Colombia: y caerán los que tengan que caer...

04-05-2021 NARIÑO MOGOLLON
Martes 4 de Mayo de 2021

El pueblo Misak ha derribado a dos estatuas de Sebastián de Belalcázar para recordar que fue un genocida, apropiador de tierras, etc.; la primera vez fue en septiembre de 2020 en Popayán, la segunda ocasión el #28A (28 de abril de 2021) en el inicio del Paro Nacional, el cual demuestra la gran insatisfacción de lxs colombianxs frente al gobierno uribista, genocida y fascista de Iván Duque. El ejemplo de lxs misak se ha contagiado en otras ciudades de Colombia: en Neiva se tumbó la estatua del expresidente conservador Misael Pastrana, y en Pasto se tumbó a Antonio Nariño, mientras se finalizaba la jornada del 1 de mayo.

Las acciones del pueblo Misak se han convertido en poderosas muestras para cuestionar sobre los simbolismos que existen en los territorios. El caso del derribo de Antonio Nariño en Pasto ha provocado varias reacciones: a favor, en contra, algunxs se atreven a pensar en quién poner en su lugar, y otras personas cuestionamos la existencia de estos monumentos y, por ende, la forma en que se escribe la historia.

El relato que acompaña la estatua de Antonio Nariño en la plaza central de la capital, Pasto, tiene que ver con un suceso: en mayo de 1814, Nariño fue vencido junto a su “ejército libertador”, el cual venía en batalla desde Ipiales, donde también se encontraban lxs siete hijxs de Belalcázar. Ante la amenaza de Nariño, el ejército realista compuesto por españoles y pastusos, entre ellos Agustín Agualongo, combatieron en las proximidades de Pasto, al cabo de unos días el ejército de Nariño es vencido, y con él cae el intento por provocar la instalación del Estado-Nación centralizado y criollo perteneciente al “Virreinato de Nueva Granada”; en este intento la bandera principal era la independencia de la corona española, pero también la centralización en Santa Fe: una clara muestra del colonialismo criollo. Como consecuencia Nariño fue tomado prisionero y lo ubicaron en “una pieza con toda la custodia conveniente, tratándome en lo demás con la mayor atención”, escribía Nariño en una carta a Melchor de Aymerich (último presidente de la Audiencia de Quito).

Por este hecho, a la población pastusa se la ha categorizado como “tonta”, pues “no desearon” la independencia en tiempos de la avanzada de Nariño. Después de toda la historia independentista, reconquista, republicanismo, en 1904 se crea el departamento con el nombre de “Nariño”, un recordatorio al “error histórico” que habían cometido “esos labrantíos que pertenecieron al Incaico” (Orbes Moreno, 1977).

Sin embargo, se deja de lado que el pueblo “nariñense” experimentó una colonización profundamente eclesiástica a manos de los distintos misioneros (jesuitas, franciscanas, dominicos y mercedarios), que posteriormente dio paso a la vasta construcción de iglesias, las cuales son consideradas un legado arquitectónico. La colonización española sobre el territorio de los pueblos indígenas Quillacingas, Pastos, Ingas, Awá, Emberá, Cofanes, y otros que se nos arrancó de la memoria, tuvo una dinámica de poder diferente a otras regiones y contextos, al respecto Omar Tulcán señala que “la historia ubica a Pasto como una región separada del teatro de los acontecimientos”, entre otras cosas, su geografía impartía una necesidad de autonomía de sus habitantes, de tal manera que hasta la aristocracia estaba compuesta por pocos encomenderos, además de que los pueblos reclamaron títulos de tierras a la corona. Esto, se tradujo en un “bienestar en la estructura de gobierno”, el cual podía verse afectado por la bandera de la independencia criolla. Así las cosas, la población nariñense no estaba dispuesta a una independencia.

Al caer la estatua hoy, se revive una historia prácticamente olvidada por los contemporáneos, y aunque desconozco los argumentos de quienes han decidido tumbar a Nariño, considero que tiene un punto de referencia en las acciones del pueblo Misak contra los monumentos a genocidas como Belalcázar. No niego que pueda tener un contenido en contra de Nariño, pero dudo que éstos jóvenes hayan decidido tumbar una estatua por revivir una memoria asociada a la independencia en medio de un Paro Nacional, de protesta por las decisiones tributarias de un gobierno centralizado, el cual olvida a los “territorios periféricos” salvo para cobrarles impuestos y gobernarlos con sus allegados.

Por el contrario, considero oportuna su acción porque abren camino para cuestionar el colonialismo simbólico en sí mismo: ¿por qué tener una estatua de un hombre y asesino?, lo cual demuestra permanentemente el carácter patriarcal de la historia; ¿por qué nombrar una plaza “en honor” de un personaje que ni siquiera vivió en este territorio?, una clara muestra de que los pueblos no decidimos sobre los territorios que habitamos sino otros; ¿por qué tener monumentos?, ¿qué sentido tienen esas estatuas ahí?, ¿para qué están?, pero sobretodo ¿por qué siguen ahí?.

Este es el momento para que aquellxs que habitamos el territorio definamos qué memoria queremos recordar, y cómo lo queremos hacer; es la oportunidad para sentarnos a construir una identidad con y por el territorio, no una imposición de los centros de poder coloniales, aunque criollos. Es una ocasión para re-escribir la historia y dar cuenta de que somos diversxs, que cohabitamos con un territorio, y no queremos más alegorías a hombres, militares y colonialistas.

 

Referencias:

Tulán, Omar. Proceso de colonización en el sur de Colombia. Aproximación interpretativa sobre la resistencia del pueblo pastuso frente a los libertadores de la patria. Recuperado de: https://repository.upb.edu.co/bitstream/handle/20.500.11912/4918/Proceso%20colonizaci%C3%B3n%20sur%20Colombia.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Orbes, Camilo. 1977. El General Antonio Nariño sí se entregó preso en Pasto. Documentos inéditos. En Revista de la Universidad de La Salle. Vol. 1: 1. Recuperado de: https://ciencia.lasalle.edu.co/cgi/viewcontent.cgi?article=2077&context=ruls

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