¿Cómo me convertí en hombre? Reflexiones sobre la masculinidad y el patriarcado (I)

kjb
Jueves 9 de Septiembre de 2021

La fuerza del movimiento feminista va en constante aumento y con él la crítica al patriarcado. Sin embargo, a los hombres de izquierda y anarquistas les sigue costando reflexionar sobre su propia posición y socialización dentro de la sociedad patriarcal. Este texto intenta dar un impulso a la autocrítica de la masculinidad.

La autoimagen contemporánea de las sociedades de Occidente está moldeada por la idea de la igualdad de oportunidades. Aunque se reconoce que todavía existen muchas desigualdades sociales por subsanar, se da por sentado -lejos de cuestionar la sociedad de clases-, que la sociedad avanza continuamente hacia la equidad. Se asume que las estructuras patriarcales son principalmente un fenómeno proveniente de "otras culturas". Recordemos, por ejemplo, el revuelo mediático en torno a la "Nochevieja de Colonia" en el 2015,[1] en cuyo transcurso incluso muchos liberales reprodujeron los más repugnantes estereotipos racistas. En términos exagerados, el "debate" puede resumirse así: en un mundo occidental "ilustrado", la violencia sexualizada sólo puede ser un producto importado de "culturas retrógradas". Así, incluso hombres de derecha, que se aferran con ímpetu al ideal de la hipermasculinidad y su privilegio patriarcal, se presentaron como protectores de las mujeres y de los valores occidentales. En el transcurso del debate acerca de las agresiones sufridas por muchas mujeres durante la nochevieja, el concepto de la masculinidad hegemónica se discutió sólo marginalmente, o no se mencionó en absoluto.

Sin embargo en los últimos años, la crítica de la masculinidad se ha popularizado incluso en los medios de comunicación hegemónicos. Así, hasta la revista de moda "Vogue" cita estudios que aseguran que los roles masculinos hegemónicos son anticuados y aboga por una modernización de la masculinidad. El varón moderno ha de dejar de lado las características tradicionales asociadas a la masculinidad como por ejemplo dureza, reserva emocional, dominación e independencia. En su lugar debería desarrollar otras cualidades que, en continuidad con la división sexual del trabajo hasta ahora se las ha asociado con la "feminidad". El problema es que esta postura superficial nunca cuestiona cómo la masculinidad hegemónica está entrelazada con las estructuras patriarcales y con otras estructuras de poder y opresión que constituyen la sociedad patriarcal-capitalista. Además, esta forma de entender la masculinidad considera que, a través de la auto-reflexión, los roles de género pueden ser superados, pretendiendo sustituir la masculinidad hegemónica con un ideal de masculinidad moderno, alternativo y crítico.

Muchos hombres de izquierda comparten esta perspectiva. No obstante, incluso en ámbitos de izquierda y anarquistas, son escasos los análisis tanto sobre la propia, como sobre otras masculinidades, y de las condiciones sociales dentro de las cuales se constituye la masculinidad hegemónica. Es precisamente en estos ámbitos que a menudo se habla de dientes para afuera sobre el feminismo, evitando la reflexión sobre el propio papel dentro de las estructuras patriarcales, tanto como el asumir responsabilidad colectiva respecto a comportamientos patriarcales o violencia sexual.

Muchas veces la autoimagen de los hombres de izquierda y anarquistas suele ir acompañada de una sobreestimación de sí mismos, que tiene por finalidad evitar la autocrítica. Así, los patrones de comportamiento patriarcal son externalizados, es decir, proyectados sobre "los otros", los hombres que no pertenecen a ámbitos de izquierda. Incluso hay quienes suponen que la autodenominación como anarquista, comunista o revolucionario de izquierda conlleva automáticamente una actitud antipatriarcal. Esto conduce a que los hombres de izquierda se consideren más conscientes, reflexivos y mejores que los hombres de otros ámbitos. Sin embargo, un análisis crítico sobre las  estructuras patriarcales debería cuestionar la dicotomía entre hombres de izquierda y hombres fuera de la propia escena política. En este sentido, no sólo es necesario estudiar y apoyar la teoría y práctica feminista  -en mi opinión, sobre todo en su variante materialista y antiautoritaria-, sino también reflexionar y reconocer la propia socialización y el papel que los hombres desempeñamos en las estructuras patriarcales.

Este texto –dividido en tres entregas-, intenta aproximarse al fenómeno de la(s) masculinidad(es) tanto en un ámbito general, como también cuestionando mi propia biografía y socialización. Me centro en cómo la masculinidad hegemónica es transmitida culturalmente, y cómo se adentra la psique. Por lo tanto, este análisis es necesariamente incompleto, pues tiene rasgos muy subjetivos y es primordialmente de carácter fenomenológico. Esta subjetividad está, sin embargo, mediada objetivamente por el orden patriarcal-capitalista, por lo que espero que este texto pueda ser una contribución para el debate sobre la masculinidad y el patriarcado, -por supuesto para la lucha contra los mismos-.

