Feminismo y lucha de clases

Feminismo
Lunes 1 de Octubre de 2018

La lucha de clases en el capitalismo, es la lucha del proletariado organizado, en contra de la dominación económica y política de la burguesía. El modo de producción capitalista provoca una producción colectiva, pero una apropiación individual. A través del salario, el capitalista se apropia de la fuerza de trabajo del obrero: la famosa plusvalía. De esta forma, el obrero es enajenado de su propia producción mientras el mercado crea el fetichismo de la mercancía. Para esto, entendemos que la división del trabajo somete a los individuos y es en sí misma, la propiedad privada.

La clase obrera, indignada hasta el punto en que las condiciones materiales se vuelven insoportables, entra en un periodo de revolución social. Aprovechando la crisis de sobreproducción y a través de la lucha de clases, el proletariado toma el poder y transforma el modo de producción. La clase obrera superará la enajenación, al eliminar el mercado y hacer una planificación consciente de la producción, que permita satisfacer todas las necesidades de todos los humanos, sin sobreexplotación de la tierra y en una sociedad sin clases sociales y de justicia plena.

Más temprano que tarde, esta trasformación de las relaciones de producción, terminará por revolucionar la estructura económica y consecuentemente la superestructura, y llegamos así al comunismo, en el que imaginamos la emancipación colectiva e individual, y en el que podremos todes, expresarnos multifacéticamente y por fin, Ser. Ha comenzado la historia, dirían Marx y Engels.

A ver, ¡ratito, ratito! Para todo esto, la división sexual del trabajo ¿qué? ¿Las jerarquías sexuales se eliminan con la revolución proletaria? El debate fundamental radica en si es o no suficiente la categoría clase, para comprender los alcances y la magnitud de la opresión que experimentan los sujetos en el sistema capitalista patriarcal. Yo digo que no, pero eso no me hace menos marxista.

Para la tradición marxista, la abolición de la esclavitud asalariada, liberará a la humanidad de todos los sistemas de opresión. Sin embargo, la historia nos dice que las jerarquías sexuales no se vinieron abajo con el triunfo de ninguna revolución. Si bien se dieron en papel derechos igualitarios de representación y acceso a espacios públicos, en la vida cotidiana, en los textos y hasta desde los aparatos de propaganda, la figura de la madre cuidadora se mantenía en alta consideración. En las revoluciones, se ha pospuesto la abolición de las jerarquías sexuales y eso es inaceptable.

La categoría de clase no explica en si misma los niveles de explotación a los que se somete a los cuerpos femeninos y feminizados. Con la división sexual del trabajo, se privatizó el cuerpo de las mujeres a través del matrimonio, se nos relegó al cuidado y reproducción, se nos negó la autodeterminación, se nos negó el salario. Federico Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, ya plantea que el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino.

Después, las mujeres accedimos al trabajo asalariado y a niveles más altos de educación, pero no se reconfiguraron los trabajos de cuidado. El patriarcado nos ahorca con la doble jornada laboral: una asalariada en la vida pública y una sin salario dentro de nuestras casas. Melucci plantea que el lema feminista Lo personal es político revolucionó la percepción de lo colectivo, de la política y de las organizaciones y movimientos sociales. Demostró la necesidad de la clave particular, sin perder de vista lo colectivo.

Demostró que la categoría clase no explica la carga mental, ni las experiencias de  mujeres de color. Se limita la clase a hablar de la profundización de la división internacional del trabajo, de una creciente polarización, pero no logra explicar la feminización de la pobreza. Tampoco explica las múltiples violencias a las que someten nuestras cuerpas, ni tampoco explica la creciente tasa de violaciones en “manada”, feminicidios y la trata de mujeres.

Si bien el patriarcado es anterior al capitalismo, es el primero que afianza y profundiza condiciones para el segundo, permitiendo la magnitud de la acumulación primitiva y degradando a las mujeres en la sociedad. Alejandra Kollontai grafica exitosamente este postulado, cuando plantea que las mujeres somos en medida de nuestra relación con los hombres, más específicamente, en relación a nuestro propietario/esposo ¿Es señora o señorita?

En términos marxistas, los hombres ejecutan relaciones de propiedad sobre las mujeres a través de una moral burguesa, por lo tanto, se crean nociones de superioridad masculinista. La violencia de género no está aislada de las relaciones de producción, en este sentido, no existe realmente un divorcio entre el marxismo y el feminismo, sino una complementación teórico-práctica.

Desde el feminismo marxista planteamos que el cambio de estructura económica, no garantiza la revolución cultural necesaria para la abolición de las jerarquías sexuales, y por lo tanto, no garantiza la liberación de la humanidad. Para esto es necesario un ejercicio feminista de contra-memoria, una consciencia ya no solo de clase, sino de género. Abolir la propiedad privada, en todas sus formas y concepciones.

Foto: Mídia Ninja

Bibliografía

Álvarez, Ana de Miguel. La articulación clásica del feminismo y el socialismo. El conflicto clase-género. La Caja de Herramientas, 2013

Engels, Federico. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Premia Ed, 1989

DÁtri, Andrea. Feminismo y Marxismo, más de 30 años de controversias. www.sinpermiso.info

Federici, Silvia. Calibán y La Bruja. Mujeres, Cuerpo y Acumulación Originaria. Traficantes de Sueños, 2010.

Hartmann, Heidi. Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo. Papers de la Fundació/88

Kollontal, Alexandra. Las relaciones sexuales y la lucha de clases. Matxingune, 2011.

Melucci, Alberto. Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. EL Colegio de Mexico, 2002.

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