El capitalismo y la cosificación de los cuerpos – cuerpas femeninas

cosificación
Martes 23 de Julio de 2019

Cuerpo. Cuerpa. La primera disyuntiva está en el título. ¿Es mi cuerpo en masculino o es mi cuerpa en femenino? No lo sé, poco o nada sé de mi cuerpo – cuerpa. En realidad, lo que sé es porque lo siento, y lo siento en mí y en tu mirada, queride otre. Siento el pelo cano, las patas de gallo al final de mis ojos, una que otra espinilla de adolescente (no es lo único que tengo de adolescente), la lengua áspera, las tetas caídas, chupa la panza - respira profundo - párate recta - haz sentadillas, las pantorrillas flacas, los pies doloridos, la espalda también, maldita lumbalgia; siento el paso cansado a veces, otras veces salto. Tengo 30 y soy mujer, feminista, comunista, animalista, desempleada, precarizada, ciclista.

El cuerpo, la cuerpa se nos da, aparentemente. Es decir, creemos que es natural, que viene dado, que solo está. Pero en realidad es resultado de una serie de condiciones materiales y subjetivas. Es resultado de nuestra intersección de género, preferencia sexo-afectiva, raza, etnia, clase y especie. En otras palabras, somos y tenemos forma y sentimos nuestra forma, porque estamos ubicades socio-históricamente. “Nada es gratis en la vida” ¿han oído? Bueno, nuestros cuerpos – cuerpas, tampoco. No es que les quiera descolar a los compas varones cis de esta discusión, no es que sobre sus cuerpos - ¿cuerpas? - no recaigan también una serie de normatividades brutales; es solo que sobre los cuerpos – cuerpas femeninas, se ejecutan una serie de dispositivos de control que no solo son serviles para el patriarcado, como sistema de opresión, sino que también son serviles al capitalismo.

Los cuerpos – cuerpas de las mujeres han sido obligados a ser territorios de conquista, en la guerra y en el amor, cosa tan terrible. Han sido ultrajados, violados, cosificados, vendidos, premiados, muertos, por el capital patriarcal. Y no les voy a hablar ahora de la brutalidad evidente a la que nos expone esta cadena de opresiones, sino que les voy a hablar del cuerpo – cuerpa dócil, de la obediencia que permite la producción y la acumulación. La prohibición del aborto, por ejemplo, obligadas a parir, estas cuerpas femeninas, una y otra vez, manteniendo activa la reproducción social, manteniendo a flote la producción, pariendo consumidores.

Pero el cuerpo dócil no solo genera réditos económicos al capital, sino que también nos destruye el alma, o, mejor dicho, los sentires y sentidos. El malestar que genera el capitalismo patriarcal en los cuerpos – cuerpas, contempla desde el hambre, hasta la anorexia. Que cabrón mundo paradójico en el que vivimos. Como decía antes, dependerá de la intersección en que caigamos para entender cómo se materializará en nuestras cuerpas – cuerpos, las garras perversas del capitalismo patriarcal. Inclusive dependerá la vida de esta intersección, porque el capital genera cuerpos nudos, cuerpos que importan y cuerpas que no.

La hiper sexualización y exotización de las mujeres negras y afro, el desprecio y ridiculización a las mujeres indígenas, la veneración del cuerpo blanco, delgado y esbelto, las tetas que apuntan al cielo, las piernas de dos metros, el abdomen plano, las pestañas curvas, el poto parado, las manos largas; rayos, todo nos controla. Se han fabricado una serie de mecanismos e imaginarios que controlan nuestras vidas; tanto las calles y espacios públicos, como nuestras propias casas y espacios privados pueden convertirse en nuestros lugares menos seguros. El cuerpo – objeto desechable, el cuerpo – objeto de consumo.

El fetichismo de la mercancía se encarga de categorizar y cosificar nuestra existencia. El capitalismo, con su mejor amigo el patriarcado, se encargan de crear una sensación  y percepción de imposible satisfacción, tanto con una misma, como para con les otres. El goce se vuelve imposible, y en su lugar aterriza el consumismo, y es sobre los cuerpos femeninos precisamente, que se asientan una serie de premisas inalcanzables y crueles: que seas accesible pero no del todo: “madre, virgen y puta”; que seas flaca pero no tanto; que tengas curvas mas no muchas; alta pero no jirafa; menuda  mas no pulga; coqueta pero discreta, independiente pero sumisa.

Se han construido los cuerpos - cuerpas de las mujeres en función del consumo (ni siquiera llega al goce) masculino. ¿A qué me refiero? A que los cuerpos – cuerpas de las mujeres somos objeto de deseo, al tiempo que se deslegitima e incluso se elimina del imaginario común, a las mujeres como deseantes. No es coincidencia que, como bien señala Rita Segato (2019), que el patriarcado se muestre como una ley, como un señor que norma la indisciplina femenina. No es coincidencia que Eva haya mordido la manzana y definitivamente no es coincidencia que aun en este siglo, nos domestiquen con violaciones sistemáticas. Tanto nos han prohibido el placer, que las mutilaciones genitales femeninas, aún son legales en muchas partes del mundo. Tanto nos prohíben el goce, que la fantasía cruel del imaginario de belleza femenino de Occidente nos destroza el alma, la psique y la salud física: la cosificación nos cuesta la vida.

Al final de cuentas, para el capital, las mujeres somos cuerpo – objeto de consumo. A diario en la tele, en los diarios, en la música, en la radio: toda producción cultural hegemónica nos come la cabeza. El desprecio por nuestros propios cuerpos – cuerpas también es servil al mercado, ¿Cuánto será que facturan al año las clínicas estéticas y la industria de productos de belleza? Y no. No es una dolencia pequeñoburguesa o de clases altas; los estándares de belleza nos comen la cabeza a todas, nos comen el cuerpo a todas, en nuestras manos o en la de otros. Ser cuerpo – objeto, también permite la existencia de ese violador feminicida, que es sujeto y es sistema. La cosificación del cuerpo – cuerpa femenina, entonces no es una coincidencia ¿no?

 

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