Progresismo: la paradoja de la democracia burguesa

jkjb
Miércoles 24 de Noviembre de 2021

En América Latina, la burguesía y la ultra derecha se presentan como un frente unificado en el anticomunismo. Desde Vargas Llosa y José María Aznar en Perú y España, pasando por los libertarios Milei y Laje en Argentina, Kast en Chile, Gloria Álvarez en Guatemala o el propio presidente Lasso en Ecuador, el discurso ideológico que invoca al fantasma del comunismo, atraviesa por una reconstitución estratégica en la guerra antipopular neoliberal. Dentro de este escenario, la ultra derecha posiciona y constituye al paradigma hegemónico dentro del debate político como anticomunismo, cuando el comunismo como proyecto histórico jamás será comprendido dentro de los marcos de la democracia burguesa. Esta estrategia discursiva se esmera en vincular a los progresismos latinoamericanos como una continuidad de las luchas comunistas. A la ultra derecha le sirve como artilugio ideológico de demonización y como legitimante para la imposición de la persecución y el exterminio desenfrenado, bajo el signo del enemigo interno. El reformismo se presenta, en el momento histórico actual, como los procesos progesistas de las últimas décadas.

La incomprensión categórica hacia el comunismo como proyecto histórico y objetivo final de un mundo sin clases ni Estado -siendo este siempre la expresión de los intereses de una clase determinada- conllevan a que al comunismo se le equiparen un sinnúmero de movimientos, sectores y consignas políticas que poco o nada tienen que ver con el mismo. Dentro del entramado ideológico del anticomunismo -discurso reciclado de la Guerra Fría- el progresismo es la cara más visible, el cual se utiliza para enmarcar a toda expresión organizativa que se encuentre en contrariedad con la perpetuación del sistema capitalista. Al mismo tiempo y como respuesta discursiva al aparataje articulador del anticomunismo, los progresismos se enuncian como supuestos sectores “revolucionarios”, apropiándose tanto de los símbolos históricos, como de las consignas y enunciados de las minorías y experiencias revolucionarias. Este ejercicio estratégico desde el progresismo es una cooptación encaminada a captar votantes para la maquinaria político electoral, enmarcada en la institucionalidad burguesa.

Los proyectos progresistas instrumentalizan la retórica de justicia social o de “izquierda”, cuando son justamente los procesos progresistas los que desmovilizan la organización popular anticapitalista, y representan la antesala a la fascistización y el autoritarismo de Estado. Ninguna experiencia progresista a lo largo de las últimas décadas, ha planteado la superación del capitalismo, sino que ha sido diametralmente opuesto. El mayor logro de los progresismos es la utilización del Estado burgués para la ampliación de acceso a derechos, sin fundamentos ideológicos que pudiesen conllevar al desarrollo de una consciencia de clase en el pueblo. Cuando la política progresista no se conceptualiza como la articulación de intereses de clase -como el proyecto de superación del capitalismo en la lucha de clases-, esta no plantea el mismo horizonte que la izquierda revolucionaria. El pueblo se limita al concepto liberal de ciudadanía, conjugando la lógica del consumismo capitalista, al acceso a derechos. La ciudadanía es una categoría vacía de contenido, la cual perpetúa los mecanismos de exclusión del capitalismo. Los progresismos institucionalizan la lógica del consumismo, desplazando las demandas, símbolos y proyectos históricos de la izquierda.

Los progresismos son proyectos ahistóricos, que no reconocen ni la lucha de clases ni la imperante necesidad de superar el capitalismo. Al contrario, perpetúan el desarrollismo capitalista como modelo de Estado, reprimarizando economías periféricas -consenso de commodities-  para responder a demandas de mercado desde el (neo) keynesianismo. Las raíces estructurales del capitalismo, sus mecanismos de explotación y su clase dominante -la burguesía- quedan inalterados por los proyectos progresistas. La clase industrial y exportadora gozó de un ciclo de bonanza y crecimiento significativo en América Latina durante la época del bloque progresista. Simultáneamente, la ampliación de derechos desembocó en la radicalización de las élites burguesas, sirviendo de base para una creciente refascistización social en torno al odio de clase, al racismo, la misoginia y la transfobia, encarnadas en la burguesía recalcitrante, la ultraderecha fundamentalista de mercado y lxs libertarixs.

