Daniel Noboa: niño rico con aires de autócrata

El 12 de agosto de 2025 entrará a la historia como un ataque frontal a la democracia liberal en el Ecuador. Una marcha militarizada, encabezada por el presidente Daniel Noboa, amedrentó públicamente a la Corte Constitucional por no ser servil a la imposición de la autocracia del “Nuevo” Ecuador. Bajo la consigna de una defensa de una supuesta voluntad popular, la oligarquía bananera en el poder escenificó un asedio al órgano que días antes se había pronunciado de forma reservada a la legalización del exterminio popular en el Ecuador.
Es bastante confusa la situación política, simbólica y discursiva que vivimos esa mañana y tarde con la marcha convocada por Daniel Noboa -en calidad de Presidente de la República- contra la Corte Constitucional, un órgano autónomo de regulación del Estado. Otro elemento confuso reside en que buena parte de la sociedad civil tiene la consciencia de que la marcha -no toda- estaba compuesta por servidores públicos con temor a despidos o multas, así como pagados por marchar, y sin embargo, también es cierto que parte de esta población, en conjunto con otra porción de gente si fueron en respaldo al proyecto político de la Banana Republic, comprendan en mayor o menor medida lo que realmente implica. Es decir: sabemos que no es una marcha legítima, pero sabemos también que fue una buena demostración de fuerza por parte del Gobierno Nacional, que además aprovechó para amenazar a la Corte Constitucional con presupuesto estatal. Parece ridículo y da miedo al mismo tiempo.
En respuesta, la Corte Constitucional emitió un comunicado en el que se vio obligada a recordar a la ciudadanía que no se ha tomado una decisión “de fondo” respecto a las leyes económicas urgentes, después de recordar más adelante, que la Corte tiene el deber de “actuar de forma independiente, técnica y en estricto apego a la Constitución”. Daniel Noboa se encargó de forrar el recorrido de la marcha con los rostros de los jueces y juezas en gigantografías de color rojo, en el clásico formato de los más buscados. La obviedad del amedrentamiento que bien puede describirse como lapidación, es uno de los elementos que generan gran preocupación, porque es una forma de utilizar la amenaza del uso de la fuerza abiertamente y con aparente respaldo popular -o por lo menos con la condescendencia del público-. Es decir, existe un consenso respecto a la necesidad del autoritarismo como supuesta única alternativa frente a la realidad de inseguridad nacional. Unos se dedican a denunciar el autoritarismo y sus peligros, mientras otros se dedican a aplaudirlo y clamar por el.
Aquí a lo que nos enfrentamos es al reconocimiento de una realidad horrorosa: estamos presenciando la transformación de la forma de Estado hacia el autoritarismo que ahora mismo ya ejecuta crímenes de Estado, como desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales sistemáticas. Este Estado requiere de una estructura legal que le permita regular poblaciones y territorios de manera en que se garantice la máxima explotación posible del trabajo humano y extrahumano, para garantizar que Occidente pueda sostener su maquinaria productiva, y que de paso, se garantice también la acumulación privada de la burguesía nacional y transnacional. Para Noboa, en este sentido, la Corte Constitucional es en efecto la última gran piedra en el zapato: la institución que se coloca entre él y la cimentación final de su proyecto político.
En respuesta a la suspensión temporal de algunos artículos de las leyes por parte de la Corte Constitucional, Ejecutivo y Legislativo llamaron a movilizaciones. Esto requiere de un verdadero entramado comunicacional. Primero se construye al enemigo provisional: la Corte Constitucional, y se la coloca como responsable de alejar al “pueblo ecuatoriano” de su legítimo anhelo de “paz”. Pancartas con la contabilidad de muertes violentas desde el fallo de la Corte aparecieron. Después llaman a “tomarse las calles y demostrar lo que es democracia”, vaciando dos conceptos de una sola vez: movilización popular y democracia. Si bien no es cierto que todo el mundo se come el cuento, al menos la mitad sí, y la mitad es un número considerable. Valga la pena recordar que el fascismo no es un fenómeno que se instituye como un ente que se deposita de arriba hacia abajo, como una imposición. Es mas bien un fenómeno latente y complejo, que se alimenta de y alimenta a los dispositivos conservadores que están en la estructura de la población: en su ideología, que es la ideología de la clase dominante, y que además aparece como oculta. Es por esto que nos compete desarrollar una batalla cultural agresiva y sin tregua por los sentidos. Nuestra posibilidad de un futuro de vida digna depende se esto.
