Comunismo y democracia burguesa

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Miércoles 10 de Noviembre de 2021

El pasajero verano reformista que llegó al poder hace más de catorce años -en contexto con una oleada populista crítica al neoliberalismo a nivel regional- trastocó la perspectiva táctica y estratégica de la izquierda ecuatoriana, dando cabida a vacíos ideológicos y teóricos marcados por el idealismo y el oportunismo. El “nuevo espacio de contienda”, en los márgenes del Estado y la democracia burguesa, no fue campo de maniobra para desmontar las instituciones que sostienen al capitalismo, sino más bien fueron reforzadas a partir de una lectura trágica de los procesos revolucionarios del siglo pasado. Como también por la incapacidad de las minorías de izquierda en su interior, constituyendo el preludio de la arremetida autoritaria que actualmente vive el país.

El reformismo únicamente significaba un nuevo momento de la lucha de clases, producto de décadas de acumulación de fuerzas, cuyas raíces preceden los levantamientos plurinacionales y populares de la década de los 90as, los paros de maestros, la combatividad de estudiantes y clase trabajadora, etc. Su arribo evidentemente -como lo es toda acción unilateral desde el Estado burgués- implicó una suerte de creacionismo, donde la historia de la “patria” empezó en 2006. Pese a existir esfuerzos por traer a la memoria desde la institucionalidad estatal, esta misma fue instrumentalizada, siempre y cuando no se constituya en una fuente para la crítica anti capitalista.

El “anti neoliberalismo capitalista” construyó la falsa noción de que el Estado “había vuelto” -como si el Estado en el neoliberalismo desapareciera en tanto herramienta de dominación de clase- y que por lo tanto la salida democrático burguesa, representaba la “última línea de la resistencia” contra el autoritarismo. De esta forma, durante la corta vida del progresismo, como posterior a su debacle, se esgrimieron varias tesis. Entre las más importantes podemos decir que son las siguientes: la “democratización” del Estado, el “control social”, la omnipotencia de la vía electoral y la imposibilidad de la crítica anti capitalista.

La única forma de democratizar al Estado -al menos desde la perspectiva marxista- es mediante la abolición del sistema de propiedad capitalista y del parlamento burgués, y por otra parte, la organización de las fuerzas productivas centralizadas en manos de la clase trabajadora por medio del Estado socialista – como negación de la democracia burguesa –, así como de la organización de la defensa del nuevo Estado. En este sentido, la democratización que planteaba el reformismo, únicamente era posible en la medida que esta favorecía momentáneamente a una de las fracciones del capital modernizador.

En esa misma línea, el “control social” viene a funcionar como un apéndice, que santificaba la única acción colectiva válida: la del Estado burgués. Esta se limita a meros formalismos, que no actúan sobre las condiciones materiales de vida que sostienen y reproducen el capitalismo, como lo es la división social y sexual del trabajo, la explotación de la naturaleza como un factor de producción más, el colonialismo en función de intereses imperialistas, etc. Por lo tanto, dicho control social reducido al ámbito democrático burgués, es una peligrosa ilusión que bloquea otras iniciativas que no encajen en los márgenes institucionales que ha dispuesto el Estado. En concreto, estos margenes designan los límites entre lo “legal e ilegal”, lo permitido y no permitido.

Finalmente la vía electoral -como una de las tantas estrategias válidas para desmantelar al Estado y su democracia burguesa- no puede estar supeditada únicamente a mantener un “espacio de contienda” anti neoliberal, sino a barrer con el capitalismo como tal. De nada sirve acumular curules en las distintas formas de representación formal, si estos no movilizan los recursos y los sentidos hacia la superación del capitalismo. Mucho más, en carencia de partido, organización y fuerza.

El actual desenlace de la democracia burguesa en el país hacia el autoritarismo, como consecuencia del reformismo, requiere abandonar de manera urgente las ilusiones democráticas, el inmediatismo electoral, y la acefalía en la calle. El recodo, producto de la agencia del reformismo, se contará por décadas para la construcción de un pueblo y una clase trabajadora con programa e ideología revolucionaria, únicamente en las posibilidades anti capitalistas del marxismo. Comunismo y democracia burguesa, no son sinónimos, sino antagónicos, y su única posibilidad de convivencia está en la medida de como la lucha de clases se manifiesta, así como los métodos que esta exige para trasformar la historia.

 

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