no estaba fuera de las fronteras patrias sino en el “comunismo” interno, término usado para definir cualquier organización política o social contestataria. El gobierno, además, pasó a centrar su accionar en destruir a AVC en un intento de sacar de raíz al brote subversivo. Para ello, asesores y ejecutores de la CIA, el MOSAD y la fuerza secreta española se unieron a esta estretegia, además de asesores particulares pagados con los fondos reservados. Sobra decir que sus prácticas no contemplaban los más mínimos escrúpulos en relación a trasgreder y atropellar derechos humanos.

El resultado fue una despiadada represión contra los miembros de la organización, los que “podrían” serlo y los que lo “habrían” podido ser. La organización no tuvo el tiempo, la articulación y los medios para enfrentar la avalancha represiva de tal magnitud, lo que provocó una derrota militar casi absoluta. Más importante aún resultó ser la política de comunicación establecida por el gobierno, creando la sensación de terror inminente. Hasta ahora, en entrevistas realizadas para el documental “Alfaro Vive Carajo”, niños de entonces recuerdan el temor que les producían los carteles de “se busca” con las fotografías de los militantes dirigentes con sangre chorreando y la misma imagen animada en televisión. Esa puede ser considerada como otra derrota.

Sin embargo todavía existe una inmediata empatía con la propuesta política de AVC y las acciones con las que la hicieron pública, cuando esta escueta cronología es conocida. Como apareció Alfaro Vive Carajo en 1982, aparecerán otros grupos armados de otras herramientas, enfrentando otros tipos de combate, pero aparecerán mientras subsista la infame convivencia íntima de la opulencia con la miseria que mantiene y promueve el capitalismo.

 

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