Una característica central de los procesos autócratas, que dinamitan a la misma democracia liberal desde su centro, es una radicalización sistemática de los discursos de odio inherentes al sistema capitalista. Así, el pobre termina siendo “pobre porque quiere”, el pueblo organizado es terrorista y las clases populares y racializadas son sicarios sedientos de violencia y poder. A este entramado se le suma ahora un ataque frontal en contra del último reducto del Estado de derecho, atentando en contra de la misma Constitución.
El 12 de agosto se desarrolló una imagen de lo más inusual y contradictoria: las fuerzas represivas, entrenadas para sacar ojos, mutilar y ejecutar a la población civil, se encontraban con la marcha, al otro lado de lo usual. Una movilización militarizada, con un ámplio despliegue de infiltrados del Estado llamados agentes de civil, recordaba los momentos más turbios de los años 30s: al fascismo, entendido como matrimonio inseparable entre empresa privada, Estado y sociedad civil.
Un presidente maniqueo y megalómano que logró arroparse absolutamente todas las funciones y facultades del Estado -excepto la Corte Constitucional- pretende imponer de una vez por todas al exterminio social como política de Estado, convirtiendo al Narcoestado en un ente totalitario que regula lo social mientras desregula el mercado.
En este sentido, el personaje creado alrededor de Daniel Noboa se demuestra una vez más como el comodín del imperialismo yanqui, siendo preparado por sus órganos de inteligencia desde la niñez, criándose en la casa de los Kennedy como todo buen monarca bananero, para algún día asumir las riendas de su país adoptivo -sin haber vivido en el Ecuador antes de ser presidente- un testaferro local que cumple a cabalidad con la defensa de los intereses de sus señores y amos. Daniel cumplió el sueño que los amos del Norte habían encomendado a su padre Álvaro Noboa: convertirse en un terrateniente narcobananero que gobierne su feudo con mano de hierro. En este sentido, Daniel Noboa es el producto perfecto del imperialismo: un autócrata “Made in USA” con la posibilidad de alcanzar la talla de Ríos Montt, Somoza o Batista.
La Banana Republic, ese monstruo feudal-imperialista que nació en Centroamérica por mano de la United Fruit Company y que provocó golpes de Estado, además de intervenciones militares yanquis, es revivido por Daniel Noboa. Ciertamente los actores son otros: la United Fruit del Ecuador se llama Bonita Banana y el autócrata no se llama Castillo Armas -como en Guatemala-, sino que es el hombre más rico del Ecuador.
Ciertamente, la ultra derecha en el poder no cesará antes de la imposición total de su proyecto de exterminio y acumulación, para el cual tiene un blindaje político y militar de EE.UU. En este sentido, cualquier actor o panorama que le incomode al Narcoestado, será criminalizado hasta las últimas consecuencias, implementando su solución final a como de lugar: imponer la violencia política como física y simbólica, hasta que el problema sea exterminado. Por eso se militarizan las calles, los hospitales, las cárceles y se amedrenta con utilizar toda la fuerza del Estado también en contra de la Corte Constitucional, única institución de la que no se ha podido apropiar el Narcoestado. ¿El mensaje para la Corte podría sonar algo así como lo que les decía Escobar a los pobres diablos que se le cruzaban en el camino: “elija: plata o plomo”?
Así, Noboa pretende incluso revertir los logros alcanzados por su propia clase durante la Revolución Francesa, cuando la burguesía establece el imperio de la ley por sobre el poder político aristocrático. De esta manera, el “Nuevo” Ecuador representa un proyecto que nos catapulta a un pasado turbio, anterior incluso a las revoluciones burguesas, cuando el feudo regía por sobre los siervos. Bienvenidos de vuelta a 1789.
Hay que sostener las calles.