Coronavirus: el trabajo, la familia y la muerte

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Miércoles 6 de Mayo de 2020

El trabajo es la posibilidad de construcción de sentido e identidad, de organización y construcción de memoria histórica. Por eso es parte vital de la integración social, de la expectativa de futuro y del cumplimiento del proyecto de vida individual, por tanto una responsabilidad estatal y ciudadana.

A través de este escrito, se dilucida como la relación entre el escenario de la pandemia COVID-19 y la situación laboral, influyen sobre la vida de las personas, con el objetivo de entender el impacto bajo el cual se afecta la salud mental individual. En este marco, se describen los escenarios de desempleo y precarización laboral, en conmemoración por el día internacional de las y los trabajadores.

Para quienes empiezan a experimentar el desempleo, la situación de un futuro incierto los expone a un panorama de múltiples vulneraciones. En el Ecuador, no fue necesario esperar mucho tiempo, los efectos de la crisis económica acentuados por la pandemia, visibilizan despidos masivos que tienen una incidencia directa sobre esta situación en el país.

Por otro lado, para quienes no están en situación de desempleo, la tranquilidad del empleo se difumina en medio de la angustia que puede producir la pérdida futura del mismo. La preocupación por traer alimentos; por cubrir la salud; pagar el alquiler de la casa y/o la inversión en educación es ahora el malestar que ronda en las personas, mientras el miedo se apodera de la potencial amenaza de infectarse de coronavirus. Esta situación obliga a las y los trabajadores a aceptar condiciones laborales que los sitúan en un lugar de tensión.

De esta manera, la batalla por el equilibrio entre el tiempo laboral y tiempo de descanso se difumina. Las demandas laborales en el contexto de teletrabajo exigen mayor inversión de tiempo para cumplir con los requerimientos de empleadores. En otras palabras, el tiempo invertido en el teletrabajo, se contrapone en la reducción del tiempo destinado a la tele educación de las hijas e hijos, la preparación de alimentos y el desarrollo de la cotidianidad familiar.

Este es un ejemplo pequeño pero importante de la precarización laboral que se vive actualmente. Sus efectos se sienten mucho más en hogares monoparentales en los que existen niños, niñas y adolescentes en edades escolares, lo cual genera un ejercicio de malabar entre el trabajo, las tareas del hogar y el tiempo de ocio, que pareciera ser a ratos casi inexistente.

Por tanto, se afecta la idea de futuro y el cumplimiento de proyectos de vida, propiciando lugar a la crisis familiar, a la experimentación de violencia de género y conflictividad en la relación con el trabajo.

Pero ¿qué sucede con aquellas personas cuya fuerza laboral no puede adaptarse al teletrabajo? Por un lado se despliega la realidad de las personas vendedoras ambulantes, jornaleras, trabajadores del hogar, etc., cuyos ingresos se generan día a día. La inestabilidad económica, la exclusión al sistema de seguridad social y la privación de derechos, se exacerba en una estructura de pobreza de por sí violenta.

Por otro lado, personal de servicios, atención al cliente, entre otros, se ven en la obligación de aceptar condiciones laborales impuestas por sus empleadores tales como: vacaciones forzadas, reducción de sueldos, despidos intempestivos y firmas de renuncias “voluntarias”.

Los tiempos de crisis acentúan los extremos existentes de un sistema deficiente. En consecuencia, la precarización de los trabajos formales e informales son en realidad, una precarización de la relación con el trabajo. Si en tiempos pre COVID-19 el trabajo era ya una incertidumbre, ahora este sentir es más profundo.

El pensar en el escenario laboral genera un malestar, una sensación de angustia fruto de un sistema que implanta terror: el miedo a la pérdida. Este miedo infundado es el que da rienda suelta al sentimiento de agradecimiento hacia sostener un empleo, como si fuese un privilegio y no un derecho. No importa si las condiciones son precarias, se debe agradecer.

