El Loro Homero alcalde: Quito frente al espejo

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Lunes 1 de Abril de 2019

El triunfo electoral de Jorge Yunda en Quito, más conocido como el Loro Homero, ha causado conmoción en la opinión pública capitalina. Esta no se generaba necesariamente por su postura político-ideológica, por ser un magnate de la comunicación, o por no tener un plan de ciudad para su administración, sino por su condición étnica. En términos morochos: por su raza.

El 24 de marzo pasado, después de que se proclamaron los resultados de las elecciones seccionales, las redes sociales, reflejo de la opinión de un segmento de la población, más no del sentir de las grandes mayorías populares, explotaron con memes que criticaban el hecho de que un indio, un longo, vaya a gobernar la Carita de Dios. Esta crítica, con un evidente sesgo racista y discriminatorio, dispersa la atención de las problemáticas reales que aquejan a las y los ciudadanos de Quito, las cuales tendrán que ser afrontadas por la administración entrante. Este desafío tiene que ser encarado por la nueva administración, ante la evidente incapacidad de la gestión de Mauricio Rodas, por implementar un proyecto de ciudad que genere soluciones efectivas a la caótica situación de las quiteñas y quiteños.

Otro de los elementos a analizar después del triunfo electoral de Yunda representa la crisis de identidad de las y los quiteños. Los imaginarios del chullita quiteño, la Carita de Dios, Quito, ciudad franciscana, se ven cuestionados. El Loro Homero es el reflejo de otro Quito en términos de identidad y etnicidad, mas no de clase. En otras palabras, si bien Yunda no representa a la población blanca-mestiza, tampoco pertenece ni responde a las clases sociales y sectores históricamente oprimidos de la capital. Sería lo que los estratos medios capitalinos llaman de manera despectiva longo alzado, es decir, un no blanco dueño de medios que generan riqueza.

Sin embargo, a pesar de ser uno de los más importantes empresarios de la comunicación en la capital ecuatoriana, procuró generar sentido de pertenencia con los sectores populares. Esto por medio de jugar ecua-voley, contar cachos con la típica sal quiteña, entonar el bajo y cantar Sahiro, entre otras expresiones que desembocan en una estrategia política de sumo interés para analítico.

Es precisamente este último elemento el que no ha sido motivo de análisis con la importancia del caso: la manera de cómo un candidato, que no reflejaba buenas estadísticas en las encuestas electorales, llega a ganar la alcaldía capitalina a partir de una estrategia subterránea. Yunda empezó organizando eventos de gran magnitud, en los cuales congregó a miles de asistentes, sin un mensaje político explícito, sin discursos extensos con términos complejos e inentendibles para la ciudadanía y sin carga ideológica evidente. Todos estos elementos estuvieron camuflados tras un show de luces, música y baile. En lo posterior, anunció públicamente que no llenaría la ciudad de publicidad electoral, ante la evidente preocupación de las y los quiteños por la crisis respectiva a la recolección la basura, y que tampoco realizaría caravanas que generen congestión vehicular, lo cual interpeló en cierto sentido también a los estratos medios de la ciudad.

La perspicacia de Yunda fue apelar a aquella parte de la identidad quiteña dejada de lado por otros candidatos, asumiendo estos últimos la campaña como una oportunidad para posicionar su aparente lucha contra la corrupción. Por otra parte, imperaba también la necesidad de construir una ciudad progresista, participativa y democrática.

El Loro, consciente de la apatía política y el rechazo a los movimientos y partidos electorales, dejó de lado los clásicos repertorios proselitistas: caravanas, material impreso que inunde la ciudad, spots publicitarios con un componente político explícito, entre otras dinámicas que las y los quiteños prefirieron rechazar. Sin embargo, Yunda hizo uso estratégico de su poder sobre gran parte de los principales medios de comunicación de alcance no solamente local sino también nacional, pero no con la típica cuña publicitaria, sino con la mención sistemática de su nombre durante todo el trascurso de la programación radiofónica.

En conclusión, la conmoción racista generada en la capital motiva diferentes reflexiones, entre las cuales se sitúan la importancia de entender la identidad capitalina más allá de su herencia franciscana judeocristiana. Más allá, es necesario problematizar la forma en cómo Yunda llega a la alcaldía, cuestionando las dinámicas repetitivas y poco innovadoras de los partidos políticos, y la importancia de analizar cuales serán las alternativas oportunas para responder a la pluralidad de problemáticas que aquejan a la ciudad.

Que la identidad de nuestro nuevo alcalde no sea motivo de indignación, sino  las sistemáticas denuncias de explotación laboral en sus empresas, el monopolio sobre los medios de comunicación o su falta de planteamientos para rescatar a la ciudad de la crisis político-institucional dejada por Rodas.

 

Fotografía:

La República EC

 

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