Masculinidades y demarcación

Cualquier forma específica de masculinidad nunca se sustenta por sí misma, siempre surge en tensión y en demarcación de lo que no encaja con la norma masculina. La masculinidad se establece sobre todo a través de la demarcación de las mujeres, de lo "femenino", pero también de la homosexualidad u otras formas de deseo o identidades de género que no se adaptan al ideal hegemónico de masculinidad. Los varones aprenden desde temprana edad que en la jerarquía social están por encima de las mujeres y las personas intersexuales, no binarias y trans. A la vez se benefician de innumerables maneras diferentes de las estructuras patriarcales. Los varones tienen, por ejemplo, un acceso más fácil a los recursos sociales y no se ven confrontados con la violencia patriarcal de la misma manera que las mujeres. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que no todos los hombres se benefician del mismo modo de las estructuras patriarcales y que los hombres también sufren bajo el patriarcado. En este sentido, la posición de los hombres en las sociedades patriarcales-capitalistas requiere varias diferenciaciones: no solo hay que incluir las relaciones de clase y las estructuras racistas, sino también la heteronormatividad que está entrelazada con el patriarcado. El concepto de masculinidad hegemónica resalta en este sentido la jerarquización a la que están expuestos los hombres, y señala que no hay solo una forma de masculinidad, sino que existen varios tipos de masculinidad, que a su vez, siempre están situados en un momento histórico, social, político y cultural concreto.

Tienes que ser dominante

Una de las primeras producciones que recuerdo de la industria cultural, es una telenovela policíaca que siempre veía mi abuela. Las hazañas del chapa no solo me llevaron a enfatizar durante toda mi infancia que algún día me convertiría en futbolista, cantante, actor o chapa, sino que también produjeron en mí una identificación inconsciente con la masculinidad del personaje principal de la telenovela, al cual asociaba con los hombres de mi familia.

Probablemente tenía cinco años cuando intenté besar "apasionadamente" en la boca a una compañera de la guardería. Imitaba al héroe de la serie policiaca, que simplemente se apoderaba de los cuerpos de las mujeres a su antojo. También intenté imitar los regalos que el chapa le hacía a su amante. Robé joyas de mi abuela -fiel al principio de que el hombre tiene que seducir a la mujer-, y se las regalé a la misma niña. Ella por supuesto no entendió mi gesto "romántico" y yo tampoco sabía que es lo que estaba haciendo. No era consciente de lo que estaba imitando. Así que, al fin y al cabo, nos conformamos con saltar en el trampolín de la guardería. Es preocupante lo rápido que los niños pueden interiorizar la masculinidad hegemónica, un ideal que es consolidado por la industria cultural y el entorno familiar.

La primera vez que me di cuenta de que tenía que adoptar un determinado rol de género, fue a través del deporte. Durante las clases de artes marciales, a la cuales atendían tanto niños como niñas, el ambiente se caracterizó por una consideración mutua, al comenzar a entrenar en mi primer equipo de fútbol el panorama cambió drásticamente. No solo mi entrenador, sino también mi padre esperaban de mí que muestre una voluntad desenfrenada por ganar, que me adapte a la concurrencia y que demuestre valentía en el campo de juego. A nadie le interesó que todos estos factores poco a poco llevaron a que yo perdiera la alegría por el fútbol y que durante los partidos muchas veces me quedara inmóvil y con miedo, sin ganas de jugar.

En el equipo de fútbol siempre me decían que no fuera cobarde, que me esforzara, que luchara y le mostrara mi talento a los demás. Si no cumplía estas expectativas, mi padre me ridiculizaba o me ignoraba. Lo que no sospechaba era que todas las expectativas basadas en la dominación y la competición: "no seas gallina", "demuestra que eres fuerte y lucha", "tienes que ganar y ser mejor que los demás"; implicaban una demarcación contra lo "femenino" y contra las formas subordinadas de masculinidad. Eran una expresión de la masculinidad hegemónica. Todo esto lo transmitían personas en cuya autoimagen y visión del mundo, la masculinidad hegemónica estaba tan profundamente inscrita que ya ni siquiera la notaban.

Otras de las frases que escuché repetidamente durante mi infancia y adolescencia -tanto de hombres como mujeres- fue: "los hombres no lloran". Esto, acoplado al hecho de que la mayoría de los hombres de mi familia mostraban todo tipo de emociones, siempre y cuando no tuvieran nada que ver con vulnerabilidad, da una idea de cómo los patrones de comportamiento mediados culturalmente, se incrustan gradualmente en la psique. A muchos hombres les cuesta hablar sobre emociones, pues les hace sentir débiles y vulnerables. Esto aumenta la probabilidad de padecer enfermedades mentales o desarrollar adicciones. Los hombres son demasiado orgullosos para buscar ayuda profesional, pues el ideal masculino exige que afronten todos los problemas como “guerreros solitarios”. El ideal del guerrero solitario está vinculado a la idea de la independencia, que a su vez se concibe como una forma de fortaleza. Esta auto-exigencia masculina entra en crisis, especialmente durante la adolescencia, y sigue resonando a lo largo de la vida de muchos hombres adultos.

Repensar la dominación al otro y la otra, muchas veces como la única forma de relacionamiento de los hombres con el mundo, es una de las tareas principales para la abolición de la masculinidad hegemónica, pero sobre todo como una tarea colectiva, y responsabilidad política.

 

Arte: Taller Artó 2018

[1]https://www.eldiario.es/desalambre/colonia-refugiados-alemania-agresiones-sexuales_1_4171232.html

 

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