La retórica anticomunista vuelve a sostener la base discursiva de la ultraderecha a nivel global. La amenaza del comunismo sigue siendo uno de los recursos más frecuentes para imponer el miedo. En todas las latitudes parecería que la ultraderecha describe distintas interpretaciones del comunismo: en Ecuador las dos vacas son capturadas por camaradas vestidxs de rojo, en Chile atenta contra la familia y las buenas costumbres, en Estados Unidos el uso de mascarilla es comunista, en España el comunismo es totalitario y represivo y en Colombia el comunismo es narcoterrorista. En cualquier caso, la ultraderecha plantea la amenaza del comunismo como el primer y mejor enemigo de la democracia, la prosperidad y la libertad, que supuestamente gozamos en el libre mercado. La preocupación no solo radica en la tergiversación intencional del comunismo como teoría política, sino que el monopolio del sentido común acerca del mismo, indiscutiblemente lo tienen los voceros del fundamentalismo del mercado.

Los principios ideológicos del comunismo, efectivamente promueven la abolición total de la propiedad privada, toda división del trabajo, las clases sociales y la democracia burguesa. La realidad es que el comunismo es nada más y nada menos, que la organización social en donde la propiedad de los medios de producción es colectiva, y en la que el objetivo principal es el desarrollo ilimitado y multidimensional de todas las personas. La premisa del comunismo es cada quien según su capacidad, y a cada quien según su necesidad, que se traduce a una sociedad en la que el trabajo es colectivo y es colectiva también la acumulación. El comunismo está totalmente contrapuesto al capitalismo, que tiene como premisa colectivizar el trabajo y las pérdidas, mientras privatiza y magnifica la acumulación. Es precisamente esa premisa tan clara e irreductible: abolir la propiedad privada, la que la ultraderecha y el liberalismo utilizan para tergiversar las intenciones del comunismo y lxs comunistas.  

Nuestras intenciones son claras: construir una sociedad libre de clases, una experiencia social nunca antes vista, en armonía con la naturaleza y la multiplicidad de cada sujeto. Imaginamos lo imposible. Sin embargo, la lucha anticomunista, sostenida por más de 100 años en nuestra contra por el gran capital, ha logrado marginalizarnos. La realidad es que la militancia comunista es todavía una minoría marginal, y damos la contienda ideológica permanentemente, con toda la maquinaria propagandística del imperialismo en nuestra contra. Normal. Lo que sucede en escenarios electorales, es que necesariamente entramos en una paradoja dolorosa y confusa. En el intento de impedir que la ultraderecha se perpetúe en el Estado burgués, y arremeta contra el pueblo y la clase trabajadora con la brutalidad que le caracteriza –sea en democracia o dictadura-, hacemos concesiones asfixiantes con la democracia burguesa, sabiendo que esta última es siempre e inalterablemente, un instrumento de la burguesía para imponerse como orden.

Con Arauz en Ecuador, con Castillo en Perú, con AMLO en México, Fernández en Argentina y ahora con Boric en Chile, los límites de la democracia burguesa posicionan al pueblo y la clase trabajadora del lado del reformismo. Siendo el reformismo la única alternativa en la democracia burguesa, frente a la ultra derecha y la restauración neoliberal. Y siendo también el progresismo la perpetuación de la sociedad de clases del capitalismo, e inclusive la antesala del fascismo. En la paradoja de la democracia burguesa, el progresismo posiciona al pueblo necesariamente de su lado, sin que la militancia comunista –marginal- pueda darle otra opción. En la retórica del acceso a derechos del Estado de bienestar, la maquinaria de muerte del Estado neoliberal es evidentemente indeseable y peligrosa. La agilidad de la ultraderecha está en aplicar la indumentaria anticomunista contra los progresismos -vaciando de contenido el concepto de comunismo-, pero siendo efectivo sobre las poblaciones que, asustadas, votan por la ultraderecha para proteger lo poco que tienen de ese espectro rojo y malicioso.

Esta es, en definitiva, la paradoja en la que nos encontramos como pueblo y comunistas frente a la falacia de la democracia burguesa. En Chile, Boric -un progresista represor y conservador como todxs-, se coloca como la figura que tendrá que lograr capitalizar electoralmente, el anticapitalismo en todas sus formas, para impedir que un ultraderechista y desvergonzado admirador de Pinochet y su legado, tome el poder del Estado. La democracia es definitivamente, un juego perverso del capitalismo. Ciertamente resulta indudable que los progresismos son inherentemente contrarrevolucionarios y se articulan como un obstáculo más que la izquierda precisa superar en la lucha anticapitalista y por el comunismo. Mientras como comunistas resolvemos la paradoja en las calles y los barrios, que los progresismos jueguen a la democracia.

 

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