Esto es el resultado de un sistema que no cumple con las garantías mínimas de acceso a servicios y seguridades sociales. Es así que la vida de las personas se encuentra bajo una doble amenaza. Por un lado, el riesgo de experimentar penuria alimenticia a causa del empobrecimiento que produce no salir a ejercer el trabajo informal, por ejemplo, y por otro la exposición al virus, el miedo constante a la muerte. En ambos casos se visibiliza el carente accionar del Estado en el cumplimiento de las garantías como seguridad social, derechos laborales y acceso a salud pública.

Recapitulando el contexto descrito a lo largo de este documento, la situación de desempleo a largo plazo influye sobre el deterioro de la salud mental de las personas, ubicándose en una posición de estrés agudo y en la pérdida progresiva de los recursos psíquicos que le permitan sostener su autoestima, ser resilientes, trazarse objetivos futuros, etcétera.

En este escenario es posible propiciar el terreno para el aparecimiento de procesos de depresión, distimia (estado anímico depresivo continuo por al menos dos años, que se centra en la pérdida de interés y desesperanza), disforia (estado anímico depresivo continuo marcado por la ansiedad) e incluso ideas o intentos autolíticos (suicidas).

Asimismo, ante un escenario de abandono Estatal, la precarización laboral en contextos formales e informales producidos por la pandemia, genera sobre la persona trabajadora y sus familias, situaciones de fuerte ansiedad ante la incertidumbre del futuro y el miedo a las pérdidas económicas; instala fuertes sentimientos de culpa sobre quienes son apoyatura económica en sus familias al tener que invertir mayor tiempo en conservar el empleo, aún en condiciones complejas que no permiten un ambiente laboral adecuado.

Además de llevar consigo la tristeza de sus pares que han perdido el trabajo, asumiendo tareas que antes las podían realizar hasta tres personas, por ejemplo; y para quienes no pueden incluirse en el teletrabajo, experimentan el empobrecimiento, el miedo constante al contagio y el miedo a la muerte suya o de algún familiar, lo que puede ser la fuente de un deterioro a nivel psicosocial.

Lo anterior sitúa a las personas en una relación con la muerte y el dolor diario, con el teletrabajo, parece que se perdieran los espacios de socialización con los pares, de descarga emocional, contención y cohesión social. De esa relación se infiere que la pérdida de hacer memoria es latente para quienes el dolor les consume. La posibilidad de responder organizadamente y de exigir sus derechos se merma por la indefensión ante los diversos escenarios políticos. 

Frente a la estrategia necropolítica del gobierno, las pérdidas pasadas y venideras a causa de la pandemia, y la crisis económica presente; se establece que las expectativas de futuro de las personas son coaccionadas por la incertidumbre de la situación social. Estos son causales del deterioro de la salud mental.

En esta medida, queda la pregunta sobre cuáles son los nuevos escenarios a futuro alrededor de los proyectos de vida estatal, comunitaria e individual y el papel de la salud mental frente a la relación entre el trabajo y la persona.

En la medida en que se precariza el trabajo, el efecto inmediato es la precarización de la vida diaria. Por lo tanto, la salud mental tiene como objetivo generar mecanismos que configuren las condiciones necesarias de cumplimiento de los proyectos de vida a nivel individual y colectivo. Además, debe contribuir en la resignificación de las pérdidas, así como potenciar  procesos de resiliencia y resistencia a los emergentes contextos políticos de violencia estatal.

Que este día internacional de trabajadores y trabajadoras del mundo sea un momento para recordar que la posibilidad de construir la vida a través de las luchas diarias, está latente, y que las luchas por construir un futuro enmarcado en la relación saludable y de justicia entre el trabajo y el Estado, se debe centrar en las personas y el fortalecimiento de  su calidad de vida a través del cumplimiento de las garantías estatales.

Autoras: María Valenzuela G y María Valenzuela P